Cambio familiar y solidaridad familiar en España.

AutorGerardo Meil Landwerlin
CargoProfesor Titular de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
Páginas129-154

Cambio familiar y solidaridad familiar en España * GERARDO MEIL LANDWERLIN ** INTRODUCCIÓN L a estructura y dinámica de la vida fa miliar en España no ha sido ajena a los profundos cambios que se han re gistrado en el pasado reciente en la sociedad española (del Campo y Navarro, 1985; del Campo, 1991; Iglesias de Ussel et al., 1994; Iglesias de Ussel, 1998; Alberdi, 1999; Meil, 1999a). Al igual que ha sucedido en el resto de países occidentales, el control social ejerci do sobre los comportamientos familiares se ha alterado profundamente en las últimas décadas. Mientras que, por un lado, se ha re forzado el control social ejercido sobre las di námicas de poder que se desarrollan en el seno de la vida familiar, anteponiendo los de rechos individuales a los de la institución (singularmente los derechos de los miembros socialmente más débiles) y ello tanto en el plano legislativo como en el de las actitudes, por otro lado, se ha reducido el control social ejercido sobre múltiples dimensiones de la re alidad familiar tradicionalmente sujetas a modelos normativos fuertemente arraigados. Esta modificación del control social ejercido sobre la vida familiar ha dado lugar a un es pacio social de libertad individual en la con formación de los proyectos de vida y en las formas de concebir y organizar la vida en pa reja y en familia. En otras palabras, los pro yectos y formas de vida familiar se han privatizado y los modelos heredados de orga nización de la vida familiar han perdido en fuerza vinculante. Las formas de entrada, permanencia y salida de la vida familiar se han flexibilizado quedando las formas que adopte al arbitrio de la negociación y acuerdo entre los protagonistas individuales, o, más precisamente, no siendo legítima la reproba ción social de las formas que se apartan de los modelos heredados del pasado. En este senti do, aunque la familia de origen forma parte del proceso de negociación entre los protago nistas, sus márgenes de actuación para con dicionar la conformación de los proyectos y formas de vida de sus hijos se han visto fuer temente limitados, al haberse erosionado la legitimidad de su intervención. No sólo lo que piensen los vecinos se ha vuelto irrelevante a la hora de decidir en materia familiar, sino que lo que piensen los propios padres puede ser puesto igualmente entre paréntesis a la hora de afirmar las opciones individuales. Las consecuencias de este cambio son de profundo alcance y han afectado de forma muy diferente a las distintas dimensiones de la poli facética vida familiar (Meil, 1999a). Desde un punto de vista muy general, mientras en el 129 * Este trabajo ha sido financiado parcialmente por la Comunidad de Madrid, Proyecto 06/0030/1999, a quien el autor agradece el apoyo recibido. ** Profesor Titular de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 plano de las actitudes y opiniones la cultura familiar española se ha modificado profunda mente en dirección hacia una mayor libertad individual en la configuración de los modos de entrada, permanencia y salida de la vida familiar, esto es, hacia una mayor individua lización, no puede afirmarse lo mismo en el plano de los comportamientos efectivos, don de los ritmos de cambio son muy diferentes según los aspectos de los que se trate. Así, mientras el control de la natalidad y la incor poración de la mujer al mercado de trabajo han conocido un fuerte desarrollo, otras di mensiones como la división del trabajo do méstico entre los cónyuges, la cohabitación o el divorcio han conocido ritmos de cambio mucho más moderados. No es este lugar para abordar ni siquiera a grandes rasgos las di mensiones y características de estos cambios. Nuestro interés en este trabajo, por el contra rio, se centra en analizar cómo han afectado estos cambios a una de las dimensiones im portantes de la realidad familiar como es la solidaridad y el apoyo mutuo que se prestan los miembros de una misma familia. A la hora de abordar esta cuestión nos en contramos con distintos problemas concep tuales, metodológicos y de disponibilidad de datos, como sucede siempre en toda investi gación social. En este trabajo nos basaremos en los datos dispersos y fragmentarios que existen en distintas encuestas realizadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el Centro de Investigación de la Realidad Social (CIRES) así como del Instituto Nacional de Es tadística (INE) para tratar de dar cuenta de las características de la solidaridad familiar en Es paña y cómo ésta se ve afectada por el proceso de cambio familiar. Dado que las fuentes que podemos manejar apenas contienen informa ción sobre relaciones familiares que no sean en tre generaciones sucesivas, nuestro análisis se verá limitado fundamentalmente a la solidari dad familiar entre las generaciones. Por los mismos motivos de insuficiencia de datos, nuestro análisis no podrá abordar tampoco to das las dimensiones relevantes del cambio fa miliar, habiéndose de prescindir así del análi sis de las consecuencias derivadas de la emergercia de la cohabitación como forma al ternativa de inicio de la biografía familiar o del divorcio como forma de su conclusión. A pesar de estas limitaciones, la imagen que se perfila de las consecuencias del proceso de privatización creciente de los proyectos de vida familiar sobre la solidaridad familiar le jos de sugerir un debilitamiento del apoyo mutuo entre las generaciones, evidencia la capacidad de adaptación de la vida familiar a las condiciones sociales cambiantes. A fin de ganar concreción y capacidad analítica dis tinguiremos distintas dimensiones de la soli daridad familiar. Basándonos en los trabajos de Bengston, Mangen y Landry (1988), Ke llerhals et al. (1994) y BawinLegros et al. (1995) distinguiremos distintas dimensiones de la solidaridad familiar, a saber, por un lado, la solidaridad relacional o asociativa, también denominada en ocasiones inmaterial y que hace referencia al contacto entre los miembros de la red familiar, contactos que entre otras muchas funciones mantienen vivo el sentimiento de pertenencia a una unidad común; por otro lado, se distingue también la prestación de servicios de ayuda no remune rada, donaciones y ayuda en forma de bienes o dinero y que recibe distintos adjetivos (soli daridad funcional, material o intercambios familiares). Junto a estas dos dimensiones también consideraremos la convivencia en un mismo hogar como una forma de solidaridad, que adjetivaremos como residencial, pues aunque no ha sido considerada en la literatu ra comparada como tal, es de hecho una de las formas tradicionales de apoyo mutuo en tre las generaciones, cumpliendo un papel de primer orden, como veremos, en el bienestar de los individuos. En primer término analiza remos las características y estructura de es tas dimensiones de la solidaridad familiar, atendiendo también a los efectos de los cam bios en el entorno social y económico en el que tienen que desenvolverse las familias, para en el último punto centrar nuestra atención más específicamente en los efectos del cambio 130 INFORMES Y ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 familiar sobre las dimensiones de la solidari dad familiar anteriormente analizadas. ESTRUCTURADE LA SOLIDARIDAD RESIDENCIAL Y DE LASOLIDARIDAD RELACIONAL ENTRE LAS GENERACIONES Desde la década de los ochenta la edad de emancipación de los jóvenes de su familia de origen para constituir un hogar independiente ha ido elevándose cada vez más en el tiempo. Dada la escasa incidencia de la experiencia de la convivencia prematrimonial y de los hoga res unipersonales, la edad al matrimonio constituye un indicador muy ajustado de la emancipación de los hijos y esta edad no ha hecho, como en el resto de países de la UE, más que aumentar de año en año, de forma que en 1997 la edad media al matrimonio de los varones españoles se situaba ya en los 30 años y en las mujeres en los 28. Detrás de esta postposición sistemática de la emancipa ción de la familia de origen y la constitución de un hogar independiente se encuentran tanto razones de orden económico, como razo nes de orden social y cultural. Entre las razo nes de orden económico hay que citar ante todo la elevada tasa de desempleo juvenil y la dualización del mercado de trabajo que ha ido registrándose a partir de mediados de la dé cada de los setenta y que ha afectado, sobre todo, a los miembros que se han ido incorpo rando al mercado de trabajo, esto es, a los jó venes y a las mujeres. Las aspiraciones a mantener al menos los niveles de consumo y el status social logrado por los padres, junto con las exigencias derivadas de una cultura juvenil centrada en elevados niveles de con sumo de bienes y servicios de ocio, a la que se añade un modelo cultural donde la formación de un hogar independiente, y tanto más la constitución de una familia propia, pasa por el acceso a la propiedad de una vivienda ple namente equipada, en un contexto, por otra parte, donde el sistema de protección social de las rentas depende no tanto del estado de necesidad como de la carrera de asegura miento que se ha podido formar, todos estos factores han contribuido decisivamente a ha cer cada vez más difícil la formación de un ho gar independiente y la necesidad de acumular durante más tiempo el capital necesario para poder emanciparse con arreglo a los modelos socialmente establecidos. En el contexto actual de una limitada movilidad geográfica, esta acumulación se ha hecho posible gracias a la prolongación de la permanencia en el hogar de los padres, facilitada por el profundo pro ceso de democratización de las relaciones in tergeneracionales en el seno de la familia nuclear al reducir el control ejercido por los padres sobre el comportamiento de los hijos y evitar los consecuentes conflictos intergene racionales. Así, no deja de resultar sorpren dente que a pesar de esta prolongación de la permanencia en el hogar, y a la luz los cam bios culturales arriba esbozados, las relacio nes entre padres e hijos sean valoradas masivamente como positivas por éstos. En este sentido, el cambio familiar registrado en España en dirección hacia la privatización de los proyectos de vida familiar y la pluraliza ción (limitada) de los modos de vida, lejos de minar una de las formas tradicionales de la solidaridad