Caoítulo II ¿Conciencia o comportamiento?

AutorIsabel Hoyo Sierra

CAPÍTULO SEGUNDO

¿CONCIENCIA O COMPORTAMIENTO?

ISABEL HOYO SIERRA

I."DE LA RAZÓN DE LA SINRAZÓN QUE A NUESTRA RAZÓN ALCANZA"

Con divertido desparpajo el diccionario enciclopédico Espasa-Calpe nos dice que la palabra conciencia es un término femenino, cuestión esta que no vamos a discutir, que empleamos para referirnos a "la propiedad del ser humano de conocer sus propios procesos psíquicos y todos aquellos fenómenos que están dentro de su órbita cognoscitiva y que se encuentran, por tanto, bajo el control de la razón". Y que asimismo la empleamos en su acepción de conciencia moral, es decir, de "conocimiento interior del bien que podemos hacer y del mal que debemos evitar".

Decimos que divertido desparpajo ya que el conocimiento de los procesos psíquicos es justamente el objeto de una disciplina, la Psicología, que ante el descubrimiento de lo difícil que resultaba acceder a conocer el funcionamiento de la conciencia tuvo que terminar por reconocer que los seres humanos no conocemos de nuestros procesos psíquicos otra cosa que su existencia o su acontecer, y que, por tanto, la introspección, o autoanálisis, resultaba ser un método francamente inadecuado para el progreso de la Psicología.

Y divertido desparpajo porque ya a mediados del siglo diecinueve se había advertido el influjo sobre nuestra conciencia de factores que desconocíamos, es decir, ya se había advertido que nuestra conciencia está determinada por lo que se dio en denominar inconsciente.

Por último, la razón no es una facultad ajena a la conciencia.

Pero no vamos aquí a tratar de averiguar por qué el diccionario nos proporciona una definición tan peregrina de conciencia que, sin duda satisfará a la mayoría de sus usuarios. De lo que se trata es de explicar los avatares por los que pasó la Psicología científica antes de poder abordar el estudio fenoménico de la conciencia prescindiendo de los conceptos que sobre la misma habían ido fraguando las reflexiones filosóficas.

Para Wilhelm Wundt, un filósofo del Derecho alemán, fundador de la Psicofisiología y a su manera de la Psicología Social, la conciencia era el resultado de una serie de procesos sensoriales que se transformaban en percepciones de lo externo y de apercepciones (o percepciones reflexionadas, es decir, percepciones en las que se incorporan factores procedentes del mundo interno). Interesado Wundt por conocer cómo se iba configurando ideo la manera de aplicar la experimentación a un grupo de sesudos científicos que acudían a su laboratorio encantados por poder participar en la empresa de Psicología en una ciencia experimental que tenía como objeto lo que Wundt denominaba "contenidos inmediatos de la conciencia". El procedimiento era ciertamente objetivo, ya que a todos ellos les exponía a idéntica estimulación, pero el resultado no pudo ser más subjetivo, ya que los sujetos, los científicos, no parecían estar de acuerdo en qué era lo que sucedía cuando el estímulo físico actuaba en sus receptores sensoriales. De este modo, su propósito de averiguar cómo las sensaciones se convertían en percepciones, y en fin, como actuaba nuestro organismo para dar cuenta de lo que en cada momento sucedía en nuestro interior y en nuestro exterior, se fue al traste.

William James, un filósofo y fisiólogo americano, imbuido del pragmatismo propio de la cultura anglosajona, y partidario del evolucionismo, llegó a la conclusión de que la Psicología debía estudiar la función que cumplía la conciencia en la vida humana y su contribución a la adaptación social. Al funcionalismo americano, y a la emergencia de numerosas corrientes funcionalistas en Europa de raigambre más compleja, debe la Psicología la desaparición del influjo empirista y asociacionista subyacente en el planteamiento wundtiano que persistía en el estructuralismo que pretendió ser su continuación suponiendo la introducción del comportamiento como objeto de observación.

Aunque en realidad los diversos planteamientos funcionalistas dependían todavía demasiado de la introspección. El comportamiento externo es observable pero los complejos procesos psíquicos internos que preceden y subyacen en la conducta no son directamente observables, de ahí que el funcionalismo tuviese que combinar la observación del comportamiento con los informes introspectivos de los sujetos, lo que explica la emergencia de corrientes como la conductista y la reflexológica dispuestas a fundamentar, de nuevo, en la experimentación objetiva, esta vez sobre la conducta humana o animal la explicación de los procesos psíquicos.

Durante décadas la Psicología ha sido una ciencia interesada por la conducta externa (conductismo, neoconductismo), o una ciencia interesada por los procesos fisiológicos que pudieran explicarla (reflexología) cuyos avances le han permitido erradicar numerosos errores heredados del pensamiento filosófico que paradójicamente hoy le permiten analizar bajo el constructo de "cognición" como se configura, transforma, y funciona, lo que antaño denominábamos conciencia.

Aunque sigue desconfiando, y con razón de lo que los seres humanos decimos que sucede en la misma cuando realizamos ejercicios de introspección o "autoinspección", por múltiples razones que pasaremos a ilustrar exponiendo un experimento que demuestra el escaso conocimiento que los seres humanos tenemos sobre las auténticas razones de nuestro proceder.

En 1966, Nisbett y Stanley Schatter se propusieron averiguar como interpretaban los sujetos de su estudio la siguiente situación.

Todos ellos iban a recibir choques eléctricos de intensidad creciente. (Los choques eléctricos utilizados en los laboratorios no llegan nunca, como es obvio, a una intensidad capaz de lesionar el organismo, pero son percibidos por los sujetos de forma muy intensa ya que una vez recibido el primero ya están en condiciones de saber que tras él va a darse otro, y otro, y otro..., y sin embargo, suelen resistir, incluso cuando la intensidad se va incrementando). En estas condiciones los choques eléctricos provocan una serie de respuestas reactivas en los sujetos que son perfectamente mensurables como el aumento de las palpitaciones cardiacas (tasa cardiaca), irregularidades respiratorias, sudoración y otros desarreglos del sistema nervioso autónomo que pueden llegar a percibirse como sensación de nudo en el estómago.

Puesto que todos los sujetos iban a recibir idéntico programa de choques eléctricos de intensidad creciente, a todos los sujetos se les iba a causar dichos desarreglos autonómicos. Por tanto, la experiencia iba a ser idéntica, si bien los sujetos iban a experimentar más o menos desarreglos en función de las características de su sistema nervioso autónomo.

Lo que a Nisbett y a Stanley Schatter les interesaba era averiguar qué efectos tenía sobre dicha experiencia lo que los sujetos pensaban que estaba sucediendo.

Así es que decidieron dividir al grupo de sujetos en dos. Previamente a la realización del experimento, a un subgrupo se les iba a dejar pensar lo que quisiera, es decir, no se les iba a proporcionar ninguna información, (grupo control),en cambio a los sujetos del segundo subgrupo (grupo experimental) se les proporcionó una píldora inocua explicándoles que posiblemente les iba a causar algún que otro efecto secundario y aprovecharon la oportunidad para decirles que su ingestión iba a producirles los siguientes efectos secundarios: incremento de la tasa cardiaca, sudoración, irregularidad respiratoria y quizá sensación de nudo en el estómago. Es decir, los desarreglos autonómicos que acabamos de ver suelen causar las descargas eléctricas a las que se les iba a someter.

El propósito de Nisbett y Stanley Schachtter no era otro que desviar la lógica atribución de estos síntomas a las descargas que los generan proporcionándoles otro elemento explicativo.

Este subgrupo, como es usual, recibió el nombre de grupo experimental, porque a todos ellos se les dio una información que, en opinión de Nisbett y Schachter, podía influir en la experiencia que iban a vivir.

Al segundo subgrupo en cambio, Nisbett y Schachter no le proporcionaron ninguna información. Es decir, recibían los electrochoques en idénticas condiciones que el grupo experimental pero sin que a priori se les hubiese proporcionado explicación de ningún tipo, es decir el tratamiento experimental, por lo que se le trató como grupo de control, pues servía para controlar que efectivamente el tratamiento experimental (la información previa) había producido el resultado esperado.

Siendo, como ya hemos explicado, de esperar que el comportamiento del subgrupo de control y del subgrupo experimental variara ante las descargas eléctricas.

Pues bien, Nisbett y Schachter observaron diferencias notables en la capacidad de resistencia de los sujetos a los choques eléctricos.

El grupo experimental toleró mucho mejor la situación y aceptó recibir un número considerablemente más alto de descargas eléctricas que el grupo control.

Finalizado el experimento los experimentadores interrogaron a los sujetos.

A los sujetos del grupo experimental se les fue informando que todos ellos se habían mostrado mucho más resistentes, y se les preguntó que cuál creían que podía haber sido la causa. Puesto que no se les preguntaba por las alteraciones autonómicas, en cuyo caso evidentemente hubiesen informado de los efectos que les habían causado las píldoras sino por su notable superioridad para resistir los choques eléctricos, no supieron informar cuál podía haber sido la causa, de modo que se limitaron a afirmar que porque tenían más aguante. Y pese a que se les informó que la píldora que habían ingerido había servido para disimular que los choques les iban a causar una serie de alteraciones (controladas poligráficamente) se negaron a admitir la existencia de alguna relación entre los resultados obtenidos y el hecho de haber ingerido una píldora.

Cuando a los sujetos del grupo control se les comentó que su rendimiento o aguante había sido inferior a los del otro grupo...

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