Cartas de y a don Claudio

AutorRafael Gibert/Sánchez de la Vega
Páginas574-568

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Preliminar.

Convencido de que el epistolario constituye una fuente indispensable, junto a la obra destinada por el autor a la publicidad, para el conocimiento de su personalidad científica y humana, me decido a ofrecer a este Anuario, su creación principal y duradera, un puñado de cartas de don Claudio Sánchez Albornoz, todas conservadas con aprecio, pero algunas tal vez dispersas o traspapeladas, seguro de que aporto a la Escuela de Hinojosa, que él, enérgicamente, modeló, un elemento de su entidad y una prueba de unidad. Las fechas inicial y postrera, 1949 y 1983, y una carta ulterior, sin fecha, dicen bastante de su amplitud y continuidad, más de treinta años, pero mi relación con el grande medievista fue anterior y se prolongó hasta el final de su vida y en cierto sentido no ha terminado. Tras de dudarlo, porque son naturalmente sus escritos los que interesan, me resuelvo a intercalar también alguna copia de mis cartas dirigidas a él, pues hay entre unas y otras remisiones recíprocas y en su conjunto forman lo que también de un modo más elevado fue una correspondencia. Tenía redactadas algunas notas relativas a personas, acontecimientos y publicaciones referidos en estas cartas, pero bien mirado me parecen innecesarias, por lo que me decido a entregar la simple transcripción de los textos, sin contar que la en casi todas las piezas cuidada caligrafía de su mano, inalterada a través del tiempo, aunque con una leve decadencia en el final, contiene asimismo un testimonio de su equilibrada, activa y fervorosa personalidad, que la grafología apreciará.

Siendo tan numerosos y eminentes los amigos, compañeros y discípulos que él trató en su larga vida, estas cartas no deben de ser una excepción, sino una breve muestra que ojalá anime a otros destinatarios o depositarios de piezas análogas a darlas a la luz. El epistolario completo de don Claudio formaría sin duda un monumento parejo al de su inmensa, armoniosa y fecunda obra literaria. En estas pocas páginas campea su saber, su buen espíritu, su vivaz atención hacia el trabajo ajeno, su cordial estímulo hacia el que comenzaba y hacia el que vacilaba, así como se vierten declaraciones que contribuyen a perfilar su enorme figura de investigador y director científico.

He relatado ya en otro lugar que cuando me dirigí a mi profesor de doctorado en la Facultad de Derecho de Madrid, el padre José López Ortiz, hacia 1942, con la intención de dedicarme a la Historia del Derecho, él me señaló la lectura delPage 548 trabajo de don Claudio sobre las Behetrías en el primer tomo del Anuario. Si me gustaba ese trabajo, eso quería decir que me gustaba la Historia del Derecho. Esta atenta lectura me proporcionó una intimidad con el autor, con su cálido estilo, su entusiasmo y su ímpetu literario y la alegría que late en sus escritos. Por otra parte, esa monografía presentaba en cierto modo todo el cuadro de la asignatura, pues remontando a la España romana y visigótica, se desplegaba en la Edad Media, pero además, el previo análisis del «estado de la cuestión» proporcionaba al principiante los nombres de autores nacionales y extranjeros que debían hacérsele familiares y su desarrollo mostraba también la función necesaria de las ciencias auxiliares, como la filología, para servirse de la cual él no vacilaba en dirigirse al maestro Menéndez Pidal. Aquella lectura proporcionaba una buena iniciación objetiva, pero además la persona misma de don Claudio, a pesar de, o tal vez acrecentada por la distancia, presidía la sociedad reunida en torno al Anuario de Historia del Derecho Español. En ese primer tomo y en los sucesivos se encontraban, ya desaparecidos o vivos aún y activos, presentes o no, los autores y maestros que nos orientaban y todos hacían referencia al que, según decía el Curso de don Galo, que yo había estudiado años atrás, y a quien en seguida fui presentado, calificaba como su «impulsador principal». De su condición de exiliado político, por todos conocida y respetada, se prescindía entonces, al menos en el ambiente del Anuario, donde de modo más o menos explícito latía la esperanza de que «iba a volver», lo mismo que otras grandes firmas: Baroja y Azorín, Menéndez Pidal y Ortega y Gasset. Don Claudio fue un caso de perseverancia política, pero en aquella época se le consideraba como fundador del Anuario y la primera autoridad en nuestra asignatura, reconocido por todos. La continuidad de su labor fue señalada por José Maldonado en la reseña que de los dos primeros Cuadernos de Historia del Derecho Español, aparecidos en 1944, publicó en el tomo XV correspondiente al mismo año (pp. 692-693). La omisión de su nombre en el tomo XIII que enlazaba las fechas 1936-1941 era un silencio significativo, subrayado por las firmas de sus más directos colegas y discípulos y amigos: Ramos Loscertales, Prieto Bances, García de Valdeavellano, García Gallo. Un testimonio de la continuidad de la escuela está en la tesis doctoral de Ignacio de la Concha, sobre La Presura, publicada en el tomo XIV, 1942-1943, en la que figuran nueve referencias al maestro (pp. 384, 389, 391, 409, 412, 413, 417, 428, 430), como la edición del Fuero de León en el tomo XV, 1944 (pp. 464-498) por su discípulo directo Luis Vázquez de Parga, derivada del hallazgo de un texto desconocido y la fijación de su fecha por don Claudio.