familiar, la ha reforzado en tiem pos de crisis al redefinirla sobre unas nuevas bases. Los datos contenidos en la tabla 1 son cla ramente ilustrativos del alcance y la impor tancia de esta «solidaridad residencial» de los padres hacia sus hijos, evidenciando así la re levancia que tiene la familia española como mecanismo de estabilización social en un con texto marcado por una extendida frustración profesional derivada de la prolongación del período formativo y las elevadas tasas de de sempleo, así como ilustra el papel decisivo que cumple como plataforma de colocación de sus miembros en la estructura social. Más de la mitad de los recién casados dispone de una vivienda en propiedad y del resto uno de cada cuatro disfruta de una vivienda cedida gra tuitamente, que si bien la encuesta «Panel de 131 GERARDO MEIL LANDWERLIN REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 hogares, 1994» no proporciona información sobre quién la ha cedido, es razonable supo ner que mayormente procede de la familia. El equipamiento de las viviendas de los jóvenes matrimonios (menos de 6 años casados) con televisión en color (98 %), video (61 %), mi croondas (29 %), lavavajillas (17 %) y teléfono (86 %), así como la posesión de un vehículo propio (69 %) no difiere, por otro lado, en ab soluto del equipamiento medio de los hogares de las personas casadas y, por tanto, como me dia del equipamiento del hogar de sus propios padres. Aunque hay lógicamente diferencias por clases sociales así como promoción social in tergeneracional, estos datos ilustran que du rante la prolongación de la permanencia en casa de los padres los hijos han podido no sólo consolidar su situación en el mercado de traba jo a fin de poder hacer frente a un elevado en deudamiento por la compra de la vivienda, sino acumular el capital necesario para equipar su vivienda con arreglo al nivel medio de vida. Probablemente, además, en una parte de estos nuevos propietarios haya habido también transferencias directas de dinero o préstamos sin interés, como se ha evidenciado en otros países, (para Francia véase Bonvalet et al., 1993), pero carecemos de suficientes datos para poder cualificar su alcance. El hecho, no obs tante, de que la suficiencia de los ingresos para hacer frente a los pagos sea la misma que las dificultades que tienen el conjunto de los hogares (como media) para llegar a finales de mes (un 36 % llega con dificultad a finales de mes en ambos tipos de hogares) evidencia que el proceso de independización no se hace habitualmente bajo condiciones especialmen te críticas, lo que demuestra aun más clara mente la importancia de la capitalización financiera durante la prolongación de la per manencia de los jóvenes en el hogar de los pa dres. Aunque habitualmente se considera que las clases sociales más elevadas tienen un ac ceso más independiente a la vivienda, pres tando los padres mayor atención a la formación educativa de sus hijos, mientras que entre las clases sociales peor situadas la importancia de la ayuda familiar en la adqui sición de la vivienda es mayor, la desagrega ción de los datos en función del nivel educativo del cabeza de familia, aunque evi dencia que entre quienes tienen un menor ni vel educativo existe una mayor proporción que viven en una vivienda cedida a título gra tuito, mientras que entre quienes tienen un mayor nivel educativo hay una mayor propor ción de propietarios de sus viviendas, las di ferencias no son muy marcadas (5 y 66 % respectivamente entre quienes tienen título universitario o similar y 18 y 53 % entre quie nes tienen educación primaria o menos). La solidaridad familiar juega así, en cualesquie ra de los casos, un papel muy importante en la formación del nuevo hogar y, por tanto, en 132 INFORMES Y ESTUDIOS TABLA 1. TITULARIDAD DE LA VIVIENDA DE LOS MATRIMONIOS EN FUNCIÓN DEL NÚMERO DE AÑOS DESDE EL INICIO DE LAUNIÓN 02 años 35 años 6 o más años Total En propiedad 58 62 84 82 Alquilada 31 22 10 12 Cedida 10 16 5 6 Total 100 100 100 100 (N) (163) (323) (4.796) (5.255) Fuente: INE, Panel de hogares, 1994, microdatos, submuestra cabezas de familia casados. REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 el inicio de la biografía familiar de los hijos de acuerdo con los criterios socialmente estable cidos. Una cuestión diferente, no obstante, es si los actores son conscientes o no de la im portancia de la solidaridad familiar y los da tos de los que disponemos no sugieren una conciencia de la importancia que ésta tiene. Así, la mitad de los entrevistados casados o emparejados consideraban en 1990 que la ayuda recibida de su familia era insuficiente (48 %) (Alberdi, Flaquer e Iglesias de Ussel, 1994). Pero el hecho de que los actores no sean plenamente conscientes de las caracte rísticas de sus relaciones familiares, a pesar de tener sus consecuencias en términos de la calidad de sus relaciones, no afecta, sin em bargo, al funcionamiento real de la solidari dad familiar. La iniciación de la biografía familiar supo ne en la inmensa mayoría de los casos la for mación de un hogar independiente al de los padres. Este nuevo hogar se encuentra ma yormente en el mismo municipio que el de los padres, de forma que entre el 50 y el 60 % de los hijos que no viven con sus padres viven en el mismo municipio que éstos (variando se gún la edad y el sexo) a lo que hay que aña dir alrededor de un 20 % que vive en otro municipio de la misma provincia (INE, 1994), pero estos datos subestiman la pro ximidad de las generaciones. Según otros estudios, sólo el 11 % de las personas mayo res de 64 años con hijos no tienen ningún hijo que viva en el mismo municipio de resi dencia, siendo esta frecuencia más elevada en los municipios de menor tamaño (27 % si vive en un pueblo de 2.000 o menos habitan tes) que en las ciudades y habiendo incluso una elevada proporción de padres mayores que viven en el mismo municipio que todos sus hijos (44 %, siendo más frecuente en las grandes ciudades), lo que tiene su origen en el proceso de fuerte urbanización registrado sobre todo a partir de la industrialización de los sesenta (Meil, 2000). La distancia entre las generaciones dentro de un mismo munici pio depende del tamaño del mismo, pero, en general, esta distancia no es percibida como elevada. Así, según una encuesta reciente a personas de 65 o más años, sólo un 10 % de los encuestados que tenían hijos viviendo en la misma localidad calificaban esta dis tancia de lejos o muy lejos, frente a un 66 % que consideraba que éstos vivían cerca o muy cerca y un 6 % que vivían en la vivien da contigua (CIS, 1999). Según un estudio realizado por el autor en el área metropoli tana de Madrid, un 36 % de las familias con algún hijo menor de 13 años tenía al menos a uno de los padres a menos de 15 minutos de distancia y un 55 % a menos de media hora, lo que a juzgar por los datos prece dentes ilustra más bien cierto distancia miento de las generaciones que una elevada proximidad geográfica, que se explica por el hecho de que estos municipios se hayan for mado por la inmigración registrada a partir de los sesenta. Más relevante resulta, por el contrario, el hecho de que las nuevas familias que se han ido formando, esto es, aquéllas cuyo hijo mayor tiene menos de 6 años, viven mucho más próximas a sus padres que las ge neraciones más mayores (47 y 66 % respecti vamente fente a un 24 y 38 % de las que tienen un hijo mayor de 13 o más años), lo que evidencia que los procesos de urbaniza ción, aunque afectan a la proximidad resi dencial de las generaciones, no se traducen en una ruptura de la tendencia a la concen tración espacial de las generaciones. Más aún, aunque en este estudio se evidencia como en otros (Bonvalet et al., 1993; Keller hals et al., 1994) que la proximidad geográfi ca de las generaciones es mayor entre las clases populares que entre las clases medias y mediasaltas, los indicadores sobre el cam bio familiar (ideología de rol, participación de la mujer en el mercado de trabajo o incluso grado de división del trabajo doméstico) no muestran una clara tendencia en dirección hacia un distanciamiento de las generacio nes, por lo que el proceso de cambio familiar que está registrándose en España no parece afectar al principio de proximidad residencial de las generaciones. 133 GERARDO MEIL LANDWERLIN REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 Esta proximidad geográfica sienta las ba ses para una elevada frecuencia de contactos entre las generaciones y con el resto de la red de parentesco. Se ha discutido (de Miguel, 1995:484) si el contacto con familiares es más frecuente que el que existe con amigos o vice versa, dependiendo el resultado en buena medida del tipo de indicadores utilizados para establecer las comparaciones. En cual quier caso, no obstante, la frecuencia de con tacto con la red de parentesco se evidencia como muy elevada. Diversas encuestas reali zadas por CIRES evidencian la elevada sensi bilidad de las respuestas al tipo de preguntas formuladas, pero también la elevada frecuen cia de contacto con los familiares con los que no se convive: alrededor de un 75 % de la po blación mayor de 30 años ve por lo menos una vez a la semana a estos familiares, según po nen de relieve distintas encuestas realizadas a mediados de los 90 (CIRES, 1995). Aunque este contacto es más intenso a lo largo de la línea vertical, se evidencia igualmente fre cuente a lo largo de la línea horizontal. Así, según un reciente estudio del CIS (1999) a personas de 65 o más años, mientras un 95 % de los mayores que tenían hijos en la misma localidad los habían visto al menos varias ve ces al mes y un 91 % a sus nietos, algo más de la mitad (55 %) de los encuestados que tenían hermanos, primos u otros familiares tuvo re lación personal varias veces al mes con algu no de los miembros de esta red familiar (véase tabla 2). Este contacto, por otra parte, se enmarca dentro de una red de sociabilidad más amplia que incluye también contactos frecuentes con amigos y vecinos y que tiene, sobre todo, una base relacional de tipo perso nal y directa, más que a través de contactos telefónicos, lo que evidencia una solidaridad relacional familiar de carácter comunitaria más que asociativa. La intensidad de estos contactos personales queda patente en el he cho de que el 85 % de estos mayores fue a vi sitar o pasó algún tiempo al menos una vez durante la semana anterior a la entrevista con alguna persona con la que no vive. La