La capacidad jurídica de la mujer casada (Aspectos históricos, sociológicos y de derecho positivo)

AutorEnrique Fosar Benlloch
CargoNotario
Páginas271-332

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Gente que vagáis por doquier, reuniros a mi alrededor y admitir que está alta la marea, y aceptar que pronto os calaréis hasta los huesos. Si os merece la pena salvar vuestra época, es mejor que comencéis a nadar u os hundiréis como piedras. ¡Pues los tiempos están cambiando!

Bob Dylan, The Times Are a Changing.

Prologo

¿Será superfluo examinar el tema de la capacidad jurídica de la mujer casada en España? ¿Se tratará de un problema que carece de trascendencia práctica? Muchos autores-incluso juristas de gran prestigio-así opinan. Todos los límites de su capacidad, sus discriminaciones y trabas, los privilegios del varón, etc., en la práctica quedan en nada, dicen estos autores, dado que los esposos modernos rigen su hogar y resuelven los asuntos familiares de común acuerdo, y el esposo difícilmente se comporta en la actualidad como el pater familias romano o como el cabeza de familia delineado por el Code Napoleón.

Sin embargo, para el jurista debiera bastar que una sola mujer estuviera disconforme con su status jurídico-que no es sino la supraestructura de un status socioeconómico y antropológico cultural que la desfavorece-para obligarle a examinar los fundamentos de la pretensión de los varones a ostentar la jefatura del matrimonio y de la familia.

Page 272Cuando algún autor afirma que los esfuerzos de las mujeres por liberarse de tales discriminaciones tienen poco resultado y que el yugo que pesa sobre ellas es ligero, en definitiva, está queriendo suministrar argumentos para fortalecer la buena conciencia de los interesados en que continúe la legislación discriminatoria.

Se teme, en último análisis, que la democratización de las relaciones entre los cónyuges lleve, como lógico corolario, a la democratización de relaciones entre los padres y los hijos. Y este último punto no puede admitirse, opinan los conservadores, porque la relación paterno filial, jerárquica, autoritaria, por mucho que se hayan dulcificado los duros perfiles de la patria potestad romana, es no sólo la relación familiar arque-típica, a imagen de la cual se articulan las restantes potestades familiares (potestad marital, potestad tutelar, etc.), sino sirve de modelo cultural a las relaciones de jerarquía social. Se habla de Dios Padre o del Padre eterno, del patrón «de Derecho divino», del jefe de Estado como padre de todos sus súbditos.

El paternalismo, ha dicho un autor recientemente a, «tan agriamente rechazado hoy, tan vulgarmente desacreditado, ha sido y es el elemento esencial de las sociedades humanas. La mayoría de los hombres tienen necesidad de un protector. La imagen del padre está siempre presente en la autoridad generadora y protectora del orden». «La propia imagen del orden familiar-dice otro autor-estará anclada en el centro sagrado que regula la dinámica simbólica, como uno de los elementos fundamentales del 'orden social' cuyo mantenimiento legitima al poder político establecido» b.

Pero la mayor parte de los partidarios del orden jerárquico familiar pretenden conciliar lo inconciliable: el mantenimiento en la práctica de la diarquía de ambos esposos en el manejo del hogar, pero el reconocimiento de la jefatura familiar del varón, siquiera teórica, como última ratio de ese sagrado orden familiar, que se pretende inmutable al cambio social; la dulcificación de la patria potestad y la relativa autonomía práctica de los hijos en el manejo de sus vidas, pero el mantenimiento de toda clase de resortes-psicológicos, económicos, jurídicos-que permiten manipular tal libertad. Libertad «bien entendida», paternalismo, son palabras que difícilmente se emplean, pero encubren una relación conflictiva-el famoso conflicto de generaciones-entre padres e hijos.

Los resultados de tal ideología familiar son la perpetuación de la socie-Page 273dad paternalista, que tan brillantemente ha denunciado Mitscherlich c; la internalización por la educación-familiar y escolar-en la urdimbre psíquica del niño de pautas de conducta constitutivas de una personalidad autoritaria, en el sentido de Adorno d, y el retraso sine die de una educación y formación humana embebidas en ideales fraternales y democráticos.

Creo, con el Informe Foessa, que en tanto podrá hablarse de crisis de la familia, consecuencia del moderno proceso de irreversible cambio social, en la medida que aceptemos hablar de imperialismo familiar, esto es, de relaciones sociales que debieran estar regidas por pautas universalistas y de hecho se configuran a imagen y semejanza de las familiares.

