Algunos problemas de la biotecnología y su tratamiento jurídico: ¿Ciencia o doctrina del Derecho?

AutorCambrón, Ascensión
CargoUniversidade da Coruña
Páginas149-175

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1. Precisiones sobre la biotecnología

En los últimos treinta años el desarrollo de la bioquímica, la genética molecular y del saber sobre la vida ha sido extraordinario. Paralelo al desarrollo de estos conocimientos han proliferado nuevos recur-sos técnicos potenciados por los medios informáticos. Así, junto a las biotecnologías tradicionales -como las fermentaciones y la mejora genética mediante cruce y selección- se ha concretado un conjunto de nuevas biotecnologías, como son las técnicas de adn recombinante o ingeniería genética, fusión celular, cultivos de células y tejidos in vitro, clonación molecular de seres vivos, etc. Considerada en su conjunto la nueva biotecnología permite manipular los seres vivos y la materia viva en su constitución, dando a lugar a situaciones nuevas cargadas de consecuencias múltiples sobre la vida social que conocemos.

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La discusión sobre las consecuencias de las aplicaciones de la biotecnología ha crecido de modo espectacular, cuando los medios de comunicación informaron (febrero de 1997) de que el investigador ian Wilmut había clonado a la famosa oveja dolly. Como es de todos conocido éste ha sido un procedimiento con grandes consecuencias simbólicas y sociales, puesto que lo que se puede realizar con mamíferos es igualmente factible con seres humanos. Sobre el alcance de esta proeza científica, en general, se puede afirmar que: «la clonación de cualquier animal es un tremendo avance en los procesos de cosificación y mercantilización de la materia viva y de los seres vivos». Aunque, en efecto, ningún animal es reductible a su genoma, pues todo ser vivo es el resultado de un proceso biológico guiado por ese material genético, pero es quitar también el fruto de un proceso vital «biográfico» marcado por encuentros singulares, azares irrepetibles, imprevisibles contingencias, ambientes diferenciados y aprendizajes decisivos.

Esto, que es cierto para cualquier animal, lo es en grado superlativo en los seres humanos, para quienes lo cultural y simbólico se añade a lo genético; de este modo lo prolonga y perfecciona en un grado mayor que en cualquier otra especie animal. En un ser humano, el genoma es cosa, objeto; punto de partida desde el cual se llega a ser sujeto en un proceso biográfico -vital e histórico a la vez- que es diferente para cada uno de nosotros y que singularizaría incluso a «clones» cuyo genoma fuese rigurosamente idéntico. Fabricar clones de animales o seres humanos en la creencia de que así conseguiremos seres idénticos supone considerar cosificadamente a los seres así obtenidos, reduciéndolos a objetos.

Un aspecto importante de la biotecnología, a tener en cuenta, es el problema de la mercantilización de la vida: la compatibilidad o incompatibilidad entre los seres vivos y los mercados lucrativos. Esta confrontación afecta a la posibilidad de patentar materiales biológicos y a los seres vivos mismos, hasta la comercialización de partes y sustancias del cuerpo humano, pasando por el coordinado asalto que un grupo de empresas multinacionales realiza para controlar y beneficiarse del gran potencial que acompaña a todas las aplicaciones de la biomedicina.

La base misma de la espectacular expansión de la investigación en biotecnologías se asienta en la relación entre seres vivos y mercados lucrativos. Los gastos en i+d, en este campo, están altamente concentrados: más de un 90 por 100 de la investigación en ingeniería genética se realiza en estados Unidos, japón y europa, y dos tercios de estos gastos son realizados por empresas privadas (duran, a./j. Riechmann, 1998:13). Sin embargo, la investigación básica y su desarrollo sigue siendo financiada con fondos públicos. La combinación de ambos procesos está en la base del conocido progreso de la medicina e, indirectamente, del éxito de la industria farmacéutica. Este gran esfuerzo de los estados del mundo industrializado ha acelerado el proceso de

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privatización del conocimiento científico y técnico, rasgo asociado al proceso que caracteriza a la tercera revolución industrial y que constata el ocaso del paradigma de Galileo (esteve Pardo, j., 2008: 1451).

El enorme volumen de inversiones necesario para innovar en el campo de las biotecnologías ha eliminado de hecho las posibilidades de competir a las pequeñas empresas e incluso a los propios estados nacionales. La entrada en esta carrera biotecnológica de las grandes compañías multinacionales, junto a la actitud tolerante de los gobiernos occidentales y la concentración del gasto público en i+d de estos países, significa en la práctica una apropiación privada del conocimiento colectivo por esas grandes compañías. Éstas actúan, especial-mente en el campo de la genómica, como «el soberano difuso», invisibles a la opinión pública, sin necesidad de rendir cuentas a nadie (aunque con el respaldo de la OMC y los acuerdos ADPIC); a su vez juegan con las lagunas legales en el campo de las patentes e impiden la divulgación de informaciones genéticas valiosas a la espera de su revalorización en el mercado, perpetrando asimismo verdaderos actos de pillaje respecto a la investigación pública.