edad y el deterioro de la salud condicionan decisivamente la configuración de las redes primarias de integración social de los mayo res, pues mientras el contacto con amigos y vecinos se reduce sustancialmente, la red de parentesco y, sobre todo, la que se encuentra espacialmente próxima, permanece inaltera 134 INFORMES Y ESTUDIOS TABLA 2. FRECUENCIADE CONTACTOS PERSONALES Y TELEFÓNICOS DE LOS MAYORES (65 AÑOS Y MÁS) CON DISTINTOS MIEMBROS DE SU RED SOCIAL. PORCENTAJE QUE SEÑALAQUE LOS VE O HABLAPOR TELÉFONO AL MENOS VARIAS VECES AL MES RESPECTO AL TOTAL QUE INDICATENER LA CITADACATEGORÍA DE RELACIÓN Teléfono Personal Con hermanos, hermanas y otros familiares 41 58 Con hijos que no viven en el mismo municipio 78 58 Hijos que viven en el mismo muncipio y en otro hogar al del mayor 72 92 Nietos 65 85 Ve c i nos 19 92 Amigos del Club 24 70 Amigos que no son vecinos 32 75 Fuente: CIS, Estudio 2279, La soledad de los mayores, microdatos, marzo de 1998. REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 da (algo más de un 80 % de los mayores nece sitados de ayuda para la realización de las ta reas cotidianas veía con mucha o bastante frecuencia a nietos e hijos que vivían en la misma localidad frente a un 42 % de amigos) (CIS, 1993), evidenciando así la centralidad de las relaciones familiares en la evitación del aislamiento social en el ocaso de la vida. Aunque el tamaño objetivo de la red de pa rentesco puede influir en la densidad de la so lidaridad relacional, lo cierto es que los datos de los que se dispone evidencian que el núme ro de hijos no condiciona los indicadores so bre frecuencia de contactos con hijos y nietos o distintos indicadores de tono vital de la ge neración de los mayores (Meil, 2000), eviden ciando así la existencia de dos círculos dentro de la red de parentesco, uno más íntimo y res tringido con el que se mantienen contactos frecuentes y otro más amplio con el que se mantienen relaciones más esporádicas, tal como se ha puesto de relieve también en otros países (Kellerhals et al., 1995). El proceso de fuerte contracción de la familia que está co nociendo la familia española no tiene así por qué traducirse en un debilitamiento de la red de sociabilidad familiar, como el proceso de urbanización tampoco se ha traducido en un debilitamiento de la solidaridad relacional, por más que el contacto sea algo menos fre cuente en los grandes núcleos urbanos que en los municipios de menor tamaño. En este sentido, el análisis transversal de los datos disponibles, a falta de datos longitudinales, no permite respaldar la tesis de un eventual debilitamiento de la solidaridad relacional al hilo del proceso de cambio familiar en Espa ña. El envejecimiento y la muerte de uno de los padres vuelve a plantear la cuestión de la convivencia entre las generaciones. La edad y la viudedad como tales han dejado de ser causa necesaria del reagrupamiento de las generaciones, tanto para las mujeres, como incluso crecientemente también para los varo nes. Mientras viven ambos padres se mantie ne el principio de separación residencial de las generaciones, la proporción de mayores en pareja que viven en casa de sus hijos es muy baja (menos de un 2 % de los mayores de 65 años en 1998) y suele corresponder mayor mente a situaciones especiales de necesidad de cuidado de los mayores. La muerte de uno de los mayores no es en sí misma causa inme diata del acogimiento del mayor en casa de los hijos, ni para las mujeres, ni entre tanto tampoco para los hombres, aunque la propor ción de viudos que viven solos es minoritaria (un 28 % de los varones y un 37 % de las mu jeres mayores de 64 años en 1993 (CIS, 1993). La razón de ello está en la extensión de la «solidaridad residencial» de las generacio nes, pero no sólo derivada de la norma de aco gimiento de los mayores en el hogar de los hijos, sino porque en una apreciable propor ción de hogares de los mayores enviudados todavía viven hijos solteros. De hecho viven casi tantos mayores de 64 años viudos con hi jos en su casa (29 %, de los que algo más de la mitad tienen algún hijo soltero) como viudos viven en la de sus hijos (31 %). El número de hogares formados por personas mayores que viven solas está creciendo, si bien no de forma uniforme y aunque en los últimos años haya descendido su número, el hecho de que entre 1985 y 1995 la proporción de estos hogares haya crecido un 75 % denota una tendencia creciente, cuya inversión cree mos se debe más a razones coyunturales que a una reforzamiento de las normas de «solidari dad residencial» (INE, 1997). En este sentido, puede afirmarse que el principio que rige la convivencia entre las generaciones es el de «in timidad a distancia» (Rosenmary, 1967), no exento, sin embargo, de ambivalencias deri vadas de una generalizada aversión a las re sidencias de la tercera edad y un extendido rechazo a vivir solo. La necesidad de ayuda para la realización de las actividades cotidianas suele activar no sólo la ayuda personal, sino también la soli daridad residencial entre las generaciones al implicar generalmente el reagrupamiento de las generaciones, mayormente en casa de los 135 GERARDO MEIL LANDWERLIN REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 hijos, siempre que el cónyuge haya muerto y normalmente cuando el vivir solo se vuelve muy difícil. En caso de que ambos cónyuges sigan vivos, lo normal es que un cónyuge cui de del otro, con o sin ayuda de otra persona, pero si las generaciones no conviven, la nece sidad de ayuda no suele implicar el reagrupa miento de las generaciones. Cuando el mayor pasa a vivir en casa de uno de sus hijos suele ser habitualmente en casa de una de las hijas y sobre una base permanente, no de forma ro tativa (84 % según CIS, 1993). La edad, el es tado civil y la necesidad o no de ayuda para la realización de las actividades cotidianas son los principales factores que condicionan la so lidaridad residencial de los hijos hacia los pa dres. Más allá de estos factores, la tenencia o no de hijas también condiciona esta forma de solidaridad familiar, dado el papel central que tienen las mujeres dentro de la red fami liar, por lo que el vivir solo y cuando se nece sita ayuda para la realización de una o más tareas cotidianas es más probable si no se tie nen hijas. En este sentido el proceso de con tracción de la familia derivado de la fuerte caída de la natalidad está cambiando las ba ses para este tipo de solidaridad en el futuro. Las diferencias campociudad no son exce sivamente marcadas, aunque en las grandes ciudades sí es observable una menor materia lización de la solidaridad residencial con los mayores, probablemente por la mayor dispo sición de servicios sociales así como por una mayor presencia del principio de «intimidad a distancia», así como en los pueblos más pe queños debido a la emigración de los jóvenes hacia los núcleos urbanos. La clase social me dida a través del nivel educativo, una vez controlados los demás factores, no condiciona la forma que adopta este tipo de solidaridad familiar, aunque sí el nivel de ingresos de los mayores, de forma que cuando éstos son más 136 INFORMES Y ESTUDIOS TABLA 3 . FORMAS DE CONVIVENCIAEN HOGARES PRIVADOS DE LOS MAYORES DE 65 AÑOS SEGÚN SU ESTATUS FAMILIAR Y SU CAPACIDAD PARALA REALIZACIÓN DE LAS TAREAS COTIDIANAS Estatus familiar Forma de convivencia No necesita ayuda Tiene dificultades Necesita ayuda Casado y con hijos Con cónyuge y eventualmente hijos en su domicilio En casa de los hijos con cónyuge Otras formas Total 94 2 4 100 93 5 2 100 88 11 1 100 Casado y sin hijos Con cónyuge Otras formas Total 94 6 100 100 0 100 100 0 100 No casado* y con hijos Solo Con hijos en su casa En casa de los hijos Otras formas Total 43 30 18 9 100 38 30 24 8 100 19 28 47 6 100 No casado* y sin hijos Solo Con familiares Otros Total 57 26 17 100 63 16 21 100 35 42 25 100 * Soltero/a, viudo/a, separado/a y divorciado/a. Fuente: CIS, Estudio 2072, Apoyo informal a los mayores I, microdatos, noviembre 1993. REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 elevados hay una mayor proporción de mayo res que viven solos, aunque manteniendo contactos frecuentes con su red de parentes co, mientras que si los ingresos son menores es más probable la convivencia de las genera ciones 1 . La ausencia de recursos económicos unida a la viudedad y la pérdida de capacidad funcional fuerzan la convivencia de las gene raciones, sobre todo, entre las clases menos favorecidas. La carencia de hijos (no muy fre cuente entre la actual generación de los ma yores) implica una mayor probabilidad de vi vir solo, aunque si es necesaria ayuda para la realización de las tareas cotidianas es más probable la convivencia con otros familiares que el vivir solo. Estos datos sugieren la for taleza de los vínculos familiares más allá de la familia de creación, pero dado que los datos en los que nos basamos están recogidos úni camente entre mayores que viven en hogares privados, no incluyendo, por tanto, los que vi ven en instituciones, no puede deducirse que quienes no tienen hijos puedan contar con la solidaridad residencial de hermanos u otros familiares. Todas las relaciones estructurales que he mos analizado sugieren la existencia de una 137 GERARDO MEIL LANDWERLIN 1 Así, según el Panel de hogares, 1994 del INE, los ingresos medios anuales de las viudas mayores de 64 años que vivían solas era un 10 % superior al de las viu- das que vivían en un hogar con todos los miembros em- parentados (777.516 frente a 704.732 pts.) y entre los varones la diferencia era incluso mucho mayor, 23 % (1.148.903 frente a 933.180 pts.) (INE, 1994b) TABLA 4. MODELO DE REGRESIÓN LOGÍSTICA DE LOS FACTORES PREDICTIVOS DE QUE LOS MAYORES VIVAN SOLOS Y EN CASADE SUS HIJOS Vive solo (1)/otras formas de onvivencia (0) Vive en casa de los hijos (1)/otras formas de convivencia (0) Exp(b) Exp(b) Sexo del encuestado (base: mujer) Va rón Edad Estado civil (base: no viudo) Viudo Autonomía (base: no necesita ayuda para tareas cotidianas) Necesita ayuda o tiene dificultades para realizarlas Sexo de los hijos (base: tiene hijas) Todos los hijos varones Tamaño del municipio de residencia (base: 50.000 o más hab.) Municipio de 50.000 o menos habitantes Bondad del ajuste: Aumento de chicuadrado Especificidad (% aciertos y=0) Sensitividad (% aciertos y=1) % total de aciertos 0,59* 0,97*** 47,0*** 0,5*** 2,2*** n.s. 523*** 97 17 85 n.s 1,08*** 5,30*** 2,17*** 0,58*** 1,30* 412*** 96 19 84 Leyenda: