El arzobispo Francisco Antonio Lorenzana y los libros (Autor, editor y coleccionista)

AutorDr. J. Carlos Vizuete Mendoza
Páginas587-613

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I Introducción

En 1973 el Colegio Universitario de Toledo dedicó uno de los Simposios que reunía periódicamente al Toledo Ilustrado1, centrado casi exclusivamente en la figura de Lorenzana. Era yo entonces un joven estudiante que se iniciaba en los cursos de la licenciatura, y en aquel primer acercamiento al cardenal quedé deslumbrado por las intervenciones de los ponentes: Salvador de Moxó, Gonzalo Anes, Miguel Artola, Antonio Rumeu de Armas, Francisco Tomás y Valiente, Fernando Jiménez de Gregorio, Julio Porres Martín-Cleto, Rafael Sancho de San Román, Manuel Gutiérrez García-Brazales2, Javier Malagón Barceló3, Jesús Fuentes Lázaro4, Rafael Olaechea5, Luis Sierra Nava-Lasa6y

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Clemente Palencia Flores7. Sin embargo, todos lamentaban la falta de una monografía sobre el cardenal, y aún hoy seguimos haciéndolo8.

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Desde entonces me sorprende la variedad de calificativos que ha recibido y que luego hemos repetido hasta convertir en tópicos: ilustrado, como insulto y como alabanza; reaccionario, siempre descalificador. La contradicción me ha llevado a preguntarme cómo era Lorenzana9, cuya figura me parece cada vez más compleja, con más facetas, muy lejos de las simplificaciones que suponen los epítetos. En casi todos los títulos de los trabajos citados anteriormente se aplica, quizá con demasiada ligereza, el adjetivo de Ilustrado al arzobispo Lorenzana o a sus obras10, sin que sepamos señalar dónde se encuentra la sutil frontera que separa la historia de la propaganda. Y entre las que se suelen señalar como muestras de su “ilustración” se encuentran las que tienen que ver con los libros.

II La formación del Joven Lorenzana

La formación de Francisco Antonio Lorenzana se aleja mucho de la de un ilustrado; al contrario, presenta los rasgos tradicionales de la recibida por los individuos de la nobleza media de la época: comienza en las aulas de un colegio de la Compañía11. Pero esta primera relación con los jesuitas se rompe cuando, tras la inesperada muerte de su padre en 1732, la madre -aconsejada por su cuñado Atanasio, canónigo de la catedral leonesa- tomó la determinación de enviarle al internado que tenían abierto los benedictinos en el monasterio de San Andrés de la Espinareda, en el alto Bierzo12. Con el tiempo, Lorenzana

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asociará su salida del colegio de los jesuitas con el descontento que en su tío canónigo, y padrino de bautismo, originó la introducción como libro de texto las Súmulas del padre Luis Losada, al que consideraba demasiado influenciado por las nuevas corrientes de pensamiento13.

En el monasterio de San Andrés, cercano a la ermita de la Virgen del Espino, durante más de dos siglos tuvo su asiento el Colegio de Artes de los benedictinos de la Congregación de Castilla, pero las condiciones del cenobio berciano como centro de enseñanza debían ser muy limitadas: la comunidad la componían dieciocho profesos, a los que hay que sumar otras diez personas entre legos y donados, ya que por su misma condición colegial no podía admitir postulantes. Las visitas regulares nos muestran una comunidad observante pero siempre pobre, que se sostenía más de las pensiones de los estudiantes que de las propias rentas, sin que éstas fueran despreciables14.

Así pues con once años, desde 1733, Francisco Antonio aparece inscrito como alumno en San Andrés, donde recibió la tonsura el 23 de abril del año siguiente15. Este temprano ingreso al estado eclesiástico no parece que responda a los deseos del joven Lorenzana de incorporarse definitivamente a la Iglesia, sino que más bien debe ponerse en relación con los requisitos necesarios para permanecer en el claustro benedictino hasta concluir los cursos de latinidad. Desde los comienzos del siglo XVIII los superiores de la Congregación habían

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prohibido la permanencia de estudiantes seglares en el colegio, compartiendo espacios con los religiosos16. La forma más sencilla de eludir la prohibición, sin perder los ingresos de las pensiones de los estudiantes, era convertirlos a todos en clérigos por la tonsura.

No es probable que en estos primeros años de formación humanística, entre los muros del monasterio berciano, recibiera las luces de la Ilustración.

Una vez alcanzado el grado de Bachiller en Artes17, deja la Espinareda para pasar a la universidad de Valladolid como cursante de leyes. Los estudios universitarios en España no atravesaban entonces por su mejor momento. A todas luces era evidente la decadencia del sistema universitario español y todos los que se preocupaban por su revitalización, de Mayans y Feijoo a Pérez Bayer, Torres Villarroel y Olavide, señalaban unánimes las causas con el objeto de proceder a su reforma: en primer lugar, la preeminencia de la Teología en los estudios, que lleva al inmovilismo pues toda novedad es sospechosa18; le siguen, la metodología escolástica y la relajación de la disciplina, docente y discente.

