El Buro-Bar

AutorPaula Pascual Figueiredo y Elena Lucas Salido
Páginas65-67

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Demi y Crata estaban agotadas, exhaustas. Llegaban los exámenes finales, se les venía el mundo encima. Tenían examen al día siguiente y aun les quedaba mucho por estudiar. El reloj marcaba las cuatro y media de la mañana cuando el sueño les ganó la batalla…

Hacía un día radiante, la calle brillaba húmeda por el rocío, los pájaros cantaban sinfonías angelicales y entre aquel halo de belleza se alzaba un cartel: Bar Buros. En su interior, el local albergaba un aura misteriosa, a la par de agradable. Todo estaba impoluto y ordenado meticulosamente: todas las mesas estaban alineadas las unas con las otras y cada mesa tenía cuatro sillas. Camareros de espíritu coagulado iban de una mesa a otra preparándolo todo y en el centro del local, una barra. Los camareros tomaban los pedidos de los clientes y luego los trasmitían a aquéllos en la barra. Todo estaba bajo control.

Eran las nueve de la mañana y como cada día, el camarero F se encargaba de abrir el bar. Siguiendo la rutina, cinco minutos después de la apertura entraron en el bar cuatro clientes asiduos muy especiales: un francés (Bonnin), un alemán (Weber), un estadounidense (Merton) y un español (Prats i Catalá). El amigo más longevo, Bonnin, se dispuso a llamar como hacía cada mañana al camarero:

BONNIN: Disculpe, ¿me podría poner un café con leche? O mejor no, hoy me apetece cambiar. ¡Qué sea un café solo y con hielo!

El camarero empalideció. Con ceño fruncido le miraba atónito ante el inesperado cambio en la rutina, que parecía haberle causado una gran molestia.

CAMARERO: Señor créame, soy un experto en esto, usted lo que quiere y necesita es un buen café con leche. Ahora mismo se lo traigo –dijo el camarero mientras se alejaba a paso ligero.

Los intentos de Bonnin por conseguir su deseado café con hielo fueron inútiles y sus intentos de cambio fueron frustrados por aquel camarero. Esta situación le pareció hilarante a Merton. MERTON: ¡Otro que ha caído en la psicosis profesional!

WEBER: Si ya decía yo que esto alienaba. Este bar es igualito a la burocracia: jerarquizado, racional… ¡Lo tiene todo!

Prats i Catalá puso sus ojos en blanco exasperadamente ante las palabras de su amigo Weber. Opinaba que se quejaba demasiado, siempre estaba hablando de su querido armazón de acero.

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PRATS: ¿¡Pero quieres parar de quejarte!? La burocracia no es tan mala, ni mucho menos. Mira lo que pasó en mi país cuando murió Franco, la burocracia de la Administración Pública ayudó...

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