Biodiversidad y calidad de vida

AutorMiguel Delibes de Castro
CargoProfesor de investigación del CSIC. Estación Biológica de Doñana.
Páginas197-205

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I El ser humano en la biosfera

Hace unos pocos años un representante del poder judicial, en unas jornadas celebradas en Andalucía, me planteó, con una franqueza que agradecí, que desde sus primeros estudios de derecho supo, y con él muchos otros, que el ser humano era sujeto de derechos, pero que no lo tenía tan claro, en cambio, cuando se trataba de "las liebres o los algarrobos". Sus palabras me ayudaron a conceptualizar, si no lo había hecho antes, que cuando defendemos normativamente a las plantas y los animales estamos trabajando para defender derechos humanos, por más que en ocasiones pueda no resultar evidente a primera vista. Poca gente piensa en ello, rara vez aparece en los medios, pero cuando una avalancha de tierra y lodo rueda ladera abajo y sepulta una aldea en Filipinas, con cientos o miles de muertos, es al menos en parte porque se deforestó ese monte, y al desaparecer los árboles que protegían y sujetaban el suelo, éste quedó libre para moverse. De haber garantizado tiempo atrás la conservación de aquella arboleda, probablemente las muertes se habrían evitado. Los seres vivos trabajan para nosotros. La defensa de la biodiversidad es la defensa del mundo en el que hemos evolucionado, donde hemos crecido y donde encontramos lo que necesitamos. Y lo es porque la propia biodiversidad se encarga de "fabricar" ese mundo que nos viene bien.

Como humanos, debemos evitar la presunción, incluso para lo malo. Todas las especies, no sólo la nuestra, modifican su entorno, tomando del ambiente los recur-sos necesarios y liberando en él los residuos. El metabolismo es una característica de lo vivo. La diferencia entre nuestra especie y las restantes radica en que los seres humanos somos muy numerosos y tenemos elevados (y crecientes) requerimientos por

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individuo. Ello hace que monopolicemos muchos recursos, de manera que, si están limitados, privamos de ellos a otros seres vivos. Al mismo tiempo, producimos una elevada contaminación. Es evidente que la Biosfera, esa delgada capa de vida que recubre la Tierra, es limitada. Los límites se refieren no sólo a las obvias fronteras físicas, sino también a la disponibilidad de bienes naturales, tanto si son inertes (por ejemplo, el agua dulce) como si son productos biológicos (la materia viva producida por las plantas, de la que todos los animales dependemos). La producción primaria neta anual del Globo puede estimarse, aun cuando el margen de error sea elevado. Se tiende a admitir que anualmente se fijan en forma de biomasa en todo el Planeta algo más de cien mil millones de toneladas de carbono. La población de la especie humana utiliza en su provecho gran parte de esa producción (entre el 39% y el 50%) y de los recursos derivados de ella. Asimismo, consumimos más de la mitad del agua dulce disponible. Ello ha permitido al ecólogo Brian Czech concluir que Homo sapiens excluye competitivamente del Planeta a muchas de las especies restantes.

De acuerdo con un esquema que propusieron Vitousek y otros investigadores, el efecto humano sobre los ecosistemas se puede resumir en tres grandes tipos de consecuencias que se refuerzan entre sí: a) transformaciones del paisaje y cambios en los usos del suelo, b) alteraciones de los ciclos biogeoquímicos, y c) pérdida de biodiversidad. Aunque las tres se encuentren íntimamente relacionadas y actúen de manera sinérgica sobre el entorno, el asunto de interés aquí se refiere particularmente a la tercera. No obstante, dedicaremos un poco de espacio a las dos anteriores.

Los humanos somos animales terrestres, por eso no es de extrañar que el primer y más perdurable impacto constatable sobre el entorno tenga que ver con los cambios en el uso del suelo. Un acontecimiento debió ser particularmente importante: la conquista del fuego. Ya desde la prehistoria, hombres y mujeres quemaron los bosques para abrirse camino, cultivar o apacentar ganado. En las tierras altas del norte de Castilla la Vieja, por ejemplo, mi hermano Germán, que es arqueólogo, me cuenta que cuando excavan aparece consistentemente una capa de cenizas fechada hace aproximadamente 5000 años; marca el momento en que los pobladores de aquellas tierras comenzaron a establecer poblados permanentes. Aquí y allá, las quemas reiteradas acabaron por modificar el suelo y cambiar los hábitats para siempre. Fuego, agricultura y ganadería han sido elementos tradicionales de transformación del suelo, pero hoy día no puede olvidarse la urbanización; sin ir más lejos, el asfalto y el cemento representan un porcentaje considerable del solar ibérico. En total, se calcula que alrededor de la mitad de la superficie terrestre no cubierta por los hielos ha sido total o sustancialmente transformada por la humanidad en los últimos diez mil años. Y ello, naturalmente, ha afectado gravemente no sólo al suelo mismo, sino también a los ciclos biogeoquímicos, la biodiversidad, etc.

Salvo por la energía, que le llega del sol, el llamado "sistema Tierra" es en gran medida un sistema cerrado. Los componentes son los que son, y están en unos lugares o en otros. Muchos de los elementos esenciales cambian su ubicación a través de los procesos vitales, se mueven de un lado a otro en forma de ciclos, que llamamos

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biogeoquímicos. El carbono, por ejemplo, puede estar en nuestros cuerpos (por ejemplo, en los árboles mientras hay bosques) o en combustibles fósiles (en el pasado vivos), pero también en la atmósfera como CO2, provocando de ese modo un calentamiento del clima a través del efecto invernadero. La acción humana ha modificado y modifica esos ciclos. No detallaré más respecto al carbono, por ser lo más conocido, pero en el caso del nitrógeno se puede afirmar que más de la mitad del nitrógeno biológicamente disponible (el que las plantas y microorganismos pueden utilizar) ha sido...

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