José M.ª Blanco White y la labor reformista de las Cortes de Cádiz

AutorJosé Martínez De Pisón
CargoUniversidad de La Rioja
Páginas310-332

Page 310

1. Contextualización

Los aniversarios suelen ser una buena oportunidad para recordar momentos, hechos y personajes que, en ocasiones, marcan una época. También lo son para destacar aportaciones que, aunque olvidadas, sin embargo, no carecen de interés para comprender o, al menos, presentar una perspectiva de determinados acontecimientos que no siempre ha sido bien entendida. Tal es el caso de José María Blanco White y su alumbramiento como periodista, ensayista e intelectual a partir del cataclismo ocasionado por el conflicto bélico que tuvo lugar entre 1808 y 1814. Largamente olvidado, sin embargo, se nos presenta en la actualidad como una fuente de información de su época, así como con un amplio conocimiento y una lucidez en sus juicios que, a pesar de no convencer a sus coetáneos, dan luz sobre los acontecimientos de un período de tiempo tan convulso de nuestra historia.

La llamada «revolución española», de la que se cumplen doscientos años, sobra decir que fue uno de esos hitos que han atravesado la historia contemporánea de España dejando una marcada huella durante décadas. Muchos fueron los intereses, ambiciones y pasiones que se desataron en una sociedad que, bajo la monarquía borbónica, alcanzó a finales del XVIII altas cotas de decadencia, que llegaron a lo histriónico en los golpes de estado palaciegos de 1808 y que acabó con toda la dinastía en Bayona y el poder del Estado en manos de Napoleón.

Sin embargo, al mismo tiempo, emergen otros deseos, nuevas esperanzas y proyectos de reforma que, aunque finalmente se vieran frustrados, inspiraron la acción política de un buen número de españoles que se enfrentaron al invasor. En efecto, 1808 no sólo es el año de la «revolución española» o de la «guerra de la Independencia», como gustará luego llamar a la historiografía como si fuese un acto fundacional de una nueva nación. También es el año en el que surge la primera generación de liberales españoles que percibieron los acontecimientos de 1808 como una convulsión que sacudía al país desde su raíz y, al mismo tiempo, como una oportunidad de su transformación. No dudaron en calificar Page 311 a estos hechos de «revolución» porque se trataba de conquistar el poder para cambiar la estructura de la tradicional sociedad española. Y es que, en efecto, más allá de la mayor o menor sintonía en temas, opiniones e incluso de reinterpretación de la historia patria, todos coinciden en tal denominación. Véase, por ejemplo, buena parte de las publicaciones de estos liberales realizadas en pleno fragor de la batalla: es el caso de Francisco Martínez de la Rosa y su La revolución actual de España (1810), de Álvaro Flórez Estrada y su Historia de la revolución de España (1810) y el de José M.ª Blanco White y sus «Reflexiones generales sobre la revolución española» aparecido en el periódico que editó en Inglaterra El Español (30-IV-1810). También otros autores de la talla de C. Marx y de Pi i Margall lo utilizaron posteriormente sin problemas.

En todo caso, el levantamiento popular contra el ejército francés fue percibido como un shock que recorrió el alma hispana. Así, lo describe Martínez de la Rosa: «Sólo al sacudimiento súbito de un terremoto es comparable el movimiento de insurrección que casi en el mismo día conmovió todos los puntos de esta vasta Monarquía y se comunicó de uno a otro pueblo con la misma velocidad que los estremecimientos de la tierra». Y, algo parecido a lo que, décadas más tarde, repetirá Pi i Margall, señala la espontaneidad y naturalidad de todo el movimiento: «Pero, sin jefes, sin armas, sin medios, ocupadas traidoramente las fortalezas, invadidas las provincias y avanzando ya las tropas enemigas hacia los confines de la Monarquía; ¿qué le quedaba a España? La fortaleza de la virtud, la desesperación del heroísmo. Tan cierto es, que la declaración de guerra contra la Francia no fue nacida de las intrigas y la seducción, sino aquel grito involuntario de indignación que arroja el hombre honrado al verse sorprendido por un asesino alevoso» (Martínez de la Rosa 1962: 375). La inocencia del movimiento y la dignidad de la nación son entendidas como sinónimo de una soberanía y una libertad recobradas.

