Autoeficacia y delincuencia

AutorEugenio Garrido Martín - Jaume Masip Pallejá - Carmen Herrero Alonso
Páginas49-61

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1. La autoeficacia: origen y definición de un concepto

Jacob Leví Moreno (Garrido, 1978) afirmaba que detrás de todo gran teórico o terapeuta existía un gran paciente. Bandura ha escrito un interesante artículo en el que trata de demostrar que los grandes acontecimientos de nuestras vidas, aquellos que de verdad han influido sobre nosotros, han tenido lugar en encuentros casuales (Bandura, 1982 a). En su reciente autobiografía (Bandura, 2006) cuenta, poniéndose como ejemplo, que fueron encuentros casuales los que le indujeron a elegir la psicología cuando estaba estudiando biología, cómo un retraso fortuito le impone esperar su turno para jugar al golf; aquel domingo, delante de él y de su compañero iban dos jóvenes a las que alcanzaron, una de ellas se convertiría luego en su mujer. Claro que, para ello, es necesario que quien se aproveche de la casualidad debe estar preparado para recibir la información que le ofrece (Bandura, 1997). En las teorías, pues, los grandes pacientes son ese encuentro casual que marcan un antes y su depuración. La autoeficacia comienza a abrirse camino cuando una paciente, trascurridos dieciocho meses de haber superado su fobia a las culebras, confiesa a los investigadores que la habían tratado: Habiendo tenido éxito al eliminar una fobia que les ha amedrentado durante la mayor parte de sus vidas, un número de sujetos confiesan un aumento de confianza de que podrían afrontar eficazmente otros acontecimientos provocadores de miedos. Como lo explicaba un sujeto: mi éxito al haber superado gradualmente este miedo a las culebras ha contribuido a una gran sensación de confianza general en mis habilidades para superar cualquier problema que pudiera surgirme. Yo tengo más fe en mi misma. (Bandura, Blanchard, y Ritter, 1969), p. 197.

Esta afirmación le hace pensar que una intervención terapéutica no tendría éxito si no generaba en los sujetos esta sensación de confianza en sí mismo. Pero deberían pasar aún nueve años para que en 1977 (Bandura, 1977 a,b) formulara definitivamente las hipótesis de la autoeficacia.

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La autoeficacia es juicio que hace el sujeto referido a sí mismo juzgándose capaz de ejecutar un curso de acción para conseguir lo que se propone. La persona se juzga capaz de estudiar y ejercer la carrera de ingeniero de telecomunicaciones, de estudiar matemáticas, de dejar de fumar, de salir de la droga, de ahorrar energía, de conducir un coche, de robar. De nuevo, la representación esquemática (gráfica 6).

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Gráfica 6: Diagrama de la autoeficacia.

Definida tan sencillamente puede parecer una obviedad. Y sin embargo puede suponer el mayor de los cambios de la psicología a finales del siglo XX. Porque supone haber devuelto al sujeto el control de su propia vida, la gestión de su propia existencia. Si se entiende que no es lo mismo ser capaz que sentirse capaz, se comprende mejor la autoeficacia. Si se entiende que no por haber ejecutado una tarea ha de sentirse capacidad para volverla a ejecutar, seguimos cercando más su contenido. Si además, se dice que no es un rasgo de personalidad, sino que es una capacidad específica de cada circunstancia y aprendida, se entrevé que en ella existe una crítica a los rasgos de personalidad (Caprara y Cervone, 2000). La autoeficacia se tiene en un determinado nivel en un momento, pero está en continuo cambio; Bandura no es aristotélico ni cartesiano, sino bergsoniano y partidario del todo fluye (Cervone, 2000).

Se profundiza en su comprensión cuando se mencionan tres funciones tradicionales: a) elección de la tarea para la que uno se juzga capacitados; b) esfuerzo para ejecutar esa tarea y c) fácil recuperación de las derrotas o fracasos. Posteriormente se ha visto que determina, además, la manera de ver el mundo (de manera optimista o pesimista); el modo de interpretar los éxitos y fracasos y los es-Page 51tados de ánimo. Afecta a procesos cognitivos, afectivos y de motivación (Bandura, 1997).

Para que una teoría sea completa debe, además, demostrar los modos como se adquieren esos procesos. Los investigadores que se mueven en el entorno de la teoría cognitivo social saben que existen cuatro formas de implantar en el sujeto la sensación de ser capaz de ejecutar un curso de acción para conseguir un fin: a) mediante la propia ejecución, pero siempre que ésta se la atribuya el sujeto a sí mismo y no a las ayudas o circunstancias externas, de ahí la importancia de hacer ver a las personas en tratamiento que los éxitos los consiguen ellas solas y por sí mismas; b) mediante el modelado, pero siempre que el observador pueda compararse con el modelo y no se atribuya carismas especiales; se trata de que el observador llegue a la siguiente conclusión: «si él puede, yo también»; c) mediante la persuasión, decirle a alguien que sí es capaz de ejecutar un curso de acción, pero la condición es que ese alguien tenga credibilidad para quien recibe el mensaje; esta es la peor de las maneras para generar autoeficacia, pero, cuando funciona, tiene unas consecuencias mágicas; entre las maneras de decirle al sujeto que se cree en él estarían el apoyo o proponerle metas superiores a las que se cree capaz de conseguir;d) finalmente, mediante la interpretación de los estados anímicos y corporales de ansiedad o fatiga. Es esta una idea difícil de entender, pero no lo será tanto si se atiende a la siguiente investigación (Taylor, Bandura, Ewart, Miller, y DeBusk, 1985) para recuperar a personas infartadas de corazón que, a juicio médico, podían reiniciar su vida cotidiana en el trabajo y en el amor. Para...

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