EL CABREO DE MASSIEL CON SUS AMIGOS DEL ALMA SABINA Y AUTE

La inigualable mirada de Massiel no volverá a ser la misma: «Estoy perdiendo la visión de un ojo por una degeneración macular, los doctores Fernández-Vega me han operado ya tres veces, pero no hay nada que hacer, es irreversible… Me estoy quedando ciega del ojo izquierdo». Pero la incombustible Massiel no se deja achantar por cosa tan nimia: «No, claro que no, el Follies ha tenido tal éxito que volvemos en junio y julio. ¡Esta obra me ha dado la vida!». Le comento que tiene la suerte de cara, pero mi amiga protesta: «¡Pero no siempre ha sido así, Pilar! He pasado 10 años hundida en la depresión más negra…», duda antes de proseguir: «Una marginación profesional brutal, ¡una gran putada provocada por dos grandes canallas!». Me muero por saber quiénes son, pero guardo silencio. Massiel prosigue, como si hablara para sí misma. «Nunca he dicho sus nombres. ¡Me hicieron promesas que luego no cumplieron! Me obligaron a dejar mi contrato discográfico por un trabajo con ellos que nunca salió». Sigo callando, al final Massiel se decide: «Ahora qué más da… Son Sabina y Aute, ¡mis amigos del alma me hundieron! Sobre todo Aute, que era como mi hermano, y yo saqué su primer disco». No la veo, pero noto cómo se yergue, cómo crece esta fuerza de la naturaleza a la que llamaban la Tanqueta de Leganitos: «¡Yo soy algo más que el lalalá, yo he cantado a Bertold Brecht, he interpretado a Shakespeare, aquí me dirige Mario Gas, actúo al lado de Vicky Peña y de Asunción Balaguer, son grandes del teatro!». Le pregunto cómo se llama el himno que interpreta en Follies y Massiel tiene la risa regocijada de un tigre satisfecho: «¡Aquí estoy!». Y no sé si me está dando el nombre de su canción o el lema que guía su vida. ...

De una reina a otra. Una canaria con el porte elegante de las grandes damas se me acerca en Las Palmas para contarme que hace unos años doña Sofía fue a visitar su casa familiar, hoy monumento histórico. La señora le iba explicando a la reina que lo único que no estaba visible eran las buhardillas: «ahí teníamos nuestro cuarto de juegos, han repintado las paredes...». Su Majestad preguntó distraídamente: «¿Y cómo estaban antes?», a lo que su interlocutora contestó: «estaban pintadas con dibujos de Walt Disney». Doña Sofía empalideció, pareció tambalearse, le cogió del brazo e inquirió con la garganta estrangulada: «¿Cenicienta, Dumbo...?». «Sí, y Blancanieves, Pinocho...» Con voz enronquecida nuestra reina exclamó «¡qué dolor, qué tristeza!», lo que...

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