Exp(b) es el estimador de la proporción de mayores que viven solos (viven en casa de los hijos) frente a las demás formas de convivencia. Valores mayores que 1 significan que esta proporción y, en consecuencia, la correspondiente proba bilidad aumenta cuando cambia la base elegida de la variable independiente (cuando se es varón, viudo, con la edad, etc.), mientras que si es menor disminuye y no cambia si adopta el valor 1. Los asteriscos miden la probabilidad (* 5 %, ** 1 % y *** 0,1 %) de cometer un error al postular la relación cuando de hecho no existe, mientras que n.s. significa que esta proba bilidad es demasiado elevada para considerar la relación estadísticamente significativa. Fuente: CIS, Estudio 2072, «Apoyo informal a los mayores» (población mayores 64 años) REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 norma de «reciprocidad diferida» entre las ge neraciones en lo que se refiere a la solidari dad residencial: los hijos permanecen en casa hasta que pueden independizarse sin perder nivel de vida y posteriormente, una vez que uno de los padres ha quedado solo y no puede valerse por sí mismo es «compensado» (si tie ne hijas) siendo cuidado en casa de uno de sus hijos (hijas). Esta «reciprocidad diferida» tie ne su base en las normas de la solidaridad fa miliar, pero descansa, sobre todo, en la proximidad geográfica de las generaciones y en la frecuencia de contactos que ésta posibi lita a lo largo de toda la vida. Esta norma de «reciprocidad diferida» observable en las pau tas de convivencia de las generaciones pare ce, no obstante, estar sujeta a un profundo cambio, como veremos en el siguiente epígra fe al analizar el cuidado (no la convivencia) de los mayores. ESTRUCTURA DE LA SOLIDARIDAD MATERIAL ENTRE LAS GENERACIONES Dentro de la solidaridad material entre las generaciones se incluyen las ayudas que bien en forma de dinero, bienes o servicios personales contribuyen directamente al bie nestar de los individuos y que pudiendo ser adquiridas en el mercado a cambio de dinero son, sin embargo, transferidas sin contrapar tida monetaria directa entre los miembros de la red familiar. Comenzaremos nuestro análi sis centrando la atención en la ayuda en for ma de dinero. Más allá de la ayuda en el inicio de la bio grafía familiar, o eventualmente en caso de separación, las ayudas financieras entre las generaciones (distintas de las herencias) no están tan extendidas como otras formas de la solidaridad familiar, aunque tampoco es in frecuente la ayuda mutua entre las genera ciones en casos de necesidad. Según el «Panel de hogares, 1994», una encuesta diseñada es pecíficamente para analizar la estructura y fuentes de ingresos de los hogares privados, un 5,7 % de los hogares recibieron en 1993 transferencias de otros hogares privados, un 84 % de los cuales procedía de la red de pa rentesco mientras que un 11 % procedían del excónyuge. Como también se evidencia en otros estudios comparados (BawinLegros et al., 1995; AttiasDonfut, 1995) al margen de las instituciones formales (bancos, etc.), la fa milia es el principal recurso que puede movi lizarse cuando se necesita dinero, pues a las amistades solamente se recurre en circuns tancias muy especiales y para importes pe queños. Dado que el importe medio de las ayudas recibidas es elevado (alrededor del 18 % de la media de ingresos de todos los hogares), la citada encuesta solamente recoge o impor tes muy elevados o transferencias regulares entre los hogares, pero no la multiplicidad de ayudas financieras mutuas que pueden circu lar dentro de la red de parentesco ni las ayu das entre las generaciones dentro de un mismo hogar, como tampoco los préstamos que en determinadas circunstancias puedan realizarse. Otras encuestas que no se centran tanto en la estructura de los ingresos de los hogares, sino que indagan sobre la conciencia de la existencia de ayudas monetarias entre las generaciones sugieren la existencia de una ayuda mutua mucho más extendida. Así, según la encuesta «apoyo informal a los ma yores» (CIS, 1993), el 24 % de los mayores de 64 años con hijos declararon que les ayuda ban financieramente y un 19 % reconoció re cibir ayuda financiera, ya fuera de forma directa o complementando gastos. La fre cuencia de estas ayudas depende en gran me dida de las pautas de convivencia de las generaciones, de forma que si viven separa das son infrecuentes (un 12 % ayuda a sus hi jos y un 9 % son ayudados por éstos), pero si conviven en un mismo hogar, particularmen te si es en casa de los hijos, la ayuda financie ra mutua está muy extendida. Esta ayuda no sólo se da en los casos de viudas mayores sin pensión suficiente, sino en todas las circuns tancias y así un 41 % de los mayores que vi ven en casa de sus hijos entregan todos sus 138 INFORMES Y ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 ingresos a éstos, mientras que un 44 % aporta a la economía familiar parte de los mismos. Por tanto, en el caso de conviven cia de las generaciones, lo que se da habi tualmente es una reciprocidad económica entre las mismas, lo que no excluye la autono mía financiera de la generación de los mayo res, particularmente si la situación económica del hogar es holgada. Cuando las generaciones viven separadas, por el contrario, la ayuda fi nanciera entre los miembros de la familia es no sólo más infrecuente, sino que deriva ma yormente de la necesidad, por lo que no está basada en la norma de reciprocidad sino en la normadeayudamutua.Esteeselcaso,por ejemplo,de los jóvenes siningresosqueviven en otro municipio, desempleados o sin ingre sos suficientes y con niños que reciben ayuda desuspadres o de otros familiares, pero no mayormente en los casos de separación (según los datos recogidos en el Panel de hogares, 1994), en cuyo caso la pauta pa rece ser que si la mujer necesita ayuda fi nanciera pasa a vivir nuevamente con sus padres (un tercio de las mujeres separa das y alrededor de un cuarto de las muje res divorciadas vivían con sus padres, según esta fuente). La ayuda de los padres hacia los hijos pro cede mayormente del padre, de acuerdo con una pauta observable también en otros estu dios (Kellerhals et al., 1995), mientras que 139 GERARDO MEIL LANDWERLIN TABLA 5. INTERCAMBIOS FINANCIEROS ENTRE LAS GENERACIONES SEGÚN EL TIPO DE CONVIVENCIADE LOS MAYORES Con hijos Sin hijos en casa del mayor con en casa del hijo con To t a l Solo Cónyuge Cónyuge hijos Hijos Cónyuge Solo Familia res Ayuda financiera de los mayores a sus hijos o familiares Ayuda 9 13 34 29 29 49 23 24 12 No ayuda 91 87 66 68 71 51 77 76 88 Total 100 100 100 100 100 100 100 100 100 Tamaño muestra 311 757 290 276 45 280 30 2.038 265 Ayuda financiera de los hijos o familiares a los mayores Depende económi camente de ellos --- --- 1 5 8 15 7 3 5 Complementan ingresos 5 3 7 16 11 15 17 7 3 Complementan gastos 7 4 9 17 17 11 10 8 3 No recibe ayuda 88 92 81 62 56 58 70 82 82 N.c. 1 1 2 2 6 3 3 1 9 Total 100 100 100 100 100 100 100 100 100 Tamaño muestra 295 873 373 285 43 234 32 2.180 309 Estudio 2072, «Apoyo informal a los mayores» (población mayores 64 años). REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 las madres suelen ayudar a sus hijos prestán doles servicios, el padre suele hacerlo con di nero. Esta pauta, sin embargo, solamente opera en caso de separación residencial de las generaciones, porque las mujeres mayores vi viendo en casa de sus hijos ayudan también al menos en parte a la economía del hogar. Junto a la ayuda financiera, otra de las formas típicas que toma la «solidaridad mate rial» es la ayuda en el cuidado y atención de los niños. A pesar de que esta ayuda está bas tante extendida, como se verá a continuación, ello no significa que los hijos puedan contar au tomáticamente con los abuelos para resolver el problema de la conciliación de vida familiar y vida laboral. Las actitudes y opiniones en este sentido son en la actualidad bastante ambigüas y están a menudo acompañadas de sentimien tos encontrados. Así, en nuestra encuesta «nue vas familias en nuevos municipios» la mayor parte de las madres de al menos un hijo menor de 13 años residente en la corona metropolita na de Madrid consideraba que «lo mejor es no tener que recurrir a la familia, pues tienen bastante con lo suyo» (sólo un 19 % se mostra ba en desacuerdo con este enunciado) y una mayoría incluso citaba como motivo para no recurrir a la familia el evitar conflictos (54 %). Por otro lado, sin embargo, la mayor parte de las entrevistadas consideraba también que «los abuelos, en la medida de sus posibilida des, deberían echar una mano con el cuidado y atención de los niños, independientemente de si la mujer trabaja» (sólo un 28 % se mostraba en desacuerdo). Las mujeres con mayor nivel educativo tendían a mostrarse menos ambi güas y a favorecer la ayuda de los abuelos cuan do ambos progenitores trabajan (esto es, en su propio caso), aunque, por otra parte, también tenían una opinión mucho más positiva de las escuelas infantiles, como recurso disponible para conciliar vida familiar y vida laboral cuando los niños son pequeños, que las muje res con menor nivel educativo, que claramen te preferían a los abuelos como potenciales cuidadores de los niños. En consecuencia, al menos en la España urbana, la implicación de los abuelos en el cuidado y atención de los niños no es considerado como algo «natural» en las relaciones familiares, si bien, y como lo ilustran las actitudes y opiniones de las mu jeres con mayor nivel educativo, el cambio so cial que se está registrando en la actualidad no implica el rechazo de esta forma de solida ridad familiar cuando ambos padres traba jan. La implicación real de los abuelos en el cuidado de los niños está bastante extendida, gracias en buena medida a que las abuelas no tienen un trabajo extradoméstico, aunque tampoco se puede afirmar que sea la norma. Así, en nuestra encuesta a «nuevas familias en nuevos municipios» un 36 % de las madres con un trabajo extradoméstico y un 24 % de las amas de casa afirmaron recibir ayuda con mucha o bastante frecuencia de sus padres y un 14 y un 10 % respectivamente afirmaron recibirla con igual frecuencia de sus suegros. Otra encuesta basada en una muestra nacional de madres trabajadoras evidencia que la mitad (48 %) de las madres trabajadoras de hijos me nores de 18 años era ayudada por su madre cuando vivía en el mismo municipio; un 17 % de estas mujeres afirmaron que no podrían traba jar si no fuera por la ayuda