En el presente, otro rasgo esencial de la biotecnología es la reducción progresiva del «período de maduración» de los avances conseguidos, es decir, del tiempo que transcurre entre la investigación y la aplicación del producto final puesto en el mercado. Este modo de actuar limita peligrosamente los mecanismos de control público sobre los resultados de la investigación y la imposibilidad de aplicar el principio de precaución, con frecuencia invocado retóricamente.

Sin embargo: «el saber específicamente científico es bastante más problemático, epistemológica y ontológicamente, de lo que da por supuesto nuestra cultura, que lo ha integrado en la producción económica como un factor más. Pero a pesar de sus deficiencias y peligros [...], ese saber se ha mostrado muy capacitado para ampliar la eficacia de la actividad de los seres humanos. No puede ser preterido, sino sólo perfeccionado y encauzado al menos mediante la toma de consciencia de sus deficiencias reales y a través de un mayor dominio colectivo de su transposición técnica en la actividad humana» (j. R. Capella, 1999:13). Al discutir en semejante contexto los aspectos ético-políticos de las nuevas tecnologías genéticas, o al proponer criterios para la evaluación social de las mismas, muchas veces se adivina que el debate está falseado de antemano. Pues, con frecuencia, se tiene la impresión de que los resultados de esos debates apenas pueden influir en el curso de la i+d, ni en los desarrollos industriales. Y que las comisiones de bioética que los agentes sociales participativos se esfuerzan por demo-cratizar están condenados casi estructuralmente a servir poco más que como una instancia legitimadora para las decisiones que se toman en

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otra parte (durán, a/j. Riechmann, 1998:14). En este contexto y circunstancias es obvio que el recurso a la «responsabilidad» moral sirve de poco, pues ante todo es necesaria la responsabilidad jurídicamente exigible a tenor de los bienes sociales implicados en estos asuntos.

La descripción crítica anterior no significa sostener una apuesta por frenar el desarrollo del conocimiento científico, lo que supondría renunciar a ese tipo de racionalidad, pues constituye una de las formas más útiles e importantes de aproximarnos a la realidad y, además, implicaría mutilar sin remedio la política democrática. Con esta salve-dad, además, nos parece de interés evidenciar la paradoja que produce la ciencia actual: «[o]curre que en este final de siglo estamos final-mente percibiendo que lo peligroso, lo inquietante, lo problemático de la ciencia es precisamente su bondad epistemológica. Dicho retorciendo la frase de ortega: lo malo de la Física es que sea buena [...]. Lo que hace problemático lo que hacen hoy los físicos es la calidad epistemológica de lo que hacen. Si los físicos atómicos se hubieran equivocado todos, si fueran unos ideólogos pervertidos que no supieran pensar bien, no tendríamos hoy la preocupación que tenemos con la energía nuclear. Si los genetistas hubieran estado dando palos de ciego, si hubieran estado obnubilados por prejuicios ideológicos, no estarían haciendo hoy las barbaridades de la ingeniería genética» (M. Sacristán, 2005: 62).

De lo dicho anteriormente se colige el alcance problemático de la biotecnología, pero también que no se trata de un futurible sino que ya ha comenzado. Aquí se sitúa el drama: en la actualidad cualquier conocimiento científico o supuesto tal tiende con fuerza y rapidez a transformarse en realidad y de modo general sin las precauciones necesarias. Este es un hecho capital: no vivimos en una era de ciencia sino sobre todo de la tecnociencia. En este sentido Gilbert Hottois (2000) y jacques ellul (1977) sostienen que la tecnociencia es cosa diferente de la ciencia: la técnica, con toda su carga económica, penetra a la ciencia para hacerla operacional. En este entramado social el teórico se transforma en simple instrumento de un proceso práctico que no gobierna. La ciencia «desinteresada» pasa a estar sometida a la intervención del mundo de los intereses. Esto es así de modo especial en el ámbito de la biomedicina, ampliamente unida a las biotecnologías.

Es necesario evaluar entonces no sólo la ingenuidad sino la peligrosidad de la creencia ritual de quienes consideran que existe un «conocimiento puro» sin contar los beneficios cuando su aportación mayor, según sostiene jacques Testart, es que no habrá en adelante «ciencia fundamental» en el campo de la biología humana sino sólo investigaciones-aplicaciones permeadas por la...

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