Como otros muchos, Francisco Antonio Lorenzana, en noviembre de 1742, obtiene el grado de Bachiller en Leyes en la Universidad de Santa Catalina del Burgo de Osma19, y con su título regresa a Valladolid aspirando a conseguir una cátedra universitaria, aunque sin éxito. No se sabe si por el fracaso de su intento vallisoletano o por el deseo de completar su formación, desde marzo de 1748 Lorenzana se encuentra en Salamanca matriculado en la Facultad de Leyes y Cánones. Pero entre sus dos periodos universitarios se ha producido en él una importante transformación: ahora forma parte de la aristocracia

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estudiantil como colegial del Colegio de San Salvador de Oviedo, uno de los mayores, del que será rector en el curso de 1749. Nuevamente los elevados costes de las tasas le llevan a buscar el grado en una pequeña universidad de las cercanías y, en junio de 1749, se licencia en Utroque iure en el Estudio General de Santo Tomás de Ávila20.

III El Canónigo Lorenzana

Es ahora cuando, licenciado y colegial mayor, comienza un cursus honorum clásico en el estamento eclesiástico, del que formaba parte desde los lejanos días pasados entre los benedictinos bercianos. Todavía sin haber recibido otra orden que la tonsura, oposita a la canonjía doctoral de la catedral de Sigüenza21, que gana en noviembre de 1750. Pero como el canonicato exige el sacerdocio, entre marzo y abril de 1751 Lorenzana irá recibiendo las órdenes sagradas, hasta el presbiterado. Tras tomar posesión de la canonjía, el 15 de febrero de 1751 el cabildo le encomienda las funciones que le ponen en contacto, por primera vez, con dos elementos que serán constantes en su vida: los libros y los pobres. Con el título de bibliotecario capitular, Lorenzana recibía el encargo de poner orden en los libros “apreciables por su antigüedad” que se encontraban amontonados en un cuarto alto en la catedral; como hospitalero del Hospital de San Mateo debía administrar una institución asistencial propia de aquella iglesia, cuyo patronato ostentaba el deán.

Pero Sigüenza no parece colmar las aspiraciones del nuevo doctoral que concurre a sendas oposiciones en los cabildos de Murcia y Salamanca22, si no más ricos sí situados en ciudades más populosas, donde un joven con deseos de hacer carrera podía encontrar mayores oportunidades de ascenso. En ambas ocasiones obtuvo el mismo resultado negativo y sin embargo debió hacerse notar, pues poco después de su segunda derrota, en noviembre de 1753, recibe una comunicación del Cardenal Infante don Luis Antonio de Borbón en la que le anuncia que le ha propuesto para ocupar una canonjía de gracia en el cabildo primado. Parece que no fue ajeno a esta promoción el confesor real, padre Rávago, a quien Lorenzana comunica apresuradamente la nueva.

El 18 de diciembre de 1754 el Cardenal Infante, don Luis Antonio de Borbón, presentó en Roma su renuncia a los arzobispados de Toledo y Sevilla,

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así como a la dignidad cardenalicia, para contraer matrimonio23; como sucesor en la silla toledana fue designado, el 4 de agosto de 1755, don Luis Antonio Fernández de Córdoba y Portocarrero, conde de Teba. El nuevo arzobispo, sobrino del cardenal Portocarrero, formaba parte del cabildo toledano desde 1721 y había sido creado cardenal en el mismo consistorio en el que se aceptó la renuncia de su predecesor24; hasta su toma de posesión confirmará al canónigo Lorenzana en el cargo de vicario general25, que había desempeñado durante la sede vacante26. Luego llegarán los nombramientos sucesivos de vicetesorero, vicedoctoral, abad de San Vicente de la Sierra27y deán del cabildo catedralicio.

El ambiente de éste era el más propicio para favorecer el interés por los temas históricos28; contaba entre sus capitulares, en aquellos momentos, con hombres de gran talla, muchos de los cuales alcanzarán el episcopado29, si

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bien otros no obtendrán nunca una mitra por no contar con suficientes apoyos en el Consejo30.

Entre los primeros sobresale la figura de Francisco Fabián y Fuero31. Un poco mayor que Lorenzana, había nacido el 7 de agosto de 1719 en Terzaga, un pequeño pueblo del Señorío de Molina y diócesis de Sigüenza, en el seno de una familia de labradores. Y como el leonés, no tardó en quedar huérfano. Acogido por un hermano de su madre, un sacerdote que gozaba de un beneficio en Almazán, realizó junto a él los primeros estudios de latinidad con el claro objetivo de orientarlo hacia la carrera eclesiástica. En la cátedra que los carmelitas tenían abierta en su convento de Calatayud cursó los primeros años de Artes, pasando luego a la universidad de Sigüenza en cuyo Colegio de San Antonio de Portaceli aparece como becario en 1740, para lo cual debía estar ordenado, al menos, “de menores”. El año siguiente, en una rápida sucesión, se licenciará: en Artes, el 25 de enero; en Teología, el 23 de marzo; y seis días después, el miércoles santo...

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