recibida y un 27 % adicional calificaba esta ayuda como muy im portante (Tobío, 1998: 86 y ss.). La frecuencia de esta ayuda varía mucho según sea el trabajo de la madre, la edad de los hijos y la distancia a la que viven los fami liares, especialmente la madre. Así, la ayuda recibida es mayor cuanto menor es la edad de los hijos y cuanto más próximas vivan las ge neraciones, siendo la ayuda máxima cuando viven en un mismo hogar o en el mismo edifi cio. Con diferente grado de intensidad y dife rentes indicadores, estas pautas quedan claramente establecidas en las dos encuestas referidas. Así, en la encuesta dirigida por To bío un tercio (37 %) de las madres trabajado ras menores de 30 años consideraban que podrían trabajar sin la ayuda recibida de la red familiar y otro tercio (32 %) calificaba la ayuda recibida como muy importante; sola 140 INFORMES Y ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 mente entre las madres mayores de 39 años se calificaba mayormente (64 %) como poco importante la ayuda recibida. La ayuda reci bida fluye fundamentalmente a través de la línea madrehija, siendo la ayuda de la ma dre al menos tres veces más frecuente que la ayuda de los suegros. Las ayudas proceden tes de otros miembros de la red familiar no son infrecuentes, pero suelen darse sólo en casos puntuales o con mayor frecuencia cuan do alguno de los hermanos viven todavía con los padres y ayudan a éstos en el cuidado de los nietos. Estas ayudas proceden fundamen talmente de las hermanas más que de los hermanos o cuñadas, lo que evidencia una vez más la importancia de la consanguinidad por vía femenina y de la red familiar como re curso cuando se necesita ayuda. En nuestra encuesta a «nuevas familias en nuevos muni cipios», sólo un tercio (36 %) de las mujeres encuestadas con hermanas declararon no ha ber recibido nunca ayuda de éstas, frente a la mitad que declararon no haber recibido nun ca ayuda de hermanos o cuñadas (50 y 49 %, respectivamente). Por otra parte, la ayuda recibida de la red familiar funciona sin gene rar mayores problemas y para satisfacción de ambas partes, no generando, a juicio de la gran mayoría de las entrevistadas, conflictos, sobre todo cuando la ayuda recibida procede de familiares consanguíneos. No obstante, también es preciso llamar la atención sobre el 12 % de casos en la relación madrehija y en el 24 % de casos en la relación nuerasuegra donde no se recibe ayuda o ésta se pide o se da con reticencias. 141 GERARDO MEIL LANDWERLIN TABLA 6 PAUTAS DE AYUDAEN EL CUIDADO DE LOS NIÑOS POR PARTE DE LOS ABUELOS QUE CUIDAN NIÑOS SEGÚN EL TIPO DE CONVIVENCIA Solo Cónyuge En casa del mayor con En casa del hijo con To t a Cónyuge e hijos Hijos Cónyuge Solo Familia res Porcentaje que cuida niños* 20 25 28 26 32 15 33 24 El cuidado de los niños es**: -- Diario, mientras padres trabajan 29 29 39 50 --- 69 --- 35 -- Ocasional, cuando padres salen 75 71 60 56 --- 56 --- 66 -- En vacaciones 29 18 16 5 --- 27 --- 17 -- Cuando los niños están enfermos 33 29 24 18 --- 35 --- 26 -- Llevan/buscan a diario del colegio 1+ 11 14 14 --- 8 --- 13 -- A diario para darles de comer 17 9 10 16 --- 18 --- 12 Tamaño submuestra 45 174 85 46 8 14 6 388 * Porcentaje sobre mayores que tienen nietos y no necesitan ayuda para las actividades cotidianas. ** Respuesta múltiple: la diferencia de cada valor hasta 100 es la proporción de los abuelos que ayudando en el cuidado de niños no lo hace en la opción correspondiente, por tanto, no es el porcentaje respecto al total de mayores de cada categoría de convivencia, sino respecto a la proporción que figura en la primera fila de la tabla. Estudio 2072, «Apoyo informal a los mayores» (población mayores 64 años) REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 Visto desde el punto de vista de los abuelos y según los datos proporcionados por el «Pa nel de hogares, 1994», el 12 % de las mujeres de más de 50 años y el 5 % de los hombres de igual edad cuidaban de niños todos los días. Comparativamente con otros países de la UE, las abuelas españolas se encuentras entre las que en mayor medida se ocupan del cuidado y atención de niños, en mayor proporción inclu so que las abuelas italianas y las griegas y a un nivel similar a las abuelas alemanas (Eu rostat, 1996); los abuelos españoles, por el contrario, aunque no están ausentes, se en cuentran entre los que en menor medida de dican tiempo al cuidado diario de niños pequeños. Dado que este cuidado supone ma yormente una dedicación diaria durante 4 o más horas (alrededor de dos tercios de las mujeres mayores de 50 años que declaran cuidar niños) y que las madres españolas tra bajan en menor proporción fuera del hogar que otras madres en la UE (Deven et al., 1998), estos datos sugieren un rol relativa mente importante de los abuelos en el cuida do de niños sobre todo, es de suponer, en los casos en los que ambos progenitores traba jan. Esta ayuda se da fundamentalmente cuando los niños son pequeños y así la pro porción de mujeres de 50 a 64 años que cuida de niños es el doble que la de mujeres de 65 a 74 (18 y 10 %, respectivamente) y desaparece casi entre las mujeres de 75 o más años (1,5 %), mientras que entre los abuelos permane ce básicamente igual hasta los 75 años (alre dedor del 5 %). El cuidado diario de niños sólo es una de las distintas posibilidades de ayuda en el cui dado y atención de las nuevas generaciones. Los datos que proporcionan otras encuestas (CIS, 1993), de hecho, sugieren que, al menos entre los mayores de 64 años, ésta no es la forma más habitual de ayuda, pues sólo un tercio de los abuelos de esta edad que ayudan en el cuidado de niños lo hacen diariamente, por lo que los datos del «Panel de hogares, 1994» subestima considerablemente la im portancia de la solidaridad familiar en este aspecto. De acuerdo con la referida encuesta del CIS, una de cada cuatro (26 %) abuelas de más de 64 años y que no necesitan ayuda para la realización de las tareas cotidianas ayuda a sus hijos en el cuidado de los nietos, mientras que la proporción de abuelos es de uno de cada cinco (18 %). La forma más fre cuente de ayuda es el cuidado y atención de los nietos cuando los padres quieren salir por la noche (66 %), mientras que otras formas de ayuda tales como el recogerles o llevarles al colegio, cuidar de ellos durante las vacacio nes o cuando están enfermos es mucho menos frecuente o no se da. La ayuda de los abuelos en el cuidado y atención de los niños no está claramente con dicionada por la clase social. Así, mientras la implicación diaria de los abuelos es más frecuente entre quienes tienen mayor nivel educativo, entre las abuelas, por el contra rio, está más extendida entre las que tie nen estudios medios que entre las que tienen pocos estudios o tienen estudios supe riores. Las otras formas de ayuda menos in tensas y más esporádicas también son más frecuentes entre quienes tienen mayor nivel de estudios que entre quienes tienen menor nivel, independientemente del sexo, aunque las dife rencias no son muy marcadas. Esta mayor im plicación de los abuelos de clase media que puede observarse en la encuesta del CIS tam bién se constata en nuestra encuesta a «nue vas familias en nuevos municipios», pero no en la encuesta dirigida por Tobío a mujeres trabajadoras. Dada el limitado alcance de las diferencias, no obstante, no puede afirmarse que la ayuda en el cuidado de los niños sea más propio de alguna clase social. En conjunto, estos datos aunque sugieren una relativamente importante y extendida implicación de los abuelos en el cuidado y atención de sus nietos, no evidencian ni una delegación de los padres en los abuelos de las tareas de socialización de sus hijos, ni funda mentan la imagen de los abuelos como cuida dores de niños. Las familias jóvenes pueden contar con la ayuda de la red familiar, sobre 142 INFORMES Y ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 todo cuando ambos padres trabajan, pero in cluso en este caso son ellos quienes cuidan y educan sus hijos. El cambio familiar, por tan to, lejos de haber erosionado esta dimensión de la solidaridad familiar, parece haberla re forzado, al menos temporalmente. Otras formas de ayuda en la producción doméstica son mucho menos frecuentes que la ayuda en el cuidado de los niños, pero no inexistentes. Estas ayudas se centran funda mentalmente en las tareas domésticas y a ve ces en la compra diaria, pero dado que los datos de los que disponemos son escasos y se refieren a la conciencia de una ayuda más o menos continuada (sobre la base de las res puestas a preguntas del tipo «¿ayuda usted a sus hijos en ....?), estos datos subestiman probablemente las ayudas recibidas ya sea en determinadas fases del ciclo familiar o en de terminadas circunstancias especiales. Por otro lado, aunque estas ayudas en la produc ción doméstica no están ausentes cuando las generaciones viven separadas, se dan con mayor frecuencia cuando éstas viven en un mismo hogar, aunque la norma que rige la convivencia en estos casos no parece implicar necesariamente la colaboración activa de los mayores en dicha producción. El principal factor más allá del sexo que condiciona la exis tencia de estas ayudas es la edad y la capaci dad funcional para realizarlas, por lo que la mayor parte de los mayores que viven en casa de sus hijos no ayudan en las tareas domésticas bien porque son demasiado mayores o porque no tienen autonomía funcional (Meil, 2000). Como en los demás servicios personales, la lí nea a través de la cual fluyen estas ayudas es la consanguidad por vía femenina, particular mente a través de la línea madrehija, aunque tampoco está totalmente ausente entre herma nas. La ayuda de las hijas hacia los padres o ha cia los suegros suele etiquetarse normalmente como cuidado de los ancianos y es a esta di mensión de la solidaridad familiar a la que dedicamos a continuación la atención. Al abordar la solidaridad residencial he mos señalado que una de las principales cau sas del reagrupamiento familiar es la necesi dad de cuidado hacia los mayores, de forma que las personas mayores que necesitan cuida dos tienden a no vivir solas, particularmente si tienen hijos, pero incluso también aunque no los tengan. La ayuda que reciben los mayores necesitados de ayuda para la realización de las actividades cotidianas procede en su inmensa mayoría de la red familiar, de forma que los que no reciben la ayuda principal de familiares y no viven en residencias sólo