Don Claudio, al iniciar su segunda empresa editorial evocaba el Anuario: «veinte años atrás había iniciado su preparación, lanzado a la aventura y logrado reunir en torno a la memoria del maestro Hinojosa a varios profesores de historia política y jurídica». Maldonado registraba el envío a la redacción del Anuario de estos primeros Cuadernos en el momento mismo de su aparición, en cuyas colaboraciones se reflejaba «la cerrada unidad de la Escuela y la realidad de un trabajo constante. Para la especialidad histórico-jurídica interesaba especialmente la edición de documentos, pero también se anunciaban trabajos específicos referente a aquélla».

A partir de dicha fecha, el Anuario dedicó atención a las publicaciones de don Claudio. Debe mencionarse en primer lugar la recensión que de su estudio sobre «La sucesión al trono en los reinos de León y Castilla» publicó el mismo Vázquez de Parga, en el tomo XVI, 1945 (pp. 814-817), donde rendía homenaje «al sabioPage 549 historiador que demostraba una vez más su dominio y competencia excepcionales... que hacía esperar con impaciencia la aparición, que se anunciaba próxima, de sus Orígenes de la Nación Española». A esta obra, que con el título de Historia de las instituciones sociales y políticas del reino de Asturias, en su original inédito habían utilizado Román Riaza y Alfonso García Gallo para la redacción de su Manual de Historia del Derecho Español, de 1934-35, hacía el propio autor constantes referencias en sus estudios monográficos. A este interés responde y también al atractivo que suscitaba el envío de toda producción suya, tres reseñas que publiqué en aquel mismo tomo del Anuario (pp. 825-829), sobre «Una crónica asturiana perdida», «El precio de la vida en el Reino Astur-leonés» y la hipótesis «¿Muza en Asturias?», las tres, ciertamente, ajenas a la propia historia del derecho, pero referidas a los esperados Orígenes de la Reconquista y de las instituciones castellano-leonesas. Más tarde, y ya con vistas a la preparación del programa de la asignatura, reseñé en el Anuario XVIII, 1947 (pp. 830-834), dos monografías fundamentales aparecidas en los Cuadernos de 1946 y 1947: «El aula regia y las asambleas políticas de los visigodos» y «El Senatus visigodo. Don Rodrigo, rey legítimo de España», más otra publicada aparte: «El Stipendium hispanogodo y los orígenes del beneficio prefeudal». Aún quedó inédita, no sé por qué, otra sobre la crisis del municipio romano en España, a cuya tesis me permití objetarle la continuidad. En todo esto no hacía más que seguir la orientación y el estímulo que iniciado por el padre López Ortiz, alejado de Madrid por su nombramiento de obispo de Tuy, pero con el que continué en afectuosa relación; de Maldonado y de don Galo. Éste, compañero, amigo y admirador de don Claudio, aunque muy diferente de él, por el escepticismo acerca del trabajo y las publicaciones, pero lector infatigable. A estas reseñas mías responde su primera carta.

Los tres volúmenes de En tomo a los orígenes del feudalismo (Mendoza, 1942) habían llegado a la redacción del Anuario, y tengo el recuerdo de que se esperaba la reseña de algún especialista, hasta que con bastante retraso me encargó Maldonado redactarla, aparecida en el tomo XIX, 1948-1949 (pp. 681-687). Tal vez a esta reseña se refiere la siguiente carta (núm. 2), que responde a otra mía, de la que no conservo copia. Se había celebrado la II Semana de Historia del Derecho Español, en el Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, del 9 al 15 de diciembre de 1948, y en la primera sesión todos los reunidos acordaron enviar un cordial saludo a don Claudio, lo que se hizo por cable. Mi reseña, firmada por S(ecretario) en el tomo XIX, 1948-1949 (pp. 871-875). Otros recuerdos y referencias que podría hacer en torno a esta correspondencia, no parece el lugar ni el momento adecuados. El índice general del Anuario que ocupa su número LI bis, de 1982, permite apreciar la continuidad con que se siguió apreciando la incansable tarea científica de don Claudio, y por último, el tomo LIV, de 1984, que le fue dedicado a su fallecimiento en 1984, tras que él mismo, en homenaje a su discípulo Alfonso García Gallo, en el tomo L, 1980, reanudase la interrumpida colaboración con un original, curiosamente, redactado en francés (pp. 639-651), no sabemos por qué, quizá un rasgo de humor. Page 550

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Facultad de Filosofía y Letras Instituto de Investigaciones Históricas Departamento de Historia Española

Amigo Gibert: Perdone que no le haya escrito antes para agradecer su amable reseña de mi Stipendium. La hizo con amistoso afecto y por ello le llamo amigo y espero serlo...

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