El Debate actual sobre la democracia en el mundo Árabe. La iniciativa Norteamericana del gran Oriente Medio

AutorPaloma González Del Miño
CargoProfesora Titular de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid
Páginas87-105

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La promoción de la democracia política y la primacía de los derechos humanos en la ribera sur del Mediterráneo, como objetivo a desarrollar, adquiere cuerpo de forma generalizada desde comienzos de la década de los noventa. En opinión de muchos analistas, el fin del sistema bipolar se presenta como una circunstancia idónea para la construcción de un nuevo orden internacional asentado en mayores dosis de planificación y acción.

Sin embargo, dicho objetivo ha ido perdiendo dinamismo en el plano de las realizaciones de facto, aunque no significa que haya dejado de estar presente en el ideario de la agenda internacional, convirtiéndose en un elemento activo en el discurso político. En efecto, en el escenario arabo-musulmán la presión en pro de la democracia y en un mayor respeto de los derechos humanos se perfila como un tema recurrente, no alcanzando la efectividad deseada. A pesar de esta situación, sí que podemos observar el consenso internacional existente en relación al planteamiento teórico, es decir, el beneficio redundaría no solamente en los países y sociedades receptoras, sino también en los impulsores.

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I Planteamiento general

La pregunta clave es determinar cuál es el método adecuado para establecer la democracia en los países del sur del Mediterráneo. A este respecto, y en un plano teórico, nos encontramos con dos opciones que permiten, a su vez, amplias subdivisiones: por un lado, los partidarios de instaurar lo que podríamos denominar la «democracia impuesta»1, con independencia de la situación político-económica del país, y por otro, los adeptos a un proceso gradual con base económica, es decir, la «democracia de mercado», asentada en la hipótesis de que la creación de un mercado capitalista propiciará el desarrollo, estando este concepto estrechamente ligado al favorecimiento de las libertades públicas, los derechos humanos y el pluralismo político. Esta premisa se formula en una coyuntura internacional donde el capitalismo globalizado es dominante, acentuado ante la falta de otras alternativas.

La simplificación en los análisis respecto a este vasto y variado espectro como es el mundo arabo-musulmán, propicia interpretaciones inadecuadas. En este sentido, el planteamiento defendido por algunos autores de que este área geográfica posee un problema específico que le impide acceder a la modernidad democrática, comporta elevadas dosis de mitología. En sus estudios la antropología religiosa se ha convertido en el elemento explicativo principal. Adoptar la posición de que la simbiosis Islam-democracia no puede arraigar «supone negar al Islam toda posibilidad de democratización y vincula la democracia a una forma única de sociedad, la occidental»2.

La ecuación Islam-construcción política se caracteriza, precisamente, por la variedad y diversidad. La heterogeneidad es la nota dominante. El profesor Abdelfattah AMOR3, establece la tipología estatal islámica actual en tres grandes bloques diferenciados: estados subordinados a la sharia4, inspirados en ella5 y liberados de la misma6. Sin embargo, conviene tener presente las experiencias de carácter laico que han conocido algunas de las sociedades del sur del Mediterráneo, a las que se las tildado de «exentas de autenticidad» por la desafección impuesta a las poblaciones, muy vinculadas a la religión musulmana y a sus instituciones.

Si nos centramos en el plano de la economía, telón de fondo de los procesos políticos, el resultado ofrece un panorama modesto, porque las diversas estrategiasPage 89 económicas llevadas a cabo por estos países no han cristalizado en auténtico desarrollo. Un denominador común de este «fracaso económico» en el mundo árabe es que los modelos económicos adoptados han estado al servicio de los intereses políticos, es decir, son el resultado de una «estrategia defensiva»7 de legitimación de las elites gobernantes más que de una convicción ideológica o una dinámica económica interna. La economía está al servicio del régimen político, no como verdadero vector de cambio estructural.

A nivel externo, en términos de participación en la economía mundial, en estos 30 años los países árabes mediterráneos se han convertido en los grandes perdedores del proceso de globalización: entre 1980 y el año 2000, la participación de los países árabes en el comercio mundial pasó del 13,5% a menos del 3,4%, y su cuota de inversión extranjera directa mundial pasó del 2,65% en 1975-1980 al 0,7% en 1990-1998. Estas cifras parecen justificar el calificativo que se le ha dado a los países de la región como «huérfanos de la globalización»8. Los resultados socio-económicos han sido flojos, no entrando en el círculo virtuoso de una economía productiva9 y asentada en las nuevas tecnologías, en la industria y en los servicios como fuentes de creación de empleo de forma continuada.

Dos actores externos, la Unión Europea y los Estados Unidos, han optado por una política de promoción de la democracia en el Magreb y Oriente Medio. En su discurso, la UE valora la democracia y el buen gobierno como prioridades incuestionables que, a su vez, son el resultado de 25 democracias. El protagonismo de un sistema democrático se lanza hasta el exterior de las fronteras comunitarias mediante actuaciones diversas, en un contexto de seguridad regional, solidaridad y pluralismo. Sin embargo, la plasmación de esta filosofía política tampoco ha obtenido los resultados previstos en tiempo y forma.

A lo largo de los últimos 50 años, Washington ha primado la estabilidad política frente a la democratización. Pero la actual Administración republicana ha diseñado un plan de actuación para el área, ampliando el mapa para hablar del «Greater Middle East», que incluye a los países árabes mediterráneos y a cinco no árabes. Este proyecto, que es la antítesis de la realpolitik republicana, se fundamenta en la exportación de los valores norteamericanos, principalmente el fomento de la democracia. Aunque puede resultar prematuro evaluar los resultados, el proyecto propicia grandes interrogantes.

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II La democracia en el mundo Árabo Musulmán: Mito y realidad

Democracia e Islam son dos términos avocados a ocupar un lugar prioritario en la evolución del Magreb y Oriente Medio en el siglo XXI. Lo primero que debemos tener presente es que estamos en un proceso incipiente, cuyos resultados finales todavía son una incógnita y las actuales valoraciones comparten que la democratización en esta zona se está caracterizando por la lentitud en cuanto al ritmo. En este sentido, tampoco conviene obviar que la experiencia occidental hacia la implantación de una plena democracia también ha sido un camino jalonado de avances y equivocaciones presidido por conflictos civiles, religiosos e ideológicos10.

El triunfo de los movimientos independentistas en su intento por acabar con el colonialismo europeo y la posterior creación, a partir de la Primera Guerra Mundial, de los actuales estados árabes se prolongó hasta los años 60, agrupando poblaciones que, aunque tenían un sustrato común, eran lo suficientemente diversas para configurar procesos políticos altamente diferenciados. La legitimidad histórica de los líderes políticos por haber logrado la independencia, junto a un extendido orgullo nacionalista y las promesas de desarrollo económico, crearon elevadas expectativas respecto a la construcción de un futuro prometedor.

Sin embargo, «el proceso de creación de los distintos países y sistemas políticos fue problemático y arduo; llevaba en su seno, además, las semillas de crisis posterior de identidad, legitimidad, poder y autoridad. La comprensión de Oriente Medio en la actualidad exige que no olvidemos que la mayoría de las naciones-Estado, como muchos otros Estados del mundo del mundo en vías de desarrollo y anteriormente colonizados, son relativamente recientes y se crearon artificialmente o se tallaron prácticamente a buril sobre antiguas colonias»11. Esta virtualidad, sumada a los compromisos rotos en el plano de la democratización y el desarrollo, ha arrastrado consecuencias hasta la actualidad, configurando una región volátil12.

Sin intentar justificar los problemas de unidad, regímenes autoritarios, fronteras ficticias, inestabilidad tanto interna como en el plano regional y falta de democracia, la herencia recibida por sus antiguas potencias colonizadoras también ha tenido su peso específico. Las metrópolis propiciaron una política conducente a mantener su status quo, sin dejar espacio para una senda que condujera a la futura democratiza-Page 91ción13. A este legado recibido se suma el establecimiento de gobiernos autoritarios, amparados por elites influyentes cuyo esquema de actuación prioritario es mantenerse en el poder. El escaso grado de legitimidad política de los dirigentes ha contado con el placer de las potencias internacionales. Asimismo, el proyecto económico de desarrollo ha jugado un papel marginal al servicio de la coyuntura política.

En este escenario la democracia estaba excluida. Las autocracias imperantes en el arco mediterráneo se han mantenido gracias al apoyo de Occidente, tendente a consagrar sus intereses políticos o económicos. Los jóvenes Estados arabo-musulmanes asumieron modelos mayoritariamente de corte occidental en el terreno político, económico, educativo y jurídico, excluyendo el desarrollo tanto de sus economías como de los vectores que comportan la democracia (participación política, preeminencia de la ley, promoción de la sociedad civil y respeto a los derechos humanos). El fracaso de estos modelos se tradujo en un resurgimiento del Islam en las sociedades musulmanas14.

Pese a las diversidades de toda índole existentes entre el Magreb y Oriente Próximo, la ausencia de democracia se perfila como un...

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