se eleva a uno de cada diez entre los que tienen hijos y a uno de cada tres entre quienes no los tienen. La red fa miliar es así el principal recurso con el que cuentan los mayores necesitados de ayuda, en parte debido a la insuficiencia de servicios so ciales en este ámbito, pero sobre todo en vir tud de las normas de la solidaridad familiar. Esta ayuda procede, en primer término, del cónyuge si éste vive y si no hay convivencia de las generaciones, particularmente si quien necesita la ayuda es el cónyuge varón, aun que también si quien necesita la ayuda es la mujer, si bien en este caso aparece con fre cuencia también la hija como cuidadora prin cipal y el marido como cuidador secundario. Si hay hijos en el hogar de los mayores nece sitados de cuidado, entonces son las hijas quienes aparecen como cuidadoras, particu larmente si quien necesita el cuidado es una mujer o si viven en casa de la hija. Si la per sona necesitada de cuidado vive sola y tiene hijos, entonces es mayormente la hija tam bién que tiende a cuidar del mayor. Así, el cuidado de mayores necesitados de ayuda es realizado mayormente por las mujeres y los hombres sólo aparecen como cuidadores en calidad de cónyuges o como ayuda de la espo sa cuidadora. La línea a través de la cual se presta la ayuda es así primero entre los espo sos y después, como en el caso del cuidado de niños y las ayudas doméstica, por consan guinidad femenina. La ayuda por parte de otros miembros de la red familiar que no sean los miembros del núcleo estrecho fa miliar es infrecuente cuando los mayores tienen hijos, pero no así cuando no tienen hijos, en cuyo caso aparecen con frecuencia 143 GERARDO MEIL LANDWERLIN REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 como cuidadores otros familiares fuera del núcleo. El recurso a cuidados fuera del nucleo familiar, aunque se da en mayor medida en los núcleos urbanos grandes y entre las cla ses sociales más elevadas, no debe hacer perder de vista que en cualquier caso el cui dado de los mayores es asumido ante todo y sobre todo por los miembros de la red fami liar,talcomopuedeobservarse en la tabla ad junta. Ahora bien, aunque el cuidado de los mayo res necesitados de ayuda es una «actividad fa miliar», ello no significa que todos los miembros estén igualmente implicados en la misma. De hecho, el alcance de la distribución del cuida do de los mayores entre los miembros de la red familiar es muy limitado, tendiéndose a concentrarse el cuidado en uno de los miem bros, normalmente una hija si ya no existe cónyuge, como se ha indicado, quien a veces recibe ayuda de otros miembros de la red. Si quien presta la ayuda es el cónyuge, aunque 144 INFORMES Y ESTUDIOS TABLA 7. LOS CUIDADORES PRINCIPALES DE LOS MAYORES NECESITADOS DE AYUDASEGÚN TIPO DE CONVIVENCIAY TENENCIADE HIJOS (PRIMERAAYUDA) Solo Con cónyuge Con hijos en casa del mayor En casa de los hijos o familiares To t a l Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Cónyuge --- --- 48 61 11 --- 2 --- 18 15 Hija 39 --- 9 45 --- 67 --- 39 --- Hijo 4 --- 1 --- 10 --- 5 --- 5 --- Nuera 6--- 1 6---13--- 6--- Yerno ------------------ 1--------- Otrosfamiliares 8 31 1 5 2 --- 2 68 3 38 Vecinos, portero 2 --- --- --- 2 --- --- 4 1 1 Amigos/as 2 4 --- --- 1 --- --- 4 1 2 Servicios sociales 11 25 4 25 1 --- --- --- 3 16 Empleado/ahogar 11 17 6 5 3 --- 2 10 5 7 Otros 4 6 --- --- --- --- --- --- 1 --- N.c. 16 23 30 5 18 --- 8 14 18 20 Total 100 100 100 100 100 --- 100 100 100 100 Tamaño submuestra 63 16 170 15 162 --- 166 17 570 59 Estudio 2072, «Apoyo informal a los mayores» (población mayores 64 años). REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 sea hombre, normalmente lo hace sin ayuda de otra persona (alrededor del 63 % de los ca sos) y si recibe ayuda, ésta normalmente procede de una hija (aunque los hijos varo nes no están plenamente ausentes). Si es una hija quien presta la ayuda, solamente en uno de cada cuatro casos recibe ayuda de sus hermanos o hermanas y suele darse mayor mente cuando no está casada. Sus hijos (esto es, los nietos) sólo en casos muy particulares contribuyen al cuidado de los mayores, sien do más frecuente que ayude el marido (esto es, el yerno) a que lo hagan los hijos, cual quiera que sea su sexo. Esta misma pauta se da también cuando es un hijo quien realiza el cuidado del mayor, que suele darse mayor mente cuando éste es soltero (y suele seguir viviendo con los padres), en cuyo caso sí reci be ayuda de sus hermanas o hermanos, mien tras que si está casado la ayuda procede fundamentalmente de su mujer (esto es, la nuera). Estas pautas evidencian, por tanto y por un lado, que el cuidado de los mayores se da casi exclusivamente entre las generaciones contiguas y los más próximos y, por otro, que quien asume el cuidado prefiere, en general, mantener preservada su esfera privada, no admitiendo «interferencias» de fuera del ho gar, lo que puede interpretarse como otra ma 145 GERARDO MEIL LANDWERLIN TABLA 8. AYUDA RECIBIDA DE LARED DE PARENTESCO PARAEL CUIDADO DE LOS MAYORES EN EL HOGAR DE SUS HIJOS SEGÚN SEXO Y RELACIÓN FAMILIAR CON LAPERSONA CUIDADA Cónyuge Hijos Varón Mujer Varón Mujer Yerno Nuera Otros No recibe ayuda 60 68 38 48 28 44 49 Recibe ayuda: -- del cónyuge --- --- 22 12 56 28 11 -- del hijo 9 13 4 4 0 4 5 --delahija 2417 266129 -- de hermanas 2 1 20 20 0 3 5 --dehermanos 0096003 -- de familiares de su misma generación 1 0 0 2 5 5 4 --defamiliaresdegeneraciónposterior 2000005 --Otrasrespuestas 1142039 Total 100 100 100 100 100 100 100 Tamaño de la submuestra 88 168 114 750 36 188 295 Fuente: CIS, Estudio 2117, «Apoyo informal a los mayores II» (población de 18 o más años que cuida a mayores), octubre 1994. REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 nifestación del principio de «intimidad a dis tancia» entre los miembros de la red familiar. De hecho, los miembros de la unidad familiar que no reciben ayuda de otros miembros de la red para el cuidado del mayor no tienden a interpretarlo en términos de «deserción» por parte de los demás miembros de la red. El cuidado de los mayores tiene lugar así dentro del círculo estrecho de la familia de creación y sólo si no hay hijos entran en consideración otros miembros de la red familiar. La ayuda profesional o no familiar es bastante infre cuente y suele darse, como se ha indicado, mayormente en los grandes núcleos urbanos y entre las clases sociales más elevadas (Meil, 2000). Las bases sobre las que se asienta el cuidado de los mayores no son de carácter religioso, sino que descansa en supuestos morales sobre las obligaciones familiares y, por tanto, en las representaciones morales sobre la solidari dad familiar, de forma que el fuerte proceso de secularización que ha conocido la sociedad española no ha alterado profundamente las representaciones sociales sobre las obligacio nes familiares. Así, en una encuesta realiza da por el CIS a personas que cuidan de mayores en 1993 (CIS, 1993), no supera el tercio de encuestados los que invocan razones de carácter religioso para la ayuda que pres tan, mientras que casi todos señalan que lo hacen por obligación moral, esto es, sobre la base de las normas no cuestionadas de la so lidaridad familiar. Las normas de la solidaridad familiar ac tualmente vigentes en la sociedad española señalan a la familia y particularmente a los hijos como responsables de los mayores cuan do éstos ya no pueden valerse por sí mismos. Así, el 90 % de la población adulta considera que el cuidado de los mayores es sobre todo un problema de sus hijos (Alberdi, 1999; Meil, 2000). Parece, por tanto, como si el pro ceso de postmodernización que está conocien do la familia española no afectara a esta dimensión de la realidad familiar, pero hay claros signos de que las normas de solidari dad familiar también están cambiando, de suerte que las actitudes y opiniones acerca de cómo debería ayudarse a los mayores que no pueden valerse por sí mismos están llenas de ambigüedades y sentimientos encontrados. Así, un 86 % de los encuestados mayores de 18 años considera que no sólo es un problema de los hijos, sino que también implica al Esta do y a la sociedad y una proporción similar considera que, si hubiera suficientes residen cias de ancianos, el problema de los mayores que ya no pueden vivir solos quedaría resuel to. Pero, por otro lado, existe una aversión bastante generalizada hacia las residencias de ancianos y cuando se pregunta sobre quién debería proporcionar ayuda, cuando ya no se puedan realizar las actividades cotidianas sin ayuda, no llega a uno de cada cinco los en cuestados que señalan recursos fuera del cír culo familiar y aunque entre los más jóvenes, con mayor nivel educativo y entre las mujeres que trabajan esta proporción es ligeramente superior, no llega a superar uno de cada cua tro la proporción de quienes señalan a miem bros fuera de la red familiar. Parece, por tanto, que esta dimensión de la cultura fami liar está aislada del profundo cambio que está conociendo la realidad familiar españo la, pero además de las contradicciones y sen timientos encontrados que hemos apuntado, existen también otros indicadores que evi dencian que la dimensión de la realidad fami liar también está cambiando. Entre estos indicadores pueden citarse, por un lado, el rápido crecimiento del número de mayores que viven solos (un 75 % entre 1985 y 1995) así como el de plazas en residen cias de ancianos (un 77 % entre 1988 y 1998, elevando la proporción de mayores institucio nalizados en un 38 %; Defensor del Pueblo, 1999). Por otro lado, las expectitivas que tie nen quienes actualmente cuidan de sus ma yores también resultan bastante reveladoras de la percepción del cambio en las normas so bre cómo debe entenderse el apoyo entre las generaciones: así, sólo uno de cada diez cui dadores encuestados por el CIS imaginan que 146 INFORMES Y ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 cuando sean muy mayores y no puedan valer se por sí mismos vivirán con alguno de sus hi jos, la mayoría se ven en su propia casa (50 %) o en una residencia (20 %) y también sólo uno de cada diez desearía vivir con uno de sus hijos si necesitara ayuda permanente (Colec tivo IOE, 1997; Meil, 2000). Esto es, el cuida do en la vejez por parte de los hijos o hijas ha dejado de darse por sentado. El propio discurso sobre las políticas sociales a favor de los mayo res apuntan todos en dirección hacia un desa rrollo de los servicios sociales en este