Aproximación a la obra multimedia

AutorJulián Rodríguez Pardo

En la década de los años sesenta Marshall McLuhan predijo la llegada de un mundo futuro esencialmente electrónico, en el que la comunicación escrita y lineal ¿de un solo sentido entre emisor y receptor- se vería sustituida por nuevas relaciones de interdependencia en las que no faltaría el denominado feedback comunicativo entre ambos sujetos.

McLuhan definió ese mundo con el sugerente nombre de la ¿aldea global¿ y señaló, como dos de sus características principales, su unificación a través de las redes de electricidad y el poder supremo de la televisión frente a otros medios de comunicación de masas.1

A finales de esa misma década, coincidiendo prácticamente con la llegada del hombre a la Luna ¿uno de los primeros acontecimientos que se transmite por televisión para una audiencia mundial-, el Departamento de Defensa del Gobierno de los Estados Unidos creó un nuevo sistema de transmisión de información basado en algo tan aparentemente simple como la interconexión de sus ordenadores. Así, en caso de que se produjese un fallo en una de las computadoras, los datos almacenados en la misma podrían recuperarse desde cualquier otra parte del sistema ¿cosa hasta entonces impensable, debido a unas redes de comunicación que no permitían el flujo de datos entre las distintas terminales informáticas-.

La idea, convertida en el proyecto Advanced Research Projects Agency (ARPANET), constituyó el origen de lo que hoy, treinta años después, se conoce como Internet, la gran autopista de la información de finales del siglo XX.

Sin embargo, pese a la velocidad con la que se han desarrollado los acontecimientos ante nuestros ojos, tanto en la plasmación de las teorías de McLuhan como en la creación de Internet, no es posible afirmar con rotundidad que el hombre de hoy se encuentre ante una auténtica revolución comunicativa; vistos con cierto detenimiento, estos treinta años transcurridos han estado jalonados de pequeños logros y avances tecnológicos que han contribuido a que la actual era de la comunicación global deba entenderse más como un proceso evolutivo que como un salto en el vacío:

Al nacimiento de los ordenadores a escala industrial, que se produce en 1951 con el Univac I,2 le siguió su popularización en las décadas de los años sesenta y setenta, y, después, su transformación hasta convertirse en pequeñas máquinas portátiles ¿personal computers (PCs)-, dotadas del interface ¿User Friendly¿ que las convirtió en herramientas accesibles y manejables por los ciudadanos; la desaparición del disco de vinilo, cuyo éxito masivo se produce a partir de los primeros años sesenta,3 fue provocada por la llegada al mercado musical del Compact Disc (CD) en octubre de 1982;4 la repercusión de la radiodifusión sonora y televisiva por ondas encontró sus rivales en el cable y los satélites de comunicación analógicos, que inician su andadura firme en los años setenta;5 y, finalmente, desde la llegada de la tecnología digital, todos estos elementos han tendido a la convergencia en los denominados soportes y obras multimedia, que encontraron un claro exponente en la TV-Computer o teleordenador, primera apuesta por la unión de lo audiovisual y la informática, cuya fabricación anuncian en 1989 distintas empresas estadounidenses.6

En definitiva, se trata de frutos tecnológicos de momentos históricos cercanos e interdependientes, pues, de alguna manera, unos serían inconcebibles sin los otros y todos forman parte de la gran cadena de la historia de las tecnologías de la comunicación, desarrollada durante los últimos cincuenta años.

Pero, desde la perspectiva de un comunicador de finales de la década de los años noventa, ¿qué cambios han supuesto estas tecnologías?, ¿en que áreas de la vida social se han dejado sentir?, ¿cómo habrá de entenderse su evolución?

Evidentemente, a través de su convergencia, todos estos avances han contribuido al diseño de lo que hoy se conoce como Sociedad de la Información, basada esencialmente en el uso de las NTI como herramientas de trabajo y de conformación socio-cultural, en un entorno en el que la información como materia se revaloriza continuamente. Así se origina una realidad que en la UE había anunciado ya en 1993 el Libro blanco sobre crecimiento, competitividad y empleo,7 y había consolidado, un año más tarde, la comunicación Europa en marcha hacia la Sociedad de la Información.8

En el marco de esta iniciativa, que no es más que un intento político de dirigir, coordinar y estimular unos cambios que de facto ya se estaban produciendo, son muchos los aspectos a tener en cuenta a la hora de realizar cualquier análisis; sin embargo, puesto que este trabajo tiene un objetivo preciso, este Capítulo sólo se detiene en dos de ellos: las consecuencias de esta nueva realidad en los ámbitos de la Comunicación y el Derecho.

