Las cárceles de la miseria.
Autor | Carlos Pla Barniol |
Páginas | 213-215 |
LAS CÁRCELES DE LA MISERIA
LOÏC WACQUANT
Alianza Editorial
Madrid, 2000
Loïc Wacquant, profesor de Sociología en
la Universidad de California-Berkeley y discípulo
de Pierre Bourdieu, es miembro fundador
de la asociación intelectual 'y asimismo
editorial «comprometida»' Raisons d´agir
[Razones para actuar]. Es también colaborador
habitual de Le Monde Diplomatique y
ejerce notable influencia en la nueva izquierda
latinoamericana, especialmente, en Argentina
y Brasil, donde ha impartido cursos
y mantenido presencia en los medios de comunicación.
Especializado en la exclusión
social, sus causas y manifestaciones, acaba
de publicar «Parias urbanos» (2001), aún no
editado en España, en el que amplia y profundiza
en el tratamiento del tema objeto del
libro que nos ocupa y que tendrá continuación
en «Castigar a los pobres», de inminente
publicación.
El núcleo de la obra de Wacquant es la denuncia
de la progresiva implantación de una
gestión policial de la miseria
, de una «pe-
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nalización de la pobreza
, en la que los excluidos
sociales 'subocupados, trabajadores
precarios, parados, inmigrantes' son criminalizados
por el poder político a la vez que
resultan desamparados por un Estado de
Bienestar en regresión. Esta situación supone
la imparable transferencia de recursos de
las políticas asistenciales a las represivas y
da lugar a una espiral viciosa, excluyente y
criminógena que el autor sintetiza en el
enunciado: «Difuminación del Estado económico,
debilitamiento del Estado social, fortalecimiento
y glorificación del Estado penal
.
En paralelo a ello, denuncia el salto cualitativo
en la acción represiva del poder en las
últimas décadas y el riesgo que ello supone
para los derechos fundamentales de las minorías,
en deterioro de los fundamentos mismos
del Estado de Derecho.
La primera parte del libro se dedica al
análisis del principio de «tolerancia cero» con
la delincuencia, avalado intelectualmente por
Charles Murray en su obra. Losing Ground:
American Social Policy 1950/1980 (1984), casi
coetánea de la celebérrima Wealth and Poverty,
de George Gilder (1981) con cuya concepción
social se vincula argumentalmente y
precedente directo de Beyond Entitlement:
The Social Obligations of Citizenship (1986),
obra ésta del politólogo de la Universidad de
Nueva York , Lawrence Mead, que propugna
el tránsito del welfare al workfare, y la vinculación
entre el trabajo social y el trabajo policial.
Tales planteamientos, amplificados por
una red de think tanks conservadores (tertulias,
entrevistas televisivas, etc.), utilizados y
convertidos en bandera electoral (Rudolph
Giuliani, entonces Fiscal de New York y su
Jefe de Policía William Bratton, que tras ser
cesado pasó a ser incansable propagandista)
se centran en combatir la pequeña delincuencia
con rigor e introducir técnicas de management
y gestión por objetivos en las comisarías
y la actividad policial.
Sostiene Wacquant que entre 1975 y 1985
se realizó la zapa intelectual de las nociones
y políticas keynesianas en el frente económico
y social, dando ocasión a una política de
descompromiso social que tuvo como primer
exponente la «teoría de la ventana rota», de
James Wilson y George Kelling (1982), según
la cual los pequeños desórdenes cotidianos
dan paso a las grandes patologías criminales,
adaptación ésta 'ironiza Wacquant' del
dicho francés de «quien roba un huevo, roba
una vaca». La mundialización de estos planteamientos
fue fulminante. Desde la advertencia
del Ministro del Interior escocés Henry
MeLeish '«la gente debe reconquistar la calle
( ... ) el vandalismo insensato, los grafitti y los
desperdicios desfiguran nuestras ciudades (
... ) El mensaje es que, de aquí en adelante,
este comportamiento ya no será tolerado»
hasta la denominada «Cruzada nacional contra
el crimen» del Presidente de México, pasando
por la «tercera vía» neolaborista de
Tony Blair y el ministro Straw, y alcanzando
al socialismo francés, cuyo dirigente y Presidente
de Gobierno, Jospin, recordó cómo «cada
uno sigue siendo responsable de sus actos.
Mientras se admitan excusas sociológicas
(...) estas cuestiones no se resolverán» al
tiempo que la ministra de Justicia, Guigou,
denunció la «cultura de la indulgencia que
desrresponsabiliza a los individuos» se ha
constatado la rápida difusión del planteamiento
originario.
