La autopsia de cristo

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Aunque ya incluí esta reflexión en mis libros «Crímenes, Mentiras y Confidencias» y «La autopsia de mi vida», no podía

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terminar este estudio médico forense del muerto que habla sin intentar entender la muerte de Cristo y su tortura, junto a su mensaje final y previamente acepta do de su suplicio. Así, este título, que inicialmente puede sorprender, no supone otra cosa que una aproximación a la muerte de Cristo desde un plano estrictamente médico fo rense y con el respeto que ante cualquier muerto siempre mantiene el forense, pero en búsqueda constante de la ver dad, único camino hacia la libertad.

Para los médicos forenses la autopsia legal comienza en el lugar del hecho, y la muerte de Jesús comienza en el huerto. El hombre es el único ser vivo capaz de saber con antelación su final y, hasta que se acepta, discurre por una prime-ra fase cargada de ansiedad y temor, aun cuando el conocimiento de la muerte lo haga libre. Por ello, Cristo «suda sangre», lo que está descrito en medicina con el nombre de hematohidrosis, cuadro que aparece en estados de gran estrés o alarma, definido por la aparición de sudor hemático debido a la trasudación de sangre.

La crucifixión es una forma de ejecución romana que, al parecer, tuvo sus orígenes en Fenicia, aunque pudieran darse casos en Egipto. En los primeros tiempos se colgaba a la víctima en el aire, de un palo vertical, con los brazos cruzados por encima de la cabeza, posición que, por razones obvias, llevó a abrir los brazos en otro palo transversal del que se colgaban, dando lugar a la clásica cruz, en T, en X o aspa, pero todas con la misma intención: desencadenar una muerte degradante, lenta y cruel. Hasta tal punto el sistema se consideró siempre degradante que bastaba ser ciudada no romano para exigir otro tipo de muerte: a un romano no se le ejecutaba nunca en la cruz.

La degradación de la víctima comenzaba con el tor mento previo a la crucifixión, pues con ello se trataba de que el condenado llegase a la cruz, cuyo significado etimo lógico es tortura, con los mecanismos de defensa del Yo arruinados, a fin de que durante la ejecución no se pudie ran adoptar actitudes heroicas.

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Así, Cristo es azotado y coronado con espinas, pero azotado de forma que no se le quebrase demasiado. Para ello se estipulaba que los reos no sufrieran nunca más de cuarenta azotes, pudiendo interrumpirse esta sesión si la víctima co menzaba a experimentar síntomas de agotamiento.

La corona...

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