Ambas disciplinas coinciden en haberse encontrado ante un fenómeno con un desarrollo vertiginoso, difícil de seguir por su celeridad y por sus constantes transformaciones, que provoca un continuo anacronismo entre la novedad tecnológica, la realidad profesional de la Comunicación y el desarrollo del Derecho.

En primer lugar, el mundo jurídico se encuentra ante nuevos objetos que le obligan a revisar las pautas regulatorias que ha venido aplicando al funcionamiento de los denominados medios de comunicación convencionales y que frecuentemente resultan ya ineficaces -no porque se hayan suscitado nuevas controversias, sino más bien porque las características técnicas de los nuevos medios de comunicación reclaman ciertas normas adicionales que completen la legislación precedente, concebida para unos modos de difusión muy precisos-.

En segundo lugar, el ámbito de la Comunicación ha experimentado una total transformación tecnológica, económica, lingüística, profesional e, incluso, de las audiencias. La convergencia multimedia ha difuminado las fronteras que durante años han distinguido unos medios de otros. En consecuencia, aparecen medios de comunicación que representan el nacimiento de simbiosis casi perfectas; que exigen una capacitación específica, así como un constante reciclaje de los profesionales ; que crean y recrean, constantemente, nuevos productos para ofertar a la audiencia; y que constituyen, por encima de todo, un negocio de valor incalculable.

Justamente, desde las páginas del prestigioso Boletín de FUNDESCO se señaló, en abril de 1996, que en el año 2010 las tres cuartas partes de ese valor de negocio incalculable corresponderían a los royalties que se abonan por la explotación de los derechos de autor y derechos afines o conexos.9

Sin ser la perspectiva económica más que la faz visible de una cuestión con implicaciones filosóficas, jurídicas y culturales, se hace patente que las obras y soportes multimedia contribuyen a darle relevancia ¿y seguirán haciéndolo-, pues no en vano disfrutan de un claro protagonismo en la Sociedad de la Información.

Por eso, y tomando como punto de partida la doble perspectiva de estudio que brindan la Comunicación y el Derecho, este Capítulo I realiza una aproximación a la obra multimedia con el fin de conocer cuáles son su naturaleza y características esenciales, así como sus repercusiones en los ámbitos señalados, entendiendo que este conocimiento constituye un requisito básico para acometer, luego, la tarea de desentrañar los derechos de autor en la obra multimedia.

Consciente de la dificultad que supone describir con sencillez y rigor todo aquello que se encuentra relacionado con el ámbito tecnológico, he buscado intencionadamente la claridad de ideas frente a la explicación sumamente técnica, en un intento de tratar la cuestión de forma accesible. Evidentemente, no se trata de un estudio exhaustivo del tema ¿de eso deben encargarse otros trabajos de investigación-, sino de una aproximación a una serie de conceptos e ideas que ayuden a situar de manera adecuada parte del objeto de esta tesis doctoral.

Así, tras abordar primeramente los rasgos básicos de estas creaciones, se señalan las novedades que aportan al mundo de la comunicación y, a continuación, se exponen los problemas que plantean desde el punto de vista jurídico-comunicativo.

No es, sin duda, un estudio definitivo, pues la exposición de contenidos tan novedosos y actuales siempre implica insuficiencia. En realidad, el breve tiempo transcurrido desde la aparición de las obras multimedia no ha permitido aún situar cada cuestión en su perspectiva más idónea.

  1. LA OBRA MULTIMEDIA

    El acercamiento a la historia de las obras multimedia resulta una tarea difícil por la misma naturaleza de estas creaciones:10 la obra multimedia se encuentra integrada habitualmente por textos, gráficos, sonidos e imágenes cuya creación no es obligatoriamente ex novo, sino que puede partir de elementos ya empleados con anterioridad en la producción de otros proyecto; de ahí que, dada esta misma circunstancia, pueda no constituir más que una prolongación o derivación de obras y soportes previamente diseñados.

    Por eso, señalar un momento exacto como el de su origen no es sencillo.

    No obstante, sus primeros pasos hay que buscarlos en las décadas de los años cincuenta y sesenta, con la invención de las primeras generaciones de ordenadores, pues ningún sistema multimedia es concebible sin su presencia. Los Univac I y II, y los IBM 701, 702 y 650, que poseían unas capacidades muy limitadas, constituyeron la avanzadilla de un mercado que proliferaba por entonces a pasos agigantados.11

    Poco tiempo después, recuerda el empresario Bill Gates, se produjo el salto hacia el ordenador personal. A finales de 1974, Ed Roberts y su compañía MITS crearon la computadora Altair, considerada por el empresario como el primer PC o Personal Computer, aunque haya quienes afirman que el fenómeno de la personalización informática no se inició hasta que, en 1977, se pusieron a la venta los primeros Appel II.12

    En cualquier caso, hay acuerdo en que esos años representan el inicio del empleo de los productos informáticos13 y la palabra...

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