Azorín, criminalista. Recensión a J. Martínez Ruiz, La Sociología criminal, Madrid, Librería de Fernando Fé, Carrera de San Jerónimo, 2, 1899

AutorMiguel Polaino-Orts
CargoProfesor de Derecho penal Universidad de Sevilla
Páginas303-336

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El lector que hojee estas líneas se sorprenderá, a buen seguro, al pasar su vista por el título de este ensayo: “¿Azorín, criminalista?”, se repetirá, extrañado. Yo también me sorprendí cuando, hace años, llegó a mis manos un ejemplar, pulcramente encuadernado en piel, que contenía dos volúmenes del primer AZORÍN, pseudónimo de José MARTÍNEZ RUIZ, afamado escritor alicantino (n. 1873 - m. 1967): uno -el que motiva principalmente estas líneas- intitulado La Sociología criminal, del año 1899; y otro, titulado escuetamente Soledades, aparecido el año anterior, 1898, año -por cierto- tan relevante para la Historia moderna de España y, también, para la historia vital y cronológica del mismo AZORÍN y de su generación literaria, la “Generación del 98”, denominación debida a él mismo, que acuñó ese concepto en una tercera publicada, algunos años después, en el diario ABC1. Los dos libros de AZORÍN encuadernados conjuntamente en el ejemplar en mi poder aparecieron en la misma editorial: Librería de Fernando Fé (sic), Carrera de San Jerónimo, 2, de Madrid, ambos firmados con el nombre de J. MARTÍNEZ RUIZ (el pseudónimo AZORÍN empezó a usarlo

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algunos años después: en 1905, a partir de su obra Los Pueblos) y avalados con sendas dedicatorias autógrafas del autor. El volumen en cuestión perteneció a un conocido penalista, ya fallecido, cuyos descendientes tuvieron la gentileza de obsequiármelo.

No era, empero, la primera vez que tenía noticia de ese raro libro en la amplia bibliografía de AZORÍN. Tiempo atrás me había topado, en las apretadas líneas del tomo I del Tratado del enciclopedista JIMÉNEZ DE ASÚA con estas palabras, no excesivamente halagüeñas: “J. Martínez Ruiz es mucho más conocido por el seudónimo que ha hecho célebre como escritor: Azorín. A pesar de que Saldaña (en las Adiciones al T., de von Liszt, t. I, página 584) dice que el «maestro de la crítica literaria» «ha probado su acierto en la científica», esta obra es de escasa importancia”3. La opinión desfavorable que a ASÚA le merecía la obra de AZORÍN debe ser, en todo caso, contextualizada. ASÚA y AZORÍN, bien que contemporáneos, son dos autores radicalmente opuestos de carácter y aun de estilo: ASÚA, bronco y vehemente, lenguaraz y tendente a la expansión; AZORÍN, extraordinariamente reservado y comedido, escueto y conciso hasta el límite mismo de la parquedad (AZORÍN llegó a decir, en crítica velada a otros autores, que “escribir con metáforas es hacer trampa”4). Por ello, no puede por menos de extrañar que a ASÚA no satisficiera la obra (en específico y en su conjunto) de un AZORÍN que se hallaba en sus antípodas. También políticamente. Y ahí se halla, quizá, otro motivo de desafección de ASÚA respecto de AZORÍN. Nadie duda de que ASÚA fue, en esencia, un hombre justo, pero también es evidente la indisimulada brusquedad expresiva con que se refería a autores distantes a él, en ocasiones contrariando notoriamente opiniones suyas anteriores. Basta leer en su Tratado, por ejemplo, la opinión que le merecen autores como CUELLO CALÓN (a quien aplica implacables epítetos y le acusa de usurpar su Cátedra de la Universidad Central de Madrid) o Federico CASTEJÓN, Catedrático de Derecho penal en la Universidad de Sevilla que llegó a ser Magistrado del Supremo, de quien dice que fue un converso “a pesar de sus muchos años que le exi-

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gían formalidad”5y un “servidor sin escrúpulos de todos los regímenes: quiso ser diputado con la monarquía, aduló a la República y luego se hizo, al triunfo de Franco, decidido falangista”6. Por cierto, que guardo en mi biblioteca particular algunos ejemplares de obras de ASÚA que pertenecieron a Federico CASTEJÓN y que están avaladas con dedicatorias manuscritas más que expresivas donde ASÚA llama a CASTEJÓN “muy querido amigo” y le expresa su “admiración y afecto verdaderos”… (Habría que recordar aquí, de pasada y entre paréntesis, el episodio que narra UMBRAL al recordar el frío encuentro de ALBERTI con su viejo amigo y compañero de generación Gerardo DIEGO, que acudió a abrazar a su amigo recién vuelto a España tras cuarenta años de exilio y, al cabo de un largo rato de espera, apenas recibió tardíamente un saludo distante por parte del gaditano. UMBRAL glosa el momento y añade que, luego del saludo, Gerardo DIEGO “se fue con su sombrero y su traje marrón y estrecho, convencido sin duda de que la Historia hace imposible la amistad”7). Quizá el desencuentro de ASÚA y CASTEJÓN, o de ASÚA y AZORÍN, sea equiparable, aunque no se debiera en este último caso a un motivo directamente personal: la Historia también hacía imposible su amistad.

