Camino hacia la unidad europea desde el federalismo en los personalismos del siglo XX

AutorJoan Alfred Martínez i Seguí
CargoUniversitat de Valéncia
Páginas235-245

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La visión del personalismo comunitario, enraizado en el humanismo cristiano, como única escuela renovadora del pensamiento filosófico-político durante el transcurso de los convulsos años treinta, constituye ya un lugar común de encuentro para la historiografía dedicada al tema. Al menos, desde que Jean Touchard1, eminente historiador de Page 236 las ideas políticas, así lo afirmara, al evidenciar la originalidad de los postulados argüidos por los heterogéneos autores aglutinados bajo las siglas de Esprit o de L'Ordre Nouveau. Reunidos alrededor del llamado ´espíritu de los años treintaª, estas publicaciones y sus respectivos movimientos, impulsados por la convicción del necesario compromiso social de los intelectuales, llegan a configurar una vía intermedia entre las dos ideologías, o incluso economías paralelas, de carácter dominante por aquel entonces, el liberalismo capitalista y el colectivismo abanderado por el socialismo marxista. Tan sólo desdibujadas por los nacionalismos totalitarios de matriz fascista y la estrategia de frentes populares. Pero que, en definitiva, muestran ya la realidad fáctica de la posterior Guerra Fría de manera incipiente en medio de las tensiones propias de la Europa de entreguerras, encaminada, sin remedio, hacia un segundo conflicto bélico de alcance mundial2.

En esta búsqueda de un discurso sociopolítico alternativo, los dos principales polos personalistas ya citados, el grupo Esprit encabezado por E. Mounier y el de Ordre Nouveau representado por Arnaud Dandieu, Alexandre Marc, Denis de Rougemont o Robert Aron, desarrollarán las enseñanzas heredadas tanto, por una banda, del vitalismo humanizador de Ch. Péguy (alter ego francés de Nietzsche, pero desde una aprehensión enérgica y constructiva de la ética, lejana de la connotación castradora y enervante de la moral que se halla en el autor alemán) como, por otra banda, del socialismo cooperativo de P. J. Proudhon, peyorativamente calificado de ´utópicoª por su contemporáneo K. Marx3.

Es así como a lo largo de la década de 1930 al igual que con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la pugna latente entre la URSS y el bloque occidental liderado por los EE.UU., se podría afirmar a buen seguro que el pensamiento destilado por los círculos personalistas se enclava dentro de unas coordenadas comunes, no sistemáticas, delimitadas con un talante, a veces, difuso. Se trata de una tercera vía, del proyecto a favor de una Europa pluralista, democrática en un sentido sustantivo superador de la mera partitocracia, participativa desde el momento en que fomenta una viva y activa sociedad civil, federal preservando la unidad en el seno de la diversidad nacional y regional, socialista en la acepción proudhoniana de mutualismo, más que no en la de estatalismo planificador, opuesta al colonialismo y, en correlación, abierta a una vocación mundial y mundializadora de estructura- Page 237ción jurídica de la sociedad internacional, y, finalmente, guiada en todo instante por el primado de lo espiritual, trascendente, centrado en la persona humana en interrelación comunitaria4.

Sin embargo, a pesar de esta consistencia y unidad profunda en todo aquello ligado a la inspiración última de unas ideas prestas a la acción política inmediata, las distintas sensibilidades y prioridades en cuanto al compromiso intelectual, así como las dispares estrategias y tácticas de actuación determinadas por los avatares históricos y, a menudo, por los lazos personales, evidencian la necesidad de distinguir tres etapas, claramente perfiladas, en la evolución del posicionamiento de los grupos personalistas respecto al ideal de una Europa unida y la asunción del federalismo: 1) El decenio de los treinta prolongado en la Segunda Guerra Mundial. 2) La posguerra hasta bien entrados los años setenta. 3) De fines de la década de 1970 hasta la actualidad.

