Barrios Pintado, Feliciano. España 1808. El gobierno de la Monarquía. Madrid: Real Academia de la Historia, 2009, 170 pp.

AutorAgustín Bermúdez Aznar
Páginas817-819

Page 817

El tema elegido por el prof. Feliciano Barrios para su discurso de ingreso en la real academia de la historia (véase en este ahde, 78-79, 2008-2009, pp. 634-638) no puede sorprender a quienes mínimamente hayan seguido su producción histórico jurídica. Porque, en efecto, desde hace ya varios lustros el estudio de los órganos de la administración central de la Monarquía hispana ha constituido la más destacada línea de investigación del joven académico. De dicha línea, y de su temática, proceden sus dos principales producciones monográficas1, un buen número de artículos publicados en revistas científicas, ponencias presentadas a congresos, colaboraciones en obras colectivas, e incluso varios proyectos de investigación.

Ahora bien, si desde este punto de vista la nueva obra de Feliciano Barrios no es novedosa en cuanto a su temática, si lo es, por el contrario, en cuanto al original planteamiento de circunscribir el tema a un específico año de la historia hispana. Un año, 1808, crucial e importantísimo, porque el mismo implica (según un tópico mil veces repetido por todos) el principio del fin del antiguo régimen. De aquí que el autor haya escogido dicho año para realizar con él una exhaustiva radiografía de la administración central hispana y ofrecérsela al lector tal y como la misma se encontraba inmediatamente antes de que los convulsos años venideros la modificasen y, a la larga, terminaran extinguiéndola. Para conseguir este propósito, la obra comienza conduciendo al lector a través del espacio físico madrileño donde los altos órganos de poder tenían su sede (II. El universo de la administración en la villa y corte). Primero, el propio palacio real, en cuyos bajos estaban instaladas las dependencias de las secretarías de estado y del despacho. En segundo término el palacio de los reales y supremos consejos, sede donde todas estas altas instituciones tenían sus dependencias. Incluso, en último lugar, se precisan las concretas residencias particulares de cada uno de los altos dignatarios, empezando por la del propio Godoy. Pero debe advertirse que toda esta inicial descripción del espacio físico no obedece a un mero prurito de erudición del autor sino a una intencionada mise en valeur del mismo. Y es que en el entorno de este espacio físico se movían a diario importantes intereses y centenares de personas. De entre éstas, cabe mencionar a los «pretendientes», que instalados en la Villa y corte deambulaban por estos espacios a la...

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