El autor parte de la premisa de que «La
tolerancia cero es más cara que un plan social
» carece de otra justificación que la prefabricada
a base de exageraciones mediáticas y
no es sino una intolerancia selectiva (con los
más desfavorecidos), constituyendo de facto
una nueva formulación de la añeja «mano
dura» con el pequeño delincuente. Con ella
no se ha conseguido sino abrir «un abismo de
desconfianza (y, en el caso de los más jóvenes,
de desafío) entre la comunidad afroamericana
y las fuerzas del orden, lo que no deja
de recordar las relaciones que mantenían en
la época de la segregación», siendo además
patentes los abusos policiales, con elementos
racistas incorporados, como los maltratos a
un detenido gravados por un videoaficiona-
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do, abusos sexuales en centros de detención y
frecuentes escándalos de corrupción interna
en la policía neoyorkina. Wacquant reconoce,
no obstante, el «efecto escaparate» del referido
principio y su atractivo mimético, por más
que, científicamente carezca de fundamento
y parta de meras «impresiones y temores»
sin que pueda soportar un análisis estadístico
serio. Amén de ellos, ni siquiera existe
consenso en EEUU, sino que se ha constatado
cómo grandes ciudades obtienen mejores
resultados combinando medidas sociales y de
reinserción con la represivas.
La segunda parte de la obra, de abrumador
soporte estadístico, se refiere al colapso
judicial y a la «hipertorfia» o «hiperinflación
carcelaria» consecuencia de la política represiva,
situación que Wacquant, expresivamente,
denomina «bulimia carcelaria», subrayando
el hecho de que, en EEUU, se haya
triplicado en los últimos 15 años la población
penitenciaria, poniendo de manifiesto los datos
el altísimo porcentaje relativo de los
afroamericanos entre los reclusos, «desproporcionalidad
racial» ésta que es aún más
marcada entre los delincuentes jóvenes. Con
todo, los presupuestos aumentan mientras
se estancan los de políticas sociales, situación
a la que no resultan ajenos los intereses
empresariales y de empleo y de la que resultan
tributarios los planteamientos mercantilizadores
implantados en la gestión carcelaria.
La situación penitenciaria actual de
EEUU resulta extrema, con casi 6 millones
de penados, de los cuales más de la mitad se
hallan en situación de suspensión de pena,
casi 2 millones de internos y cerca de 700 mil
en libertad condicional. El 75% de ellos son
drogodependientes y pequeños delincuentes.
Por su parte, los contratistas de las prisiones
privadas como un sector económico relevante,
que ha llegado a cotizar en bolsa; trabajan
700 mil empleados.
De la dinámica señalada estima Wacquant
que existe correlato en Europa, donde
es patente el endurecimiento penitenciario y
un peso cada vez más notorio de los inmigrantes
en la población reclusa. Para el autor,
la «política de lucha contra la droga sirve
de pantalla a una guerra contra los integrantes
de la población percibidos como los
menos útiles y potencialmente los más peligrosos,
desocupados, sin techo, indocumentados,
mendigos y otros marginales». Tras
analizar la situación en los diferentes países
de la Unión Europea concluye con el fenómeno
de la asunción de la represión penal como
nuevo valor «de izquierda», tal como ha enunciado
con entusiasmo Régis Debray, otrora
ideólogo del 68 y como imperativo de «responsabilidad
» en la administración demócrata
Clinton, mostrando a Inglaterra como «caballo
de Troya de la norteamericanización de lo
penal».
El libro se cierra con una entrevista al autor,
que sintetiza sus planteamientos, que
constituye un epítome en sí mismo de las líneas
argumentales expuestas.
Wacquant, que sigue la línea de su maestro
Bourdieu en lo que a la denuncia de modos
subyacentes de dominación se refiere y, en
particular, desenmascara la genealogía de los
nuevos tópicos sobre el orden y la seguridad
públicos, emplea en su obra un singular tono
irónico y polémico (se refiere a sus oponentes
como «intelectuales mercenarios», «predicadores
», «amateurs», etc. y a las afirmaciones de
éstos como «patrañas», «consignas», «estribillos
», etc.) en el límite de lo académico y dentro
de la mejor tradición del pamphlet. Indudablemente
continuador de la criminología
contracultural de los años 70 (Foucault, Baratta),
desarrolla una argumentación rigurosa
impugnando tesis dominantes y desvelando
las contradicciones implícitas en las
mismas. Con todo, un enfoque politológico que
integrará en el análisis las implicaciones de la
presente crisis de legitimidad del Estado podría
explicar fenómenos planteados por Wacquant
por más que le privara de parte de su
innegable fuerza polémica.
CARLOS PLÁ BARNIOL
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