Anotaciones iusfilosóficas sobre los conceptos contenidos en la actividad de informar

AutorVictoriano Gallego Arce
Páginas127-226

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I Ambientación preliminar para el estudio del problema de la verdad
1. El infructuoso intento de la definición

Abordar la andadura hacia el examen básico del término verdad, aconseja comenzar, ya sea desde una perspectiva histórica o ?losó?ca –aun a riesgo de principiar ofreciendo una nota clara de escasez de originalidad214– con la pregunta que Pilato dirigió a Jesús. Pilato le dijo: “¿Luego tú eres Rey?”. Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Le dice Pilato: “¿Qué es la verdad?” (cf. Juan 18,33-38).

Con todo ello la incertidumbre de Pilato no se presenta como una pregunta ?losó?ca, sino como una cuestión propia del pensamiento humano de todos los tiempos. Un intento de de?nición del término verdad, de la noción de verdad o del concepto de verdad es el ámbito más controvertido y enrevesado que, sin duda alguna, podría afrontar un ?lósofo, porque no son escasos los testimonios que acreditan el hecho de que, desde siempre, el ?lósofo ha in-

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tentado adentrarse en lo recóndito de este término. De hecho, unos trescientos años antes de Jesucristo, en la Grecia antigua, Aristóteles enunciaba, dentro de su obra “Metafísica” la clásica concepción de la verdad al a?rmar que “decir que lo que es no es o que lo que no es es, es erróneo; pero decir que lo que es es y que lo que no es no es, es verdadero”. En de?nitiva, el Estagirita hace corresponder el juicio mental que cada uno de nosotros expresamos con la realidad misma. Es decir, se trata de la construcción del término desde la base del error o de la mentira como contraposición al mismo y aprehender la noción de verdad desde la concordancia o conformidad de lo que se a?rma o se niega con lo que es.

Esta teoría de la adecuación o de la correspondencia, mediante la cual un enunciado es verdadero si hay correspondencia entre lo verdadero y aquello sobre lo que habla, junto con la concepción semántica de la verdad, es atribuida en primer lugar a Aristóteles215pero a lo largo de la investigación, obligatoriamente, tendremos que referirnos a ella y profundizar en su conocimiento a través, fundamentalmente, del estudio de autores como Alfred Tarski y Karl Raimund Popper. Tarski rehabilita la teoría de la verdad –tal y como expone Popper216– porque el vienés persigue la justicia para aquella concepción aristotélica clásica de la verdad217.

Con estos preliminares, la cuestión de la verdad parece fácil y este epígrafe se antoja próximo a su ?nalización, pero no es así porque el término “verdad” tiene la virtualidad de necesitar una continua concreción o acotación del ámbito en el que pretendemos realizar su análisis, presentándonos, no infrecuentemente, extravagantes propósitos de alcanzar un sentido absoluto frente a la sencillez de lo relativo; otras veces se mueve con pretensiones objetivas o subjetivas. Dependerá de que intentemos recorrer espacios del conocimiento de lo físico, de lo cientí?co o de lo matemático, o por el contrario tratemos de conocer su alcance y aplicabilidad a la esfera de las relaciones humanas, como es nuestro caso.

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La di?cultad de encontrar una verdad absoluta en las relaciones sociales, exige el estudio de otro término ligado al concepto de verdad que es el término “criterio”. Nuestro Diccionario de la Real Academia recoge en una de las acepciones de criterio que “es la norma para conocer la verdad”. Es decir, el criterio se nos presenta como un procedimiento para evaluar si una proposición es verdadera o falsa, porque al aplicarle el criterio de verdad, esto es, el test o norma que me permite conocer la verdad, me da como resultado que es verdadera o falsa.

En su planteamiento inicial todo parece sencillo porque, una vez conocido el criterio a aplicar, nos conduce directamente a la verdad. Pero, ¿cómo podemos asegurar que la norma aplicable para conocer la verdad –el criterio– es, a su vez, verdadera? Esto nos obliga a disponer y aplicar un criterio para evaluar el primer criterio. Además, para afrontar con con?anza la aplicación del segundo criterio, será preciso comprobar si es verdadero, lo que nos obliga, a su vez, a aplicar un criterio que examine al criterio evaluador del primero de los criterios. Nos encontramos así en una espiral de in?nitas sucesiones de aplicación del criterio de verdad, porque un criterio siempre tiene que estar avalado por otro criterio. Entonces, ¿Cuál es el límite de los in?nitos criterios?

El límite es la verdad absoluta. La única forma de detener esta interminable sucesión de comprobaciones, es disponiendo del concepto de verdad absoluta que aplicaríamos implacablemente y con resultado único e inimpugnable. Pero esto es pura teoría. No existe un criterio operativo, o lo que es lo mismo, no hay criterio de verdad218.

De un modo simple, cuando decimos que nuestra mesa tiene una longitud de un metro y cuarenta centímetros, podemos rati?carlo y acreditarlo tomando un aparato de medida que nos con?rma, de forma inmediata, la veracidad de nuestra proposición. Pero para poder a?rmar con absoluta seguridad que se trata de un metro exacto estamos obligados veri?car las cualidades técnicas del instrumento de medida que hemos empleado; esto es, que el útil de medida debe ser sometido, a su vez, a una prueba de exactitud para ese momento y en esas condiciones físicas, con el ?n de descartar cualquier dilatación o contracción que nos desvíe de la exactitud que buscamos. Y de manera aparentemente

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obsesiva, nada nos permite a?rmar con rotundidad que la comprobación de la comprobación sea, a su vez, exacta, salvo que dispongamos de un patrón de medida que constituya la verdad absoluta219. Ciertamente es lo seguro, lo perfecto, lo absoluto o lo exacto llevado a la obsesión. Es “La Madriguera” escrita por el genial Kafka, en el que relata las vicisitudes de un animal, habitante de una madriguera, que es atacada por intrusos. La estrategia de defensa del atacado consiste en camu?ar la puerta de acceso a la misma. Una vez dentro, a cubierto de los enemigos, comienza a preocuparse de si estará bien disimulada la entrada. Sale a comprobarlo, pero al hacerlo –lógicamente– desbarata los elementos de camu?aje. Entra, los recompone y le asalta de nuevo la duda. Sale, vuelve a descomponer el sistema, entra, sale… Para estar seguro dentro de la madriguera ha de comprobarlo desde fuera y, no puede estar fuera, porque necesita resguardarse dentro. Para nosotros esta historia no sólo acredita la di?cultad de encontrar un criterio de verdad220sino que supone un enterramiento en vida que es la trampa a la que conduce la obsesión por la seguridad.

Tarski es uno de los estudiosos del criterio de verdad, para quien no existe un criterio universal de verdad que responda directamente a la de?nición, es decir que, para él, no existe un criterio general que permita decidir si la verdad cae bajo el concepto de?nido y considera que difícilmente puede llegar a existir221. Por su parte, Popper, siguiendo a Tarski, concluye que no...

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