La ciencia en la lucha por la emancipación
Autor | Juan Antonio Aguilera Mochón |
Páginas | 96-110 |
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Es para mí un honor y una gran satisfacción participar en este número monográfico de Anthropos dedicado a Gonzalo Puente Ojea, uno de los intelectuales españoles más lúcidos, combativos e insobornables. Mi intención será sobre todo remarcar someramente la relación de los escritos de Gonzalo con la ciencia, y el interés que esto tiene en su lucha en favor de la emancipación de sus congéneres.
La pasión por el conocimiento de nuestro autor le ha llevado no sólo a ser un erudito en muchas materias y un agudo observador. Como cabe esperar de alguien que busca la auténtica sabiduría, no se conforma con la descripción perspicaz de los fenómenos, sino que indaga en sus causas, persigue explicaciones, localiza las raíces. Aquí es donde inevitablemente acaba conectando con el proyecto científico. Como es sabido, la ciencia no se conforma con descripciones objetivas y sistemáticas -lo que ya es mucho-: también busca explicaciones, orígenes, causas. A menudo se escucha y se lee que la ciencia analiza los «cómo» pero los «por qué», al menos los grandes «por qué», quedan fuera de su alcance. No es así, el empeño de la ciencia no se limita a encontrar leyes naturales, sino que también busca formular teorías explicativas del mayor alcance posible (piensen en el sueño de los físicos de encontrar una «teoría del todo»... aunque quienes anhelan esta teoría generalmente no pretenden tanto como sugiere el nombre). Ya Karl Popper dijo que una buena hipótesis científica se caracteriza (además de por su carácter de falsable...) por su alcance explicativo.
Pero Gonzalo no es sólo un gran ilustrado que observa, analiza y explica, es además un luchador. Puente Ojea es un gran defensor de la causa de la libertad, sobre todo de la libertad que me parece más específicamente humana, la libertad de conciencia. El «miedo a la libertad» -por usar la tan afortunada expresión de Erich Frömm- es algo tan connatural con nuestra especie que lo encontramos en casi todas las relaciones humanas, en casi todos los ámbitos, incluidos los más íntimos. Y de manera muy destacada en las relaciones de poder. No es de extrañar que las religiones, y en especial las autoridades religiosas, que se han arrogado la potestad de dictar normas de comportamiento, de imponer la moral, hayan tenido en la libertad de conciencia su mayor enemigo. Plenamente consciente de la importancia del fenómeno religioso en la batalla por la emancipación humana, Puente Ojea le ha aplicado de manera preferente (pero no excluyente: sus análisis políticos más allá de lo religioso son muy iluminadores) su rigor reflexivo y ha ahondado en sus raíces de manera exhaustiva e implacable.
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Como él mismo nos dice en Animismo. El umbral de la religiosidad1y en La andadura del saber,2su estudio del fenómeno religioso lo ha realizado desde las siguientes perspectivas (en orden cronológico, pues sucesivamente se ha centrado de manera preferente en cada una de ellas):
- «La cuestión de Jesús y la Iglesia».
- «La cuestión de Dios».
- «La cuestión del alma».
- «La cuestión de la génesis del sentimiento religioso».
Respecto a la primera cuestión (de Jesús y la Iglesia), Puente Ojea realizó un profundo estudio sobre los orígenes del cristianismo y una radical revisión de sus fuentes, de sus textos sagrados fundamentales, los evangelios. Este análisis exhaustivo le llevó muchos años, fue una investigación sistemática de la ideología de las doctrinas cristianas, y cristalizó en unos libros imprescindibles para quien quiera entender cómo el Jesús de la historia se transformó en el Cristo de la fe, y cómo mediante esta transmutación la Iglesia católica se hizo con un poder y una dominación extraordinarios. La lectura de los libros de Puente Ojea sobre estas cuestiones resultaría de lo más revelador y eventual-mente liberador para los católicos adoctrinados desde pequeños por la Iglesia católica (y también para los cristianos en general); por eso se entiende que la mejor estrategia eclesial no sea la de criticar estos libros de Gonzalo, sino no mencionarlos siquiera y, cuando se tercia, descalificar gratuitamente al autor.