Para muchos liberales, la revolución española fue interpretada como el despertar de «la dignidad nacional». Una nación que no se levantara ante las vilezas de Napoleón no merecía ser considerada como tal. Pero, para Martínez de la Rosa, tal cosa «no había que temerlo de la española: tres siglos de despotismo, más o menos acerbo, la relajación de costumbres y la disolución de casi todos los lazos que unen al ciudadano con el Estado, no habían sido bastantes a destruir en los españoles aquel sentimiento de propia dignidad, aquel amor a la independencia y aversión al yugo extranjero que duran mucho tiempo después de perdida la libertad. Así es que la España oponía una resistencia moral a los ambiciosos designios de Bonaparte, que éste no supo al principio prever, y cuya fuerza ni ha calculado después ni aún todavía conoce» (Martínez de la Rosa 1962: 374). Otro tanto parece afirmar Flórez Estrada tras describir la situación totalmente controlada por el ejército invasor y denunciar el opresor yugo francés: «Mas los males de la opresión habían llegado a tal punto que Page 312 hubiera sido el colmo de la ignominia no tratar de buscar el remedio, por costoso que fuese. Nada iban a aventurar los que estaban convencidos de que de otro modo lo perderían todo. El amor a la Patria tomó entonces un nuevo aspecto y todos dieron pruebas de virtudes sublimes, porque vieron que en ello les iba su verdadero interés, y la historia de su corta duración, escrita con imparcialidad, ofrecerá modelos de heroísmo que apenas se creerían en los mejores tiempos de las naciones más ilustres y pruebas nada equívocas de que ningún poder es capaz de resistir los esfuerzos de un pueblo cuando le anima el sentimiento de su libertad» (Flórez Estrada, 1958: 293).

Más allá de la retórica que aparece claramente en estos textos, lo más destacado es, en primer lugar, que un espíritu de renovación alienta a esta primera generación de liberales españoles, y, sobre todo, que abre la puerta a la lucha real e histórica -en el sentido de Bobbio- de los derechos y libertades fundamentales en España. Más allá, pues, de recordar las efemérides de una fecha u otra, lo que resulta importante es que, por primera vez, se tuvo al alcance de la mano la positivación de unos derechos individuales hasta ese momento desconocidos por la sociedad española y que este espíritu se proyectará hacia el futuro inspirando generaciones de liberales, demócratas o socialistas que promoverán el reconocimiento de estos derechos, o lo intentarán al menos, hasta llegar a Azaña y, después, tras la lucha antifranquista, a la Constitución de 1978.

Precisamente, en el contexto de la convulsión política que determina el período 1808-1814 y de la lucha por un régimen político liberal que reconozca los derechos y libertades individuales cobra sentido la figura de José María Blanco White quien, desde su atalaya periodística, comentó e informó de los acontecimientos de esos años, e intentó realizar una labor pedagógica y de dirección política condenada finalmente al fracaso1. Más allá de sus juicios e, incluso, de sus comentarios excesivos, Blanco White sobresale por su creencia en la libertad, su afán reformista y por la fuerte voluntad de impulsar un proyecto político muy ligado a la experiencia histórica inglesa, país en el que se exilió prontamente. En este escrito me interesa de todo ello explicitar, en un momento en el que muchos españoles desconocían la cuestión, su comprensión de los derechos y libertades a raíz de sus comentarios a la labor reformista de las Cortes de Cádiz.

2. Blanco White entre 1808 y 1814

José M.ª Blanco White, nacido en Sevilla en 1775 en el seno de una familia de comerciantes de origen irlandés, decidió muy joven dedicar Page 313 su vida al sacerdocio a pesar de sus muchas dudas teológicas. Autodidacta y de espíritu inquieto buscó siempre la forma de aprender y mejorar su formación ya sea individualmente ya sea vinculándose al grupo de ilustrados sevillanos liderados por el padre A. Lista. El relato autobiográfico de estos años formativos y de sus primeras experiencias sacerdotales muestran una conciencia desgarrada por la exigencia de sumisión a la tradición, el dogmatismo y la vaciedad de los ritos que imperaban en la Iglesia católica española. Pudo realizar una brillante carrera eclesial y, sin embargo, renunció a la misma en su búsqueda por una tranquilidad interior que le sería esquiva durante toda su vida.

Precisamente, Blanco White afrontará los hechos de 1808 en Madrid a donde había acudido a fin de solventar una de sus muchas crisis de conciencia. En realidad, la estancia en Madrid, en principio, prevista para unos meses, pero que, al final se alargó unos años (1805- 1808), representa una primera huida personal en el interior del país. Una huida cuyo objetivo era salir del aire opresivo de su Sevilla natal y calmar también su conciencia desgarrada por la falta de libertad. Estas y otras experiencias determinarían más tarde su decidida voluntad por la lucha en contra de la intolerancia y a favor de la libertad de pensamiento.

En su Autobiografía, Blanco White narra también el conflicto interior que le originó la revolución española contra los franceses. Su alma ilustrada le orientaba hacia el bando francés y a no comulgar con las tesis del partido liberal. Como muchos otros reformistas, creía que lo prioritario era librarse de una dinastía de la que nada se podía esperar. A fin de cuentas, con José Bonaparte, «se había preparado el marco de una Constitución que, a pesar de la forma arbitraria con que...

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