La artimaña del erizo. Pequeña glosa poética al método de una gran filosofía del Derecho

AutorVega, Jesús
CargoUniversidad de Alicante
Páginas205-242

Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación «Desarrollo de una concepción argumentativa del Derecho» (DER2013-42472-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad. Quiero agradecer a mis compañeros del Área de Filosofía del Derecho de Alicante por el seminario dedicado a la discusión de una versión previa del texto.

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Introducción

El erizo del que hablamos es, naturalmente, R. Dworkin, de cuya filosofía del Derecho estas líneas pretenden ser sólo una reflexión muy general o de conjunto hecha, por así decir, «al margen». En particular, se trata aquí de comentar, en clave problemática y más bien informal, un rasgo de la metodología seguida por esa filosofía del Derecho, de su manera de ejercitar el análisis filosófico: el «género literario» en el que estas líneas se autoubican es, pues, el de la «meta-filosofía» o, como la llamó Ferrater Mora, «perifilosofía», que como se sabe no deja de ser un componente sustantivo de su propio lenguaje-objeto. Digo que es un comentario en clave problemática porque, sin cuestionar el fondo de las tesis dworkinianas más sustanciales -vaya por delante que no sólo las secundo sin ambages, sino que las

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creo inatacables-, lo que trataré de hacer es explorar aquellos presupuestos del método filosófico exhibido en su formulación y fundamentación que conducen a convertirlas, precisamente, en tesis inata-cables. Y en clave informal, porque aparte de no tener carácter «sistemático» -no está planteado como digo desde ningún conjunto de premisas alternativas consideradas «superiores»-, el comentario responde a una estructura casi «rapsódica» que tira más que nada del hilo metafórico de esa «filosofía de erizo» propugnada por nuestro autor (y de ahí lo de «poética»). El propósito de fondo es mostrar -más que demostrar- de qué modo una filosofía que sostiene que las tesis metateóricas no son independientes de las tesis teóricas, y hace de esto una línea central de crítica contra las teorías rivales, vuelve irrefutables sus propias tesis teóricas a base de adoptar una muy precisa posición metateórica: esa es la «artimaña» de la que trataremos.

1. De zorros y erizos

Como es sabido, Dworkin tituló Justicia para erizos el último libro publicado por él en vida. Convertía así en lema esa exitosa metáfora que Isaiah Berlin había acuñado en un célebre ensayo de 1953 que desde entonces (para sorpresa e incluso hartazgo suyo, como enseguida se verá) devino frecuentadísimo topos 1. Berlin a su vez hacía suyo un críptico fragmento atribuido al poeta Arquíloco de Paros, uno de los más importantes líricos griegos de la antigüedad, que floreció a mediados del s. vii a. C.: «El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa». El fragmento consta de sólo siete palabras (poll’ oid’ alopex, all’ ekhinos hen mega), que pasaron directamente al latín (multa novit vulpes, verum echinus unum magnum), palabras cuyo sentido, principal-mente reproducido en forma de fábula, sigue siendo objeto disputado de interpretación. Berlin quiso aprovechar el aforismo para ilustrar un criterio que permitiría -«figuradamente»- diferenciar entre dos grandes clases de pensadores y escritores, e incluso dos tipos humanos en general:

Pues hay un gran abismo entre quienes, por un lado, lo relacionan todo con una única visión central, un sistema más o menos congruente o integrado, en función del cual comprenden, piensan y sienten -un único principio universal, organizador, que por sí solo da significado a cuanto son y dicen-, y por otro, quienes persiguen muchos fines distintos, a menudo inconexos y hasta contradictorios, ligados, si acaso, por alguna razón de facto, alguna causa psicológica o fisiológica, sin intervención de ningún principio moral ni estético. Estos últimos llevan vidas, realizan acciones y sostienen ideas centrífugas más que centrípetas; su pensamiento está desperdigado, es difuso, ocupa muchos planos a la vez, aprehende el meollo de una vasta variedad de experiencias y objetos según sus particularidades, sin

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pretender integrarlos ni no integrarlos, consciente o inconscientemente, en una única visión interna, inmutable y globalizadora. Visión que, a veces, es contradictoria, incompleta y hasta fanática

2.

Los «erizos» serían los primeros y entre ellos Berlin clasifica, «en distinta medida», a filósofos como Platón, Pascal, Hegel o Nietzsche y a escritores como Dante, Lucrecio, Dostoievski y Proust. Los «zorros» forman la segunda categoría, a la que pertenecerían Aristóteles, Montaigne, Erasmo, Goethe, Shakespeare, Molière o Joyce.

La clasificación resulta, en efecto, bastante figurada y no deja de recordar a aquellas que, según Borges, arrojaba el lenguaje analítico de John Wilkins, al menos en lo tocante a los filósofos. Baste pensar en que convierte al paladín del relativismo filosófico y la Umwertung aller Werte o «subversión de todos los valores» -Nietzsche- en «erizo» sistematizador y universalista, y al iniciador de la escolástica occidental por antonomasia -Aristóteles- en «zorro» disperso e inconexo. Es obvio que, interpretada como una clasificación filosófica, carece de rigor (lo que tal vez explica su gran fortuna). En efecto: la clasificación entre filosofías de zorros y de erizos ¿desde qué filosofía estaría formulada: la de un zorro o la de un erizo? Cualquier respuesta -como en el caso del famoso cretense- desbarata de inmediato la aparente nitidez de la dicotomía, que enseguida se manifiesta como no exhaustiva ni excluyente y se ve multiplicada «desde dentro» en una multitud de diferentes dicotomías a su vez cruzadas y opuestas entre sí en virtud de terceros criterios. Dicotomías clásicas tales como monismo y pluralismo, dogmatismo y escepticismo, racionalismo y empirismo, intelectualismo y pragmatismo, holismo y particularismo, sistematismo y eclecticismo, etc. El carácter indeterminado y controvertible de la clasificación es consecuencia directa de su propio formato dicotómico o binario, que por sí mismo, como sabemos, es muchas veces síntoma más de un protoconcepto o metáfora que de una verdadera conceptualización bien formada. El propio Berlin es, por lo demás, muy consciente de ello: «Por supuesto, como todas las clasificaciones supersimplificadas de este tipo, la dicotomía resulta, si se la fuerza, artificial, escolástica y en último término absurda». Afirma, sin embargo, que «encarna algún grado de verdad, ofreciendo un punto de vista desde el cual mirar y comparar, un punto de partida para la genuina investigación» 3. Es decir, sería una suerte de distinción heurística. Sin embargo, creo que tampoco esto es

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completamente cierto. Berlin no nos está proponiendo un punto de partida, sino en realidad un punto de llegada. La suya es más bien una distinción retórica, de contenido y propósito fundamentalmente práctico. Esto es de suma importancia para todo lo que aquí se dirá.

  1. Su carácter retórico se muestra, en primer lugar, en que es una distinción esencialmente entimemática: como queda dicho, su sentido depende por entero de criterios que no están expresados en ella sino que son externos, criterios que pone quien la emplea o la escucha en cada caso y que dan significado a la atribución particular de la condición de «zorro» o «erizo» a un filósofo o una filosofía. No extraña, así, que el sentido de estas atribuciones varíe de caso a caso en función del filósofo o filosofía que la usa: son éstos quienes suministran los criterios relevantes. Así, por ejemplo, Lukes (2006) considera que no es una distinción (eso sería propio de erizos) sino que habría que desdoblarla en al menos cuatro clases de zorros y erizos. Pero el propio Berlin conduce todo su ensayo, dedicado a Tolstoi, con la idea directriz de que éste sería inclasificable bajo esa dicotomía (como refleja el tono trágico de su gran Guerra y paz, creía ser un erizo siendo «por naturaleza» un zorro). Y no sólo un mismo pensador puede pertenecer a ambas clases sino también pasar de una a otra categoría (con esfuerzo, eso sí) 4. Por supuesto, parecidas oscilaciones se observan en la catalogación (y autocatalogación) de Berlin como zorro o erizo 5. Ambas categorías, en fin, se pulverizan hasta queda casi reducidas a simple manifestación de preferencias personales, absueltas de paso en muchos casos de mayor justificación doctrinal. Lo importante es cómo se use 6.

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  2. En segundo lugar, resulta claro que la distinción, con todas sus oscilaciones, es usada y toma su sentido propio en contextos estrictamente prácticos. Los dualismos y valoraciones que connota van referidos de modo específico al ámbito de la filosofía práctica: no a la ontología o la epistemología, sino a la moral y la política. Tanto el monismo y el pluralismo como el resto de tesis o intuiciones filosóficas que la distinción evoca convergen además más en el plano de la «filosofía mundana» que en los métodos de la «filosofía académica», como si Berlin diera por bueno aquella sugerencia de Fichte según la cual el tipo de filosofía que uno hace es reflejo del tipo de persona que uno es. Nos habla así de los hombres que «comprenden, piensan y sienten», del modo como «llevan vidas, realizan acciones y sostienen ideas». El territorio de la división entre zorros y erizos es el de la sabiduría práctica. Su designio es menos clasificar las maneras de filosofar o los métodos de la filosofía en abstracto que vincularlos a concepciones prácticas del mundo. En este sentido, no se aparta un ápice de la tradición aforística y fabulística a la que el propio dicho de Arquíloco pertenece; más que utilizarla como metáfora metodológica, Berlin viene a reproducirla literalmente como lo que es: un lema práctico.

  3. De ahí que, en tercer lugar, su función primordial sea la de operar como instrumento de...

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