Para una personalidad compleja como la de ASÚA, de la que dan buena cuenta quienes le conocieron de cerca8, una férrea idea suya se imponía sobre cualquier otra: todo aquel que no huyó de España el año 39 se hacía acreedor casi automáticamente punto menos que del calificativo de traidor y de colaboracionista con el régimen. Piénsese en las -a vecesinjustas y broncas expresiones que refiere ASÚA respecto de dos discípulos

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personales suyos, muy admirados y nada sospechosos además (¡si hasta sufrieron represalia!), como ANTÓN ONECA y RODRÍGUEZ MUÑOZ, quienes -por una causa u otra- permanecieron en España luego de la guerra civil, haciendo “exilio interior”, algo que no cabía en la cabeza de ASÚA. AZORÍN, que también permaneció en España, no llegó a identificarse plenamente con todos los principios políticos del franquismo (aunque mostrara cierta simpatía por él: a ello se han referido, por ejemplo, dos Nobeles ilustres: VARGAS LLOSA9 y Camilo José CELA10) pero tampoco lo rechazó, ni llegó a ser lo que UMBRAL denominaba un “posibilista” (una especie de exiliado interior, que hacía crítica callada, discreta y persistente desde dentro, horadando el sistema desde su propia estructura)11. Ya el hecho de permanecer en España -y no digamos el de la simpatía, por mínima que fuera, con el régimen político imperante- es para ASÚA motivo más que suficiente para ver con cierta desconfianza un trabajo ajeno, aunque sea -como es el de AZORÍN- un trabajo perfumado por aromas anarquistas.

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II El contexto anarquista del primer azorín

El joven MARTÍNEZ RUIZ vivió, en efecto, como dice VARGAS LLOSA, su “período de juveniles y mansas simpatías anarquistas”12e influido por tales simpatías escribió AZORÍN el libro La Sociología criminal que nos ocupa: Luis MARISTANY habla a este respecto de la “finalidad paraanarquista”13del libro, mientras que el estudioso Eric STORM llama a su autor “propagandista de la causa anarquista”14. Hijo de una familia tradicional, burguesa y acomodada, AZORÍN estudiaría la carrera de Derecho en Valencia y Granada (y llegó a estar matriculado también en Salamanca, en un episodio pintoresco al que luego se aludirá), y ejercería como abogado durante un breve tiempo. En su época de estudiante universitario entra en contacto, a través de varios maestros, con el krausismo y con el anarquismo, entonces tan en boga. Ambos llegaron a hipnotizarle durante un tiempo.

En el último tercio del Siglo XIX menudeaban en Alemania las tesis de Karl Christian Friedrich KRAUSE, configurador del pensamiento filosófico del Krausismo, que tanto había de influir en no pocos de los más conspicuos pensadores españoles del momento, como el pedagogo y filósofo del Derecho Francisco GINER DE LOS RÍOS, a la sazón Catedrático en la Universidad de Madrid, además de fundador de la Institución Libre de Enseñanza, bajo cuyo influjo se formarían varias generaciones de intelectuales de la época. Esa inicial relación científica no fue de signo uni-lateral, sino antes bien una relación bilateral, compartida, recíproca. Del mismo modo que el citado GINER vertió al castellano la relevante obra de un destacado krausista, Karl RÖDER, Catedrático en la Universidad de Heidelberg, éste último traduciría al alemán los Principios de Derecho Natural de GINER y CALDERÓN, en cuyo prólogo a la versión alemana se dejó escrito nada menos que “España es el país donde la Filosofía de Karl Christian Friedrich KRAUSE se halla en un apogeo de tal clase que se ha formado una Escuela libre en la que se comparte el sistema del gran pensador por hombres valientes y firmes de carácter frente al mezquino y

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rígido clericalismo dominante”15. Esta corriente krausista ejerció gran influjo no sólo en Filosofía del Derecho sino también directamente en la corriente doctrinal del correccionalismo jurídico-penal español, que estuvo representado por nombres tan gloriosos como los de Concepción ARENAL o Pedro García DORADO MONTERO, quienes bebieron de las fuentes alemanas originales y publicaron trabajos científicos de primerísimo nivel, que serían objeto de alabanzas en no pocos países extranjeros. Otros muchos autores se verían influidos por los atrayentes postulados krausistas.

Pues bien, uno de esos autores vendría a ser el joven estudiante MARTÍNEZ RUIZ, ávido ya en ese tiempo de conocer nuevas y sugerentes doctrinas. Parece que la idea de AZORÍN fue precisamente la de doctorarse en Derecho, proyecto para el cual eligió precisamente el análisis de la Sociología criminal desde el punto de vista krausista anarquista. Posteriormente, imbuido en otros quehaceres, abandonó la idea de la tesis original, pero terminó redactando el tomo que origina el presente comentario. Además, en ese tiempo, se dedica a devorar todas las obras anarquistas que caen en sus manos y a divulgar, con su fina pluma, sus postulados esenciales. En este contexto pueden encuadrarse los ensayos de un veinteañero inquieto: Anarquistas literarias y Notas sociales, publicados ambos en Madrid en 1895, en las que expone con sencillez y claridad los postulados anarquistas del momento. Además, traduce diversas obras encuadrables en esa...

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