ámbito para facilitar la autonomía de los mayores y facilitar el cuidado por los miembros de la red familiar. CAMBIO FAMILIAR Y SOLIDARIDAD FAMILIAR La vida familiar está conociendo, como he mos indicado, un profundo cambio caracteri zado por la creciente privatización de los proyectos de vida en pareja y en familia, lo que ha tenido como consecuencia un profundo cambio en el tipo de control social ejercido so bre esta dimensión de la vida y una mayor li bertad que en el pasado en las formas de entrada, permanencia y salida de la vida fa miliar. A pesar de que las representaciones sobre cómo debe organizarse la vida familiar han conocido un profundo cambio en la mis 147 GERARDO MEIL LANDWERLIN TABLA 9. SI USTED ALGÚN DÍASE VIERAINCAPACITADO Y NECESITARAAYUDA PARAREALIZAR ACTIVIDADES DE LA VIDACOTIDIANACOMO LAS ANTERIORES (BAÑARSE, VESTIRSE, SALIR ALACALLE, ETC.), ¿QUIÉN DESEARÍAQUE SE LA PRESTARA PRINCIPALMENTE? (Población de 18 o más años) Hombre To t a Mujer To t a l Hasta 44 años 45 a 64 años Más de 64 años Hasta 44 años 45 a 64 años Más de 64 años Cónyuge 52 53 47 52 44 30 16 34 Hijos 468535115 Hijas 3 4 12 11 22 26 17 Hijos e hijas 20 20 16 20 21 22 29 23 Otrosfamiliares 22222153 Vecinos/as ------------------------ Amigos/as --- --------------------- Servicios sociales públicos 8 8 8 8 8 10 8 8 Familia y serv. sociales 7 4 4 6 10 8 4 8 N.c. 21121111 Total 100 100 100 100 100 100 100 100 Tamaño submuestra (659) (327) (195) (1.181) (638) (366) (265) (1.269) Fuente: CIS, Estudio 2244, «barómetro», abril de 1997 (población de 18 o más años). REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 ma dirección que en otros países industriali zados, ello no ha comportado un proceso de desinstitucionalización de la vida familiar y una pluralización de las formas de entrada, permanencia y salida en la vida familiar como el de otros países industriales de Occi dente, si bien las tendencias apuntan en la misma dirección. En cierta medida esta dis crepancia puede interpretarse como un retra so temporal similar al que tuvo lugar con la caída de la fecundidad (que se registró una década más tarde que en otros países desa rrollados), teniendo sus orígenes fundamen talmente en razones económicas (elevadas tasas de desempleo y precariedad laboral) así como en condiciones institucionales (tales como los requisitos establecidos para acceder a las prestaciones sociales o la escasez de ser vicios sociales). Pero detrás de estas profun das diferencias en el alcance del cambio en los comportamientos familiares se encuentra también una concepción más cohesiva de las relaciones familiares que difícilmente hará que la pluralización de las formas de vida en pareja y familia sea tan acentuada como en otros países europeos. La forma en la que las diferentes dimensiones del cambio familiar están afectando a la solidaridad familiar es bastante ilustrativo en este sentido. La solidaridad familiar tiene en España, como en otros países del sur de Europa, pero no así del centro y norte de Europa, una de sus manifestaciones más importantes en lo que hemos denominado «solidaridad residen cial». En el contexto de la profunda crisis de empleo registrada durante las dos últimas décadas, en un momento en el que las cohor tes demográficas del denominado babyboom así como un creciente número de mujeres entraban en el mercado de trabajo al tiempo que el nú mero de empleos se reducía, las familias han sabido adaptarse al profundo cambio cultu ral registrado en las últimas décadas evitando con ello un conflicto generacional generalizado y posibilitando la permanencia de los hijos en el hogar de los padres hasta la constitución de su propio hogar durante un período de tiempo cada vez más prolongado. La relaja ción del control de los padres sobre el compor tamiento de sus hijos y su apoyo económico ha permitido a los hijos mantener elevados nivel de consumo al tiempo que les facilita ba las condiciones necesarias para estabili zar su posición en el mercado de trabajo, así como para poder establecer su propio hogar en las condiciones socialmente establecidas en la actualidad (vivienda preferiblemente en pro piedad y equipada por lo menos con las mismas comodidades que la de sus padres) y sin que conlleve una reducción en sus niveles de consu mo. Compensando los efectos de la profunda crisis de empleo y la precariedad creciente de los nuevos empleos ocupados por los jóvenes (y mujeres), en el contexto de un sistema de bienestar social que protege casi exclusiva mente a quienes acreditan prolongadas ca rreras de aseguramiento, la solidaridad familiar ha actuado como un poderoso instru mento de estabilización social y como una instititución de protección social a gran esca la o, como gusta subrayar a Julio Iglesias de Ussel (1998), como el mayor Ministerio de Asuntos Sociales de España. Más allá de es tas funciones de pacificación social y de acu mulación (ya sea de capital o al menos de capacidad financiera para asumir créditos bancarios con los que formar un nuevo ho gar), similar a la que se atribuye al Estado de bienestar, también se dan ayudas directas para la constitución de un hogar inde pendiente de los hijos, aunque los escasos da tos disponibles sugieren que esta ayuda es percibida más bien como insufiente, prob ablemente porque las nuevas generaciones esperaban más o quizá «demasiado». El cam bio familiar, por tanto, lejos de erosionar la solidaridad familiar la ha reforzado contribu yendo decisivamente a la estabilidad social y, en consecuencia, a facilitar el propio cambio social y la adaptación económica a la nueva división del trabajo internacional. Otro aspecto de la solidaridad residencial se refiere a las formas de convivencia de los mayores. A diferencia de lo que ha sucedido 148 INFORMES Y ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 entre los jóvenes y sus padres, las formas de convivencia de los mayores están organiza das cada vez en mayor medida con arreglo al principio de «intimidad a distancia», de forma que la edad y la viudedad por sí mismas son cada vez menos causa de la convivencia de las generaciones. A pesar de que el número de hogares de tres generaciones es en España de los más elevados de la UE, el número de ho gares unipersonales de personas mayores así como el de mayores viviendo en residencias está creciendo por encima del ritmo de enve jecimiento de la población, al tiempo que dis minuye la proporción de mayores que viven en casa de sus hijos y la edad media de éstos aumenta. Detrás de este reforzamiento del principio de «intimidad a distancia» se en cuentran múltiples factores. Más allá del cambio familiar en dirección hacia un refor zamiento del individualismo también se en cuentra la continuada mejora del sistema de protección social y singularmente del sistema de pensiones, que, a diferencia de lo que suce de con los jóvenes adultos, permite la inde pendencia del hogar de los mayores, incluso mayormente en los casos de viudedad. De he cho, los mayores con bajos ingresos tienden a vivir con mayor frecuencia con sus hijos que los mayores mejor situados, controlados los efectos de otras variables significativas. El reforzamiento del principio de «intimi dad a distancia» no debe interpretarse, sin embargo, necesariamente como un debilita miento de la solidaridad familiar, pues cuan do se requiere ayuda para la realización de las tareas cotidianas es la familia quien la or ganiza y quien también en la mayor parte de los casos la presta. Como se ha visto, cuando se necesita ayuda son los miembros de la red familiar quienes prestan la ayuda principal y secundaria y la presencia de ayuda profesio nal, de fuera de la red familiar o la institucio nalización tiene un alcance muy limitado, incluso en el caso de que no existan hijos. No obstante, esta dimensión de la solidaridad fa miliar no está aislada del cambio familiar que está registrándose en la sociedad españo la. En el plano de las representaciones socia les y, por tanto, de las normas que rigen el apoyo mutuo entre las generaciones, el cuida do de los mayores por parte de los miembros de la red familiar está sujeto a un proceso de redefinición. El cuidado por parte de los hijos y particularmente de las hijas está dejando de darse por sentado y cada vez más se toman en consideración también recursos de ayuda fuera del marco de la red familiar, aunque no tanto para sustituir a los miembros más pró ximos de la red como para complementar su labor de cuidado. No obstante, las opiniones y actitudes en este ámbito están plagadas de sentimientos encontrados que denotan, más allá de la sobrecarga que comporta el cuidado de los mayores discapacitados, tanto la fuer za de las normas de solidaridad familiar en este ámbito como el hecho de encontrarse en proceso de redefinición en cuanto a sus conte nidos concretos. Los hijos y singularmente las hijas están dejando de verse como princi pales cuidadores, la institucionalización está dejándo de ser considerada como un abando no de la familia y la aversión a la misma está erosionándose al tiempo que la ayuda extra familiar preferentemente profesional (servi cios sociales) es crecientemente demandada como un recurso adicional al cuidado por los miembros de la familia, particularmente en los grandes núcleos urbanos y entre las clases medias y superiores. En el plano de los com portamientos efectivos, esto es, de la práctica actual del cuidado de los mayores necesitados de ayuda, aunque las mujeres y las hijas apa recen como las principales cuidadoras, es tán registrándose también cambios en dirección no sólo de un aumento de la insti tucionalización, sino también de una mayor implicación de los hombres en estas tareas, fundamentalmente en su calidad de cónyu ges, pero también como cónyuges de la mujer cuidadora y en menor medida como hijos (cf. Meil, 2000). La ayuda financiera entre los miembros de la red familiar depende principalmente de las formas de convivencia de las generaciones 149 GERARDO MEIL LANDWERLIN REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 y de la necesidad de ayuda, por lo que el cam bio familiar es de suponer afecta mayormen te esta dimensión de la solidaridad familiar a través de sus efectos sobre las pautas de con vivencia entre las generaciones. Más allá de ayudas puntuales en casos de necesidad o cuando hay herencias, el dinero no suele cir cular entre los miembros de la red familiar cuando viven en hogares separados, pero sí cuando conviven. La ayuda