En relación con la cuarta cuestión (de la génesis del sentimiento religioso), la que ha ocupado a Gonzalo más recientemente, ha refinado y expandido la hipótesis animista del antropólogo británico Edward Burnett Tylor. De nuevo estamos ante un rastreo histórico -prehistórico, en este caso, y antropológico- en busca de los orígenes, de la cuestión genética. Se trata de investigar cómo se iniciaron los sentimientos y creencias religiosos, de cómo nació la «invención animista», el «umbral de la religiosidad». En estas indagaciones Puente Ojea siempre ha querido estar atento al rigor científico, a la lógica estricta, a la búsqueda de objetividad, a la racionalidad, pero se trata de asuntos normalmente alejados de las ciencias naturales, de las ciencias duras, alejados de mis propias (escasas) competencias, por lo que no entraré aquí en ellos. Sin embargo quiero destacar que al tratar el origen y el estatus de lo religioso Puente Ojea introduce reflexiones interesantísimas acerca de los «criterios de demarcación» de las ciencias; merece la pena leer (p. ej. en Ateísmo y religiosidad,3en El mito del alma,4en La religión, ¡vaya timo!...)5sus análisis de los clásicos en filosofía de la ciencia: Karl R. Popper (de quien, dicho sea de paso, critica especial y duramente su penosa deriva dualista, en ocasiones de la mano de John C. Eccles), Imre Lakatos, Paul K. Feyerabend, Mario Bunge... Recogeremos enseguida algunas de esas reflexiones.
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Para llegar a hablar de la hipótesis animista había que dejar claro que la «invención animista» es, efectivamente, una invención. Y para demostrar la inexistencia de las almas y los espíritus, Puente Ojea necesitaba de la certeza a que se puede aspirar con la ciencia. Así fue como se planteó, tras «ventilar -con el análisis del cristianismo como fenómeno ideológico- su contencioso personal con la fe católica», en primer lugar, la «cuestión de Dios» y, seguidamente, la verdad fáctica de lo que considera el supuesto esencial de todas las religiones, la raíz última de la religiosidad: la existencia del alma, un alma inmaterial, indestructible e inmortal.6Como sabemos, para Puente Ojea «la cuestión de la existencia de Dios se subordina a la cuestión, primera y más radical, de la existencia del alma espiritual»7(mantendré siempre las cursivas de Gonzalo Puente Ojea). Lo cual le lleva a caracterizar como más básica la confrontación religiosidad/irreligiosidad que la de teísmo frente a ateísmo.
Pero antes de tratar específicamente la cuestión del alma desde la ciencia quisiera hacer unas consideraciones más generales, siempre atento a nuestro autor, sobre las relaciones de la ciencia, y de los propios científicos, con la religión y sus dogmas. La mayoría de los científicos consideran estos asuntos (la existencia de Dios, la realidad del alma, y los que se derivan de estas creencias) ajenos a la ciencia, cuestión de convicciones personales en las que la ciencia no puede entrar. Pero nos dice Puente Ojea: «Importantes resultados de las ciencias tenidos ya por irreversibles son constitutivamente ajenos, cuando no incompatibles, con la interpretación religiosa del mundo en cualquiera de sus versiones, pero de un modo muy patente respecto de las creencias teístas...».8Destaca Puente Ojea que las creencias religiosas no cumplen, en cuanto tales, con los principios metodológicos de la ciencia, por lo cual carecen de validez científica.9En particular, las creencias religiosas a menudo son enunciados no falsables. Dice Gonzalo Puente Ojea respecto a ellos: «no es competencia de la cosmología científica, por ejemplo, demostrar la inexistencia de los referentes infalsables de las creencias religiosas -tales como dioses, seres espirituales, almas, etc.»10(El mito del alma, p. 27). Ya avanzó esta idea con particular gracia -como ha recordado Richard Dawkins en El espejismo de Dios,11 y antes en A devil’s chaplain-12Bertrand Russell en 1952,13cuando propuso como ejemplo de hipótesis no falsable la existencia de una tetera en órbita con el Sol, a veces llamada la «tetera celestial»: podría haber creyentes (sin pruebas) en esa tetera, pero, ante la falta de pruebas de su existencia, seguramente todos somos «ateos de la tetera celestial». Más recientemente se ha hecho relativamente popular, sobre todo en Internet, el pastafarismo, parodia de religión en la que se adora -en tono jocoso- al «monstruo de espagueti volador»...
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Si se quedara la cosa ahí, no habría mayor conflicto entre ciencia y religión. Pero Puente Ojea da un paso de gran trascendencia al afirmar que sí es competencia de las ciencias «presentar conclusiones y resultados científicos sólidamente fundamentados que prueben la falsedad de creencias cuyos referentes postulen algún grado de falsabilidad».14Es decir, y esto es algo que creo que es necesario dejar muy claro: hay creencias religiosas fundamentales que hoy son falsables desde la ciencia. Por tanto la ciencia sí puede entrar en algunas de esas cuestiones que siempre se nos ha dicho que son ajenas a ella; otra cuestión es si debe... En este sentido, la toma de posición de Puente Ojea me parece ejemplar; me entristece especialmente el silencio cómplice de la mayoría de los científicos ante afirmaciones anticientíficas que, si se producen en otros ámbitos, ocasionan pronunciamientos públicos feroces. Piensen en lo que...
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