Históricamente, la relación autoritaria del padre y el hijo sirvió de arquetipo simbólico para la configuración de las imágenes del orden social. Hoy tal arquetipo se considera inadmisible, pese a los esfuerzos de algunos autores por rebatir las críticas de la sociedad paternalista. El imperio de la familia ha perdido la mayor parte de sus provincias. Urge democratizar estos últimos reductos del antiguo orden «sagrado» familiar.

El análisis científico demuestra que formada en la primera infancia la urdimbre psíquica del niño por la benéfica influencia de los principios primarios materno-afecto-y paterno-norma-, la pedagogía debe ser una educación de aquél para la libertad, no para el manejo paternalista. Saber cuándo y cómo deben dosificarse tales pautas de comportamiento libre es tarea de pedagogos, filósofos, moralistas, psicólogos, y no, en último término, científicos políticos.

Lo evidente es que pasada la infancia, «la autoridad del padre, para destacar sólo un rasgo, se demuestra más en el equilibrio y seguridad con que realiza sus actividades, que interviniendo en la vida de su hijo para obligarle a hacer lo mismo que él» e.

El problema surge modernamente cuando el padre pierde toda autoridad porque la revolución científica técnica le priva de sus saberes y su prestigio de portador-transmisor de la tradición, que debe repetirse en sus hijos. Es una crisis general de la cultura y de la sociedad, que obliga a crear incesantemente nuevas pautas de comportamiento y a replantear una nueva imagen del padre, tal vez más próxima a la de un hermano mayor y compañero del hijo que al viejo símbolo del patriarca tradicional. La solución de la crisis de la imagen paterna no es reforzar los mecanismos autoritarios de la familia, como el tratamiento de una indigencia social no estriba en aumentar el grado de constricción sobre sus síntomas, sino en centrarse en el estudio radical del problema y forjar un nuevo orden Page 274 donde quepa conciliar libertad y norma-paterna, de la escuela, de la ley civil-, autonomía individual y participación comunitaria, prosperidad de los muchos, que progresivamente se extiende a calidad de vida de todos.

Por eso, el estudio de la condición jurídica de la mujer casada no agota en modo alguno el problema de las relaciones familiares autoritarias, problema que, como he indicado, es psicológico, antropológico, más que puramente jurídico. Democratizar las relaciones entre marido y mujer en el matrimonio es bien poco sin contestar, rechazar el resto de los mecanismos de la sociedad autoritaria, que permite a unos pocos la manipulación de la gran mayoría, a la que se priva de su propia imagen prestigiosa al calificarla de «masa informe».

Frente a la libertad «bien entendida» de los súbditos, la autoridad bien entendida-y bien controlada por los resortes todos de un Estado de Derecho-de los gobernantes democráticamente elegidos. Frente a la autoridad del varón sobre la mujer, el manejo diárquico de los asuntos familiares por ambos esposos, consagrado no sólo en las mores familiares, sino en la ley. Frente al paternalismo ilimitado del padre sobre el hijo-o de padre y madre, ya que es fácil enrolar a la mujer en la defensa del orden patriarcal tradicional-, la justa limitación de tal paternalismo o manejo autoritario del hijo a las primeras fases de formación de la personalidad del niño, la progresiva sustitución de la pauta paternalista por la educación para la libertad y la relativamente temprana emancipación personal, cultural, jurídica, económica, social, en una palabra, del hijo.

Como es lógico, sólo quiero dejar constancia de que el problema de la liberación de la mujer es más vasto e interdisciplinario que lo que su simple enunciado podría dar a entender. Liberación que de dar oídos a las más radicales de las mujeres del movimiento-Women's Lib-, entrañaría nada menos que la liquidación del orden familiar tradicional y su sustitución por formas de vida íntima colectivista-«las comunas familiares» quizá u otras experiencias aún inéditas-. En dicha liquidación desaparecería el tradicional trípode de la pareja y el hijo.

Sin embargo, creo que la familia conyugal, que ha sufrido mil avatares a lo largo de la historia, sobrellevará la crisis y seguirá constituyendo la base de la sociedad, en unión de otras instituciones que irán perdiendo su simbolismo familiar, inspirándose en ideas universalistas, racionalistas.

Toda una concepción de la sociedad y de la cultura se debate aquí. Confío en que las ciencias humanas nos sabrán dar una respuesta éticamente más satisfactoria a nuestros problemas, incluso los familiares, que la que brinda la sociedad permisiva tecnológico-consumista o la sociedad Page 275 dogmático-autoritaria, ya sea tradicional conservadora o dialéctico-materialista. Urge replantear una concepción de la cultura y de la sociedad en que las relaciones familiares-y, en general, las relaciones humanas-se inspiren en las pautas humanistas que exige la altura de los tiempos.

Capítulo I

Introducción y nociones generales: Capacidad jurídica, capacidad de obrar y legitimación de la mujer casada

El examen de la...

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