Bolonia y los estudios de Derecho: dos puntos de vista. El proceso de Bolonia y nuestras facultades de Derecho

AutorFrancisco J. Laporta
CargoCatedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Premio Nacional de Investigación 2008
Páginas7-13

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El pasado año 2009 pudimos vivir en España una cierta protesta contra el llamado «proceso de Bolonia». Se basaba, sin embargo, en un mal argumento: que ese proceso pretendía poner subrepticiamente los estudios universitarios en manos privadas. Yo no tomé parte en absoluto en esa protesta, ni creo fundado tal argumento. Sí participé, en cambio, en un manifiesto en el que más de mil profesores de nuestras Facultades solicitaban que los estudios de derecho se sacaran de ese proceso. Algunas de las razones para hacerlo -no todas, ni bien desarrolladas- aparecerán en estas páginas, pero si los lectores me pidieran un resumen de ellas, les diría que, algún tiempo después de iniciarse entre nosotros, llegué a la convicción de que el proceso de Bolonia aplicado a los estudios de Derecho en España iba a ser lo que ha resultado ser: un discreto y mediocre trompe l’œil, o, como se traduciría literalmente esa expresión, un mediocre trampantojo. No quiero, por cierto, dar a esa expresión ningún sentido peyorativo. No se trata de que nadie haya engañado a nadie. Quizás algunos se han engañado a sí mismos. Pero ni eso quisiera pensar. Trato simplemente de evocar esos efectos, tan atractivos a veces, que se logran en los grandes lienzos de pared de las viejas ciudades mediante el dibujo sobre ellos de un perfil de casa habitada, con sus ventanas y sus balcones pintados. Detrás de ellos, naturalmente, no hay nada. Los planes de estudios de derecho à la bolognese son entre nosotros algo parecido a eso, un trampantojo efectista que no va a alterar nada la realidad docente ni va, por supuesto, a detener el alarmante curso degenerativo que corren los estudios de derecho entre nosotros. Estoy seguro, además, de que no pocos de los que los han impulsado con la mejor intención y grandes dosis de trabajo y entusiasmo, también han acabado en el fondo por creerlo así.

No voy a entretenerme mucho en examinar los rasgos del proceso de Bolonia en su conjunto. Recordaré solamente una verdad de Perogrullo que me parece incomprensible que nadie haya advertido. Hay una maliciosa chanza muy conocida que afirma que los cementerios y las universidades son dos instituciones muy difíciles de mover porque nunca se puede contar con los de dentro. Algo de eso hemos aprendido también por aquí. Y sin embargo nos topamos de pronto con un acontecimiento que,

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de ser verosímil la broma, tendría que reputarse de auténtico milagro histórico. ¡Cuarenta y seis países (cuando escribo esto acaba de verse con ojos complacientes en la reunión de Budapest-Viena (12 de marzo de 2010), la solicitud de ingreso del país número 47: Kazajstán), que representarán fácilmente más de quinientas universidades, se han puesto de acuerdo en acometer una reforma supuestamente profunda de sus instituciones universitarias! Esta dimensión meramente cuantitativa del proceso no puede llevarnos a engaño. Será imposible que todas ellas alcancen niveles universitarios equivalentes si no es «a la baja». Tendrán también dificultades para cumplir con criterios homogéneos de cualquier clase que no sea exclusivamente formal o exterior, como veremos a continuación. Además, como se carece de mecanismos de exclusión para incumplimientos y desviaciones, cualquiera que sea el comportamiento de las universidades, si cumplen con los requisitos externos, estarán en el proceso, con lo que pierde todo significado el estar o no estar en el mismo. Y, por último, no está previsto ningún tipo de apoyo económico, ni con fondos comunitarios (porque, conviene repetirlo una vez más, no es asunto de la Unión Europea) ni con fondos nacionales; de hecho en muchos países -el nuestro entre ellos- las autoridades han alimentado la ilusión de que será factible «a coste cero».

Pero vamos a lo que interesa: ¿por qué se ha producido ese insólito milagro? Pues, naturalmente, porque la mencionada reforma apenas tiene contenido alguno, es puramente formal, de fachada. Me explico. Hay algo engañoso en eso de que a partir de ahora las universidades de los cuarenta y siete países que participan en el proceso van a «converger». Lo único que se propone es que los «grados» sean de ciertos años (una duración de 2+2, o 3+1 años), los «créditos» de cierto número de horas de trabajo, y los llamados suplementos de título (una suerte de certificado de los estudios realizados) reflejen de un modo homogéneo todo eso. Esta uniformidad formal de los envoltorios de los estudios universitarios ha podido sugerir -de un modo que me es difícil de entender- que los estudios universitarios mismos, es decir, el contenido y el nivel de lo que se enseña y estudia, serán también convergentes y homogéneos, como son homogéneas las medidas del sistema métrico decimal o la moneda europea. Eso, se dice, incrementará mucho la ‘movilidad’. De hecho el proceso de Bolonia se ha venido publicitando entre nosotros mediante la afirmación de que un estudiante español podrá cursar su primer curso en Madrid, su segundo curso en Heidelberg y su tercer curso en Cambridge. Y eso, creo, es lo que ha determinado el relativo éxito de convocatoria que ha tenido ese proceso y el fenómeno psicológico de que se vea como un tren que no podemos perder. Pero sucede que el metro lineal, la hectárea y el kilogramo, miden o pesan lo mismo en la Nueva República de Macedonia que en Oxfordshire, mien-tras que el curso universitario, las horas de los créditos y las tutorías no. Y eso es lo que pasaba antes de Bolonia y seguirá pasando después de Bolonia. De hecho ningún estudiante que presente su solicitud para, por ejemplo, la Universidad de Cambridge, en cualquier curso que sea, ingresará en ella si no cumple con las condiciones, bastante exigentes, que impone esa universidad, por mucho que esgrima su suplemento de título con tantos y cuantos créditos y años. Y eso es exactamente lo que sucedía antes.

No quiero dar a entender que todo es vacuo e irrelevante en ese proceso de convergencia meramente formal. La equivalencia formal de los estudios puede sin duda facilitar algunas cosas, pero siempre a condición de que el peso o el valor de esos estudios pueda ser considerado también equivalente en todas las universidades que...

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