financiera entre las generaciones de mayores y sus hijos cuan do conviven no es únicamente función de la riqueza relativa o de la escasez de ingresos, sino que mayormente es reflejo de un senti miento de responsabilidad financiera y de re ciprocidad entre los miembros del hogar, si bien el principio de unidad de caja tampoco es la norma que regula la convivencia en este punto. La ayuda financiera fluye casi exclusi vamente entre los miembros de la red unidos por línea vertical, siendo muy infrecuente en tre los miembros colaterales o fuera de la red familiar. La dirección de estos flujos está con dicionada parcialmente por el sexo, de forma que la ayuda de los padres mayores hacia los hijos procede normalmente del padre, mien tras que la ayuda de los hijos a los padres ma yores tiene como destinatario normalmente a la madre viuda. El cambio familiar no parece haber afectado a esta dimensión familiar de forma directa, sino fundamentalmente a tra vés de su influencia en las pautas de convi vencia entre las generaciones, al menos a juzgar por los escasos datos disponibles al respecto. El cuidado de niños, por el contrario, es una manifestación mucho más frecuente de la solidaridad familiar que la ayuda financie ra y España se encuentra entre los países de la Unión Europea con una mayor proporción de mujeres mayores de 50 años que cuidan de niños pequeños, a pesar de ser el país con me nor fecundidad. Debido a la escasez de datos y a que las características del cuidado cam bian mucho según la edad de los niños, sólo puede obtenerse una imagen muy imperfecta de cómo el cambio familiar está afectando a esta dimensión de la solidaridad familiar. El cuidado diario de niños es más frecuente y dura más tiempo cuanto menor es la edad de las mujeres mayores, esto es, entre los 50 y 65 años que cuando son mayores de 65 años, de forma que los mayores de 65 años no son mayormente cuidadores de niños y cuando lo hacen es mayormente de forma ocasional y para proporcionar tiempo de ocio a sus hijos más que para facilitar la conciliación de vida familiar y vida laboral. Estos y otros datos sugieren una mayor implicación de los abue los en el cuidado de los niños cuando éstos no están escolarizados, antes de los tres años, y cuando ambos progenitores trabajan, mayor mente debido a la escasez de escuelas infanti les, a la preferencia por el cuidado por la abuela materna y a la tendencia a no inte rrumpir el trabajo extradoméstico por ningu no de los dos cónyuges más allá del permiso de maternidad. El elevado grado de desem pleo, sobre todo femenino y a edades más avanzadas, la elevada precariedad en el em pleo así como la escasa protección social de la maternidad 2 , junto con el limitado alcance en la redefinición de los roles familiares y la extendida ausencia de las abuelas del merca do de trabajo, sientan las bases para un refor zamiento de la solidaridad familiar en este ámbito. Así, el cambio familiar, lejos de ero sionar esta dimensión de la solidaridad fami liar, la ha reforzado, al menos, mientras las abuelas estén ausentes del mercado de traba jo. El cuidado de los mayores, la ayuda finan ciera y el cuidado de niños son las dimensio nes más visibles y más extendidas de la denominada solidaridad material entre las generaciones, pero no son las únicas. La exis 150 INFORMES Y ESTUDIOS 2 La política de promoción de la conciliación de vida familiar y vida laboral está orientada fundamental- mente a proporcionar tiempo disponible durante el pe- ríodo no escolar de los niños (permisos), pero apenas compensa los costes derivados de la opción por los per- misos así como por el incremento de gastos derivados de la presencia de un nuevo miembro en la familia (cf. Meil, 1999b) REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 tencia de ayuda más o menos reiterada en las tareas domésticas no es algo frecuente, pero tampoco exótica, dándose con mayor frecuen cia cuando las generaciones viven juntas en un mismo hogar y los mayores no han perdi do sus capacidades funcionales. Cuando las generaciones viven separadas este tipo de ayuda es muy infrecuente y está relacionado con situaciones de necesidad muy concretas, de forma que los datos disponibles apenas arrojan luz alguna sobre las mismas. Los da tos disponibles no permiten suponer que la mayor implicación laboral de las mujeres y particularmente de las madres ha comporta do un mayor apoyo entre las generaciones en la producción doméstica sino más bien una mayor implicación del hombre en las tareas domésticas (Meil, 1999a). Más allá del apoyo material entre los miembros de la red familiar, la solidaridad familiar también comporta otro tipo de apoyo mutuo mucho menos tangible pero no por ello menos importante, como es el contacto mutuo. La vida familiar en España está caracterizada por una elevada frecuencia de contactos entre los miembros de la red familiar y, sobre todo, entre las generaciones. Así, entre los mayores el contacto con los hijos es mucho más fre cuente que el contacto con amigos, aunque no con los vecinos, y suele tener lugar, cuando las generaciones viven separadas, mayor mente varias veces a la semana. Por otro lado, estos contactos son con mayor frecuen cia de carácter personal más que simplemen te telefónicos, lo que está asociado con la elevada importancia en nuestra cultura de los contactos personales. El contacto con otros miembros de la red familiar que no sean los hijos, aunque menos frecuentes, no son ni mucho menos esporádicos y van mucho más allá de los encuentros en los ritos de tránsito. Tras esta elevada frecuencia de contactos, que sienta las bases para el flujo de la ayuda mutua entre los miembros de la red, se en cuentra también una elevada proximidad geográfica, al menos, entre las generaciones, proximidad que no parece haberse visto alte rada radicalmente por los cambios sociales y económicos registrados en las últimas déca das. El cambio familiar, por otra parte, no pa rece haber afectado esta dimensión de la solidaridad familiar, al menos, en la medida en que los datos disponibles permiten eva luarlo. Así, la frecuencia de contacto con fa miliares con los que no se convive no varía con la edad (entre mayores de 30 años), ni con el status laboral de la mujer, por lo que el pro ceso de privatización de los proyectos de vida familiar no parecen haber comportado un de bilitamiento de la solidaridad relacional. El profundo cambio que se ha registrado en la cultura familiar en dirección hacia la privatización de los proyectos de vida fami liar así como en la definición de los roles de género, por tanto, lejos de erosionar la solida ridad familiar, ha comportado un cambio en sus formas y en sus contenidos, lo que no pue de interpretarse como un debilitamiento de los lazos familiares. Los cambios estructura les en el medio social y económico en el que se desenvuelven las familias han afectado de forma diferente las distintas dimensiones de la solidaridad familiar. Así, si por un lado, se han sentado las bases para un reforzamiento del principio de «intimidad a distancia» entre las generaciones, reflejado en el consenso para mejorar el sistema público de pensiones en lugar de mejorar la protección social de jó venes y familias, por otro lado, la solidaridad familiar ha demostrado su importancia y ca pacidad adaptativa cuando el mercado y el sistema de protección social han fracasado en la satisfacción de las necesidades. Buena par te de la solidaridad familiar y singularmente la prestación de servicios intensivos en tiem po es organizada y prestada por las mujeres, aunque hay indicios de cambio en este senti do, y sobre todo por parte de la mujeres que no están implicadas en el mercado de trabajo. En la medida en la que las nuevas generacio nes de mujeres están implicadas de forma creciente en el trabajo extradoméstico, las condiciones estructurales para la prestación de servicios intensivos en tiempo están alte 151 GERARDO MEIL LANDWERLIN REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 rándose profundamente, lo que necesaria mente comportará una nueva adaptación a las nuevas condiciones sociales y económicas, que no necesariamente tienen que ser inter pretadas como una crisis en la solidaridad fa miliar. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ALBERDI, I. (1999): La nueva familia española, Tau rus, Madrid. ALBERDI, I.; FLAQUER, LL. e IGLESIAS DE USSEL, J (1.994): Parejas y matrimonios. Actitudes, com portamientos y experiencias, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid. ATTIASDONFUT, C. (ed.) (1995) Les solidarités entre générations. Viellesse, Famille, Etat, Nathan, Paris. BAW I NLEGROS, B. et JACOBS, T. (eds.) 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(dir) (1998): Análisis cuantitativo de las estrategias de compatibilización familiaempleo en España, Instituto de la Mujer, Madrid, mi meo. 153 GERARDO MEIL LANDWERLIN REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26 RESUMEN La vida familiar está caracterizada por un profundo cambio en dirección hacia la privatiza ción de los proyectos de vida en familia y pareja y hacia una pérdida del control social sobre los comportamientos familiares individuales. Las consecuencias de estos cambios son de profundo alcance en todas las dimensiones de la realidad familiar. La solidaridad familiar, entendida como el apoyo mutuo entre los miembros de una familia, no ha quedado inmune a estos cambios y el objeto del presente trabajo es analizar en qué medida, cuando los datos dispersos disponibles así lo permiten, la estructura y características de esta dimensión de la realidad familiar se ha visto afectada por el proceso de individualización creciente de los proyectos de vida familiar. Para realizar este análisis se han distinguido distintas dimensio nes de la solidaridad familiar (solidaridad residencial, solidaridad relacional e intercambios materiales), pudiéndose constatar cómo las distintas dimensiones del cambio familiar para los que se dispone de información suficiente han afectado de forma diferente a las distintas dimensiones de la solidaridad familiar, por lo que el cambio familiar lejos de erosionar el apoyo mutuo entre los miembros de la red familiar, ha favorecido su adaptación a las nue vas condiciones sociales y económicas en las que deben desenvolverse las familias. 154 INFORMES Y ESTUDIOS REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES 26

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