Comenzando este repaso cronológico, durante la época de gestación del pensamiento personalista encontramos muchos ejemplos que cabría remarcar para verificar la construcción progresiva de un horizonte político de máximos orientado hacia el anhelo de una Europa unida de cariz federal y garante de la paz en el viejo continente. Se trata, por un lado, de un objetivo en parte convergente, desde la distancia crítica al mundo burgués, con algunos destacados esfuerzos europeístas de sectores liberales, como también de instituciones de más amplio espectro ideológico, como es el caso de la Unión Paneuropea fundada en 1923 por el conde Richard de Coudenhove-Kalergi, en pro de consolidar y desarrollar la frágil estructura del organigrama internacional presidido por la inoperante Sociedad de Naciones ginebrina. Por otro lado, no es en nada menospreciable una cierta huella internacionalista de origen inequívocamente socialista, contrapuesta entonces al nuevo rumbo que el Komintern comunista, dirigido por Stalin, impulsaba bajo la consigna de ´socialismo en un solo Estadoª, la URSS, y la consiguiente persecución de los elementos trotskistas, adalides de ´la revolución internacional permanenteª.

Ahora bien, en cuanto a los textos que ejemplifican mejor esta postura europeísta y federal, cohesionadora del conjunto de los autores personalistas durante la década de 1930, cabe apuntar sobre todo, además de las abundantísimas referencias que se pueden hallar en las páginas de la revista Ordre Nouveau 5 (1931-1938), el artículo ´Europa contra las hegemoníasª firmado por Mounier en Esprit en noviembre de 1938, dos meses después de los claudicantes Acuerdos de Page 238 Munich que consagraron la pujanza dominante de la Alemania hitleriana sobre los vencedores de la Primera Guerra Mundial.

En él, el director de la revista personalista más relevante denuncia la política de sometimiento y control opresivo practicada por las sucesivas potencias europeas, en el intento de mantener un equilibrio de terror y de prestigio hegemónico entre Estados-nación. Así, reclamando a la vez la alianza de los diferentes humanismos, tanto de raíz cristiana como laica, y la asunción de una política exterior de fuerza a favor de la paz (rehuyendo el pacifismo inocente y purista), propone la lucha contra el totalitarismo fascista al aseverar lo siguiente: ´Dicho esto, no es únicamente Francia [...] lo que nosotros tenemos que defender para el futuro contra la hegemonía de Berlín: es la realidad federal de Europa. Eso implica que nosotros no tenemos nada que hacer [...] persiguiendo la quimera de una nueva hegemonía diplomática francesaª6.

En este mismo sentido, con antelación, en octubre de 1937, Esprit. Revue internationale, como se subtitulaba entonces, publicó un dossier de especial interés, en la medida en que presentaba una concretización paradigmática de sus principios en la observación de la realidad cotidiana de Suiza, mostrada desde la propia autopercepción de los grupos de trabajo personalistas de aquel país, encabezados por D. de Rougemont. Este pensador destaca la proximidad de la filosofía personalista a las estructuras sociopolíticas helvéticas, reformulando la finalidad última de la neutralidad suiza en aras de una vocación pedagógica de ámbito europeo e incluso mundial enfocada hacia la extensión de una sociedad internacional de base federal.

Reproducimos a continuación las sintomáticas palabras que inician el preámbulo del susodicho informe ´El problema suizo: persona y federalismoª: ´Si, desde el principio, Esprit ha provocado en Suiza unas adhesiones y unas reacciones particularmente numerosas y claras, es porque el personalismo encontraba en los cantones confederados unas tradiciones cívicas y un clima moral que le daban de inmediato un sentido concreto. Lo que podía parecer, en Francia, no ser en sus inicios más que una protesta, una reivindicación, incluso una ruptura, en nombre de una concepción del hombre en general, se hallaba de acuerdo en Suiza con las condiciones físicas e históricas del país. Así, por la fuerza de las cosas -no menos que por la de los temperamentos- la actitud personalista se convertía rápidamente en una política, en el sentido más alto del término. Ella reunía y ella ampliaba una mística no "nacional" -eso no es posible en Suiza- sino más bien comunitaria, y más exactamente: federalistaª7. Dando continuidad a Page 239 esta vía helvética hacia el federalismo europeo, Rougemont se transformará, después de la Segunda Guerra Mundial, en su principal paladín intelectual, al plantear, en palabras del filósofo existencialista...

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