Tensiones y armonías culturales del mal. La obra antropológica de Carmelo Lisón Tolosana

AutorRicardo Sanmartín Arce
Páginas109-122

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La obra de Carmelo Lisón Tolosana es demasiado amplia para abordarla en un solo capítulo. Incluso el presente volumen no es más que un intento introductorio al que nos sumamos con la esperanza de subrayar grandes rasgos que sirvan para orientar al futuro lector. Desde su tesis en Oxford hasta el último volumen sobre Galicia, Lisón ha ido publicando libros y artículos que tratan sobre muchos campos de la Antropología Social y Cultural. Hay, sin duda, un peso notable de la etnografía elaborada por él a lo largo de los años durante su trabajo de campo en la Galicia rural, pero también pesa su trabajo de campo en Aragón. Junto a la observación sobre el terreno y las incontables entrevistas en ambos casos, no cabe olvidar su perspicaz mirada sobre ritos en multitud de zonas hispanas. Castilla, Valencia, el Pirineo, Murcia, entre otras, ofrecen un sinfín de ejemplos y contrastes etnográficos con los que tiñe de diversidad cultural su persistente mirada antropológica sobre España. Por propia experiencia ha insistido siempre Lisón en el origen mestizo de toda cultura. Su continuada comparación a partir de la experiencia de campo en tan distintas zonas le ha impedido concluir algo distinto al mestizaje, si bien ello no excluye reconocer la especificidad de la síntesis original que la historia ha producido en cada cultura. Aun repitiéndose, lo atestiguan los innumerables informes de campo según las palabras de sus propios interlocutores.

A la mirada sobre España Lisón siempre ha sumado, no ya su conocimiento de la etnografía que elaboraron los clásicos de la Antropología, sino su propia mirada sobre Iberoamérica y Asia. Sus viajes al Cono Sur, a China y a Japón no solo le han brindado observaciones y encuentros personales que ha convertido puntualmente en nueva etnografía, sino que han constituido acicates que alimentaron su vivo interés por los grandes encuentros interculturales en la historia. Lisón ha escrito libros y artículos sobre el Nuevo Mundo y el empeño de la Corona española por comprender la rica diversidad cultural de sus reinos, o sobre la gesta intelectual que realizaron los misioneros españoles al

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elaborar gramáticas nativas e idear técnicas de investigación sobre el terreno, o al empeñar su sincero esfuerzo por traducir y comunicar entre sí creencias dispares desde la común raíz de la condición humana. El diálogo entre los nativos americanos y los dominicos, o entre los jesuitas y los bonzos japoneses del siglo XVI han sido la base para una honda reflexión antropológica sobre problemas reales del siglo XXI. El rigor documental e histórico de sus textos, tras largos años de estudio de cartas y documentos en las bibliotecas de Roma, es base etnográfica para el análisis antropológico del diálogo entre culturas, para penetrar en el modo como, desde creencias distintas, cabe un esfuerzo hondamente humano por interpretar los referentes de la creencia ajena, para aproximar las experiencias fundadas en diversas tradiciones. La duda y la fe, la incomprensión y el atisbo de una cierta comprensión, todo muy humano y real, surgen en el análisis de la mano del autor, y este aprovecha tan rico material histórico para elevar su reflexión al nivel etnológico y teórico. También en estos casos en los que la mirada antropológica de Lisón se ha dirigido sobre la historia, han sido, de nuevo, el rito y la creencia los grandes problemas abordados. Quizá por seguir unos mismos problemas en su experiencia di-recta de campo y en la historia Lisón ha podido ahondar en ellos con tan gran precisión. Es cierto que hay distancia entre la vida rural gallega de la segunda mitad del siglo XX y la de los nativos americanos y japoneses del siglo XVI, pero el trabajo de campo prolongado en infinidad de aldeas y parroquias gallegas, en comunidades aragonesas, y la continua observación de ritos y prácticas religiosas en España, le ha brindado una vivencia personal insustituible, un conocimiento por experiencia de los procesos humanos sociales y culturales, de la común condición humana, en definitiva, que le ayuda en la comparación y en la inferencia al saltar a la historia y a tradiciones de un tronco de tan distintas raíces.

No es solo rito y creencia lo que Lisón ha estudiado en Galicia. En realidad, si bien ambos temas han concentrado sus logros, no ha llegado a ellos sino tras un largo recorrido sobre el contexto. Fiel a la tradición británica, ha insistido en estudiar la cultura en la sociedad y la sociedad en la cultura, como él mismo ha expresado en distintas ocasiones. Esa raíz contextual de la cultura en la sociedad le llevó, desde un principio, al estudio de la raíz ecológica de las relaciones sociales en la singularidad de la geografía local y de la historia. Al repasar sus monografías siguiendo el orden de las fechas de publicación original, se nos desvela el orden metodológico de una mirada de gran alcance, cuyo primer paso es el del propio pie sobre el terreno. Es larga la discusión teórica sobre la prioridad de las preguntas que emanan de la teoría y que permiten que nazcan las hipótesis a comprobar sobre el terreno. Como tantos han señalado ya, esa prioridad epistemológica es inevitable. La mirada que nace en el terreno ni es local, ni es adánica. El conocimiento natural va cargado de los juicios previos que no solo los nutre la teoría. Expresos o implícitos, lo que importa de nuestros juicios y teorías es que nazcan precisamente de ese contacto efectivo sobre la realidad diaria del terreno y, ante la resistencia de esa vida a adaptarse a nuestras previsiones teóricas, saber modificarlas hasta ajustar la herramienta epistemológica al cuerpo real de la cultura ajena. Esto es algo que Lisón ha tenido bien claro y que ha puesto siempre en práctica en toda su larga trayectoria intelectual.

El segundo paso es nuevamente dialéctico, pues no hay un sistema ecológico que no sea a la vez social. El trabajo que la historia realiza sobre el territorio lo humaniza y al hacerlo el grupo se hace a sí mismo y empuja su historia hacia ese futuro desconocido con el que se encuentra el antropólogo al estudiar el presente. Por eso Lisón ha estudiado el contexto local y su estructuración antes de estudiar la historia. Siempre ha sido el presente en vivo su guía en cualquiera de las direcciones que ha tomado. Pero ha tomado todas efectivamente. Su estudio de la familia, de la institución casal del norte, del sistema hereditario en su diversidad de mandas, partijas y unigenituras en sus distintas

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versiones gallegas, mostrando casos y más casos en toda su riqueza de matices locales, no solo abruma cuantitativamente, a pesar de fundarse en una técnica netamente cualitativa, sino que transfiere al lector el aire local del campo, el estilo del habla lugareña, el calor del hogar en el que se han registrado las conversaciones con todos sus qualia morales y experienciales, de otro modo inalcanzables. Su efecto no es meramente literario sino un logro del empirismo que la propia ciencia exige. El medio físico y el paisaje cambiante, modificados por la acción histórica de los actores, cobran en sus páginas el valor de espejo en el que el grupo social, no solo trabaja y extrae recursos según una tecnología que presupone la ayuda y la envidia entre los vecinos, sino que ve y se mira reconociendo una imagen que le bautiza al unir a lo que contempla la memoria de lo vivido reforzada por su cíclica repetición laboral y festiva.

Ese trabajo divisorio de leiras, campos y ganados, y el esfuerzo sucesorio de los gallegos para mantener unido el pequeño patrimonio, ha otorgado a la institución casal una fuerza creadora de cultura, de estrategias, de relaciones sociales, de ritos e imaginación que ha supuesto un específico logro colectivo. Alianzas, bodas, maneras distintas de en-tender a los parientes afines y de rezar -o no- por ellos; modos de categorizar y tratar a los hijos según el orden de nacimiento o según contraigan o no matrimonio; la vejez o la mocedad, todo, en realidad: edades, género, vida y muerte, este mundo y el otro, los difuntos, as da noite, la compaña, la buena persona y el falso testigo, la meiga, la bruja, el arresponsador, San Antonio y San Andrés, o demo, el cura, el médico, el mal de ojo, la vaca, el agua, San Juan, el camino de Santiago y tantos nombres, ritos y actores que pueblan las monografías de Lisón sobre Galicia, no son meros personajes de un bosque bien animado, sino figuras que la mirada tan atenta del antropólogo ha ofrecido a la comunidad científica como encarnación de lo que es capaz de crear el hombre en sociedad, figuras que integran claves de un síndrome cultural del norte en el que Lisón ha sabido mostrar el entramado específico de la ecología, las relaciones sociales, las instituciones del parentesco y cómo entran en juego con la vecindad, la política local, las instituciones religiosas, rituales y festivas. La unidad del conjunto, tras varias monografías dedicadas a cada uno de los temas, no ha llevado al autor a la reificación de la cultura, ni a inmovilizar el retrato obtenido durante los años de trabajo de campo. No solo por su posterior incursión en la historia, sino por su clara conciencia del carácter cambiante y abierto de la cultura, de su radical y perpetuo inacabamiento, Lisón consigue -y es éste uno de sus más difíciles logros- desvelar la lógica cultural subyacente aun en su misma dinamicidad y cambio. A medida que se han sucedido sus publicaciones, en ese mismo grado en el que han ido madurando, Lisón ha insistido cada vez más en el contenido contradictorio de las opciones que cada institución, imagen o gran categoría cultural encierra, y que el propio autor atestigua en la rica muestra etnográfica que siempre acompaña sus textos con las palabras de los propios entrevistados. Pero a pesar de esa sorprendente tensión entre las posibilidades contrarias de unas mismas opciones culturales, Lisón consigue reconocer el subyacente aire de familia que comparten como...

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