Las bases de un nuevo modelo de construcción del bienestar

AutorJosé Luis Rey Pérez
Páginas74-80

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Las reformas que se han dado en los países europeos en general y en España en particular tras la crisis han acentuado la tendencia iniciada a mediados de los 80 para convertir los Estados de bienestar, Welfare States, en Workfare

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States partiendo de una especie de fundamentalismo mercantil según el cual el Estado tiene que dejar de asignarse la distribución del bienestar porque el mercado lo hace de forma mucho más eficiente y justa. Esta ideología del mercado, que se creía definitivamente fallecida tras la crisis de los años 30 y con la construcción de los Estados de bienestar tras la II Guerra Mundial, ha sobrevivido y se ha expandido desde finales de los 70 en lo que se conoce como neoliberalismo cuyo desarrollo se ha facilitado con el contexto de la globalización. Sin duda su expansión se debe a una multitud de factores y de causas. Por un lado, la aparición de los mercados globales y de una regulación diseñada para favorecer los movimientos de capital y de empresas en el mundo que ha puesto contra las cuerdas el poder de regulación de cada una de las naciones95. Por otro, ha habido también un esfuerzo en extender estas ideas logrado gracias a la subvención de estudios, proyectos de investigación y trabajos académicos96. Esta ideología del mercado parte no solo de la idea de que este es el mejor medio de distribución de todos los bienes, servicios, beneficios y hasta derechos sino que también intenta subrayar la responsabilidad que cada individuo tiene sobre su propia vida, de forma que si alguien ha quedado excluido del mercado de trabajo o del sistema de asignación de recursos, la responsabilidad no es colectiva sino individual. Parte de lo que Hirschmann denominó "retórica de la perversidad" que dice que cualquier sistema de provisión pública de bienestar tiene efectos negativos al crear efectos perversos incentivando el parasitismo, la dependencia, la pasividad y la explotación97. La lógica que está detrás es que la provisión de bienestar por parte del Estado lo que hace es causar daño a los pobres, por lo tanto, por su propio beneficio es necesario eliminar esa ayuda. Hay una amplia literatura desde comienzos de los 80, especialmente en Estados Unidos y en el Reino Unido, que lo que trata de demostrar es que las estrategias públicas de lucha contra la pobreza suponen muchos recursos y no tienen efecto o sus logros son muy escasos98. No obstante, para que esta retórica tenga éxito es necesario

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que se dé un contexto de crisis y que la opción del mercado aparezca como la única posible99.

Frente a eso, la construcción del Estado de bienestar del siglo XXI debería basarse no en la destrucción de las bases del mismo, sino en la construcción de programas de bienestar adaptados a la nueva realidad social y económica de los tiempos que vivimos:

1) Reafirmar el discurso de los derechos: universalidad e incondicionalidad. Las prestaciones propias de los Estados de bienestar no deben ser interpretadas como concesiones graciosas que hacen los Estados, sino como derechos, como una forma de garantizar, de hacer efectivo, el contenido de los derechos sociales que han sido reconocidos en la Declaración Universal de derechos de 1948 y en nuestro propio texto constitucional. Eso supone que los derechos no son negociables, que los derechos son universales e incondicionales, esto es, que se reconocen a todas las personas que formamos la comunidad política por el mero hecho de ser personas. Evidentemente las prestaciones de bienestar, la garantía de los derechos, supone unos costes para el Estado como supone también la garantía de los derechos de libertad. El...

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