Anes Y Alvarez De Castrillón, Gonzalo: El Siglo de las Luces, t IV de la Historia de España, dirigida por Miguel Artola, Alianza Editorial, Madrid, 1994, 431 pp.

AutorJosé María Vallejo García-Hevia
Páginas576-586

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  1. Con absoluto merecimiento, en el mes de noviembre de 1995 le fue concedido al profesor Anes el Premio Nacional de Historia por la obra que nos ocupa. Con este galardón, que le fue entregado en Madrid el 22 de febrero de 1996, se ha distinguido a la mejor obra impresa en España en 1994. Al mismo tiempo, y de esta forma, se ha reconocido, con obligada justicia, la trayectoria investigadora, académica, docente y humana de uno de nuestros grandes maestros en la historia económica, guía de varias generaciones de estudiantes universitarios y de estudiosos de la disciplina.

    Es El Siglo de las Luces una nueva versión, más que revisada, reescrita, de un libro clásico y consagrado de la bibliografía histórica -de la especializada y de la de divulgación, que es una rara y apreciable virtud bifronte ésta que difícilmente se observa armonizada en muchas obras de síntesis-: El Antiguo Régimen: los Bortones, editado por primera vez en 19751. Citado en prácticamente todos los trabajos de investigación aparecidos en los últimos veinte años como fuente básica de consulta, y como punto de referencia obligado, creemos, no obstante, que ambos libros son esencialmente complementarios, y que el máximo provecho para el lector resulta de su estudio conjunto. Ambas perspectivas enriquecen nuestro conocimiento de la Ilustración y del siglo XVIII español de un modo definitivo, máxime si se tiene en cuenta que estaba aquélla, y está ésta, firmemente sustentada por la fecunda y extensa labor investigadora del profesor Anes, como tendremos oportunidad de mencionar a continuación, aunque sea sin la menor pretensión de exhaustividad. Todo ello imprime, como ya había imprimido en su momento, rigor y solvencia al planteamiento, y propicia una gratificante concisión en la exposición de conjunto.

  2. Está dividido El Siglo de las Luces en once capítