Capítulo II. La política medio ambiental: objetivos e instrumentos

AutorJuan luis martínez merino
Páginas57-142

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1. Análisis teórico de las externalidades
1.1. Introducción

Una vez expuestos los problemas medioambientales es el momento de definir las cuestiones económicas que se relacionan con los fenómenos físicos expuestos en el primer capítulo.

Existe una serie de circunstancias particulares en torno a la lluvia ácida que deberemos tener en consideración a la hora de plantear el problema desde la óptica de la Economía:

— La lluvia ácida es un problema intergeneracional. Los efectos de las emisiones actuales son acumulativos en el tiempo y por ello producirán daños y, por tanto, alteraciones en el bienestar de las generaciones futuras.

— La valoración de los daños no está claramente determinada. Este es un argumento que utilizan los agentes contaminantes para destacar que los beneficios derivados del control de las emisiones son inciertos, mientras que los costes en los que incurren se pueden calcular y son elevados.

— La situación de eficiencia económica se alcanza, desde el análisis teórico, en mercados perfectamente competitivos. El sector de generación eléctrica que utiliza combustibles

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fósiles actúa en mercados oligopolistas, y con cierto grado de regulación.

— El planteamiento del óptimo social está siendo abandonado por planteamientos en los que los instrumentos empleados en el control de la lluvia ácida permitan alcanzar objetivos socialmente aceptables.

En este capítulo, se plantea la lluvia ácida como un problema económico. Desde esta perspectiva podemos considerar que las emisiones de SO2, o bien, constituyen un problema de asignación óptima al que se enfrenta la sociedad, o bien, se contemplan como una cuestión de escala de actividad. En torno a estos dos ejes, iniciamos el planteamiento teórico de las emisiones como problema económico, para posteriormente describir las soluciones al mismo con un análisis del conjunto de instrumentos para la protección del medio ambiente, seleccionando aquel que bajo determinados criterios consideramos más apropiado.

Si enfocamos el problema subyacente a las emisiones como un problema de asignación óptima al que se enfrenta la sociedad, ésta tendría que determinar el nivel de daños de las emisiones que la sociedad considera apropiado, para lo que habría que delimitar, por una parte, los bienes cuyo consumo o producción es contaminante, y por otra, definir el bien que podemos denominar “calidad del medio.” Si consideramos que el deterioro ambiental derivado de las emisiones es incompatible con una situación sostenible, el planteamiento del problema habrá que enfocarlo como un problema de escala de actividad.

Si la sociedad fuese capaz de resolver el problema asignativo de una manera óptima, entonces el problema de escala será irrelevante. Expondremos que no confiamos en que la sociedad resuelva de forma óptima el problema asignativo de forma espontánea o incentivada, por ello consideramos enfocar la cuestión desde la perspectiva de escala de actividad, con objeto de impedir que se puedan alcanzar situaciones irreversibles a causa de las emisiones contaminantes.

En el planteamiento de ambos enfoques se utilizarán para el análisis las herramientas de la economía del bienestar, campo en el que el concepto de asignación óptima aparece ligado al concepto de asignación eficiente en el sentido de Pareto.

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1.2. Criterio de eficiencia de Pareto

En primer lugar, expondremos los enunciados básicos y su caracterización formal del concepto de asignación óptima, de equilibrio competitivo y de los teoremas fundamentales de la economía del bienestar. Dado que el objeto de este trabajo no es el tratamiento exhaustivo de dichos conceptos, se puede encontrar sin dificultad una prolija literatura en la mayoría de obras contemporáneas de microeconomía1.

Según el criterio de Pareto una asignación es eficiente si no existe otra asignación factible que sea preferida por al menos un miembro de la sociedad y preferida o indiferente para el resto. En este sentido, una asignación es eficiente cuando no es posible realizar ninguna mejora que permita lograr una ganancia de eficiencia. La aceptación de la validez de este principio implica aceptar de manera implícita que es el propio individuo el mejor juez de su bienestar y que la posición de cada individuo es la más acertada para conocer la asignación más favorable2.

El modelo seguido para determinar una asignación eficiente parte de la definición de funciones de utilidad3 para cada individuo, en las que se reflejan sus preferencias individuales. El problema planteado es la maximización de la utilidad de un consumidor cualquiera sometido a la restricción de que los restantes individuos no vean disminuir su utilidad.

Por parte de la producción, se trata de definir funciones de transformación4 que recojan las restricciones técnicas de las empresas para un conjunto de bienes producidos, tal que la cantidad de bien consumida no puede superar a la producción generada.

La asignación eficiente cumple una triple condición:

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  1. La relación marginal de sustitución entre dos bienes cualquiera debe ser igual para cada par de consumidores.
    b) La relación marginal de transformación entre dos bienes cualesquiera debe ser igual para cada par de productores.

  2. La relación marginal de sustitución entre dos bienes cualesquiera debe ser igual a la relación marginal de transformación.

Por tanto, una asignación resulta eficiente si cumple esa triple condición y nos garantiza la imposibilidad de cambiar a otra asignación factible preferida por al menos un individuo y preferida o indiferente para el resto.

El problema estaría resuelto desde el análisis teórico. Sin embargo, existe una cuestión que consideramos relevante y deriva de que el concepto paretiano de eficiencia no considera los aspectos distributivos para evaluar la eficiencia de una asignación. Por ello, si se modifica la distribución inicial de los recursos, el planteamiento anterior no garantiza una solución única. Se obtendrían soluciones diferentes en función de cómo se distribuyesen inicialmente los recursos. ¿Cuál de todas ellas sería la preferida?

La elección entre el conjunto posible de asignaciones eficientes implica la realización de juicios de valor, bien a través de la utilización de una regla de elección colectiva (función de bienestar social) o bien por la aceptación de criterios de compensación que nos permita valorar la bondad de los cambios de una asignación eficiente a otra que también lo sea. En ambos casos, no obtenemos resultados completamente satisfactorios. En el primer caso, se plantean problemas irresolubles con relación a la agregación de ordenaciones individuales según demuestra ARROW (1950) en su “Teorema de la Imposibilidad” o también llamado “Teorema de la Posibilidad”. En segundo lugar, SAMUELSON (1950) y MISHAN (1960) demuestran que los criterios de compensación sólo llevan a conclusiones válidas en el caso de que alguna de las asignaciones suponga estrictamente mayor cantidad de todos los bienes que el resto, y en tal caso no es preciso establecer ninguna compensación.

El siguiente paso es analizar las condiciones de eficiencia en relación con la asignación que resulta del comportamiento de los individuos en el mercado. Partimos del supuesto de que los consumidores muestran sus preferencias a través de funciones de utilidad que tratan de maximi-

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zar con la restricción impuesta a su comportamiento de sus niveles de renta (restricción presupuestaria), mientras que las empresas eligen planes de producción que maximizan sus beneficios dentro de un conjunto de posibilidades de producción. También suponemos que ambos agentes conocen los precios vigentes y se comportan precioaceptantes, pues disponen de toda la información. Con estas premisas se define un equilibrio competitivo como un conjunto de vectores de consumo, producción y precios en el que la asignación es factible y cada consumidor o empresa elige el mejor punto del conjunto limitado por sus respectivas restricciones. La existencia de equilibrio competitivo supone la igualdad de demanda y oferta en todos los mercados. Al maximizar los individuos su utilidad y las empresas sus beneficios se obtiene la condición de que, en el equilibrio, consumidores y empresas igualan la relación marginal de sustitución y la relación marginal de transformación entre dos bienes cualesquiera a la relación entre sus precios respectivos.

La idea que subyace en este planteamiento es que los precios proporcionan la señal acerca de las preferencias de los consumidores y las posibilidades de producción de las empresas, transmitiendo esta información a todos los agentes, y constituyendo un elemento fundamental en la toma de decisiones descentralizada. Si el modelo se cumpliese en el mundo real, podríamos confiar en que el comportamiento de los individuos guiados por su propio interés y actuando de forma independiente y descentralizada en los mercados, conduciría hacia situaciones de equilibrio, y por consiguiente, la consecución de la eficiencia en la asignación.

¿Se podría alcanzar esta conclusión si incluyeramos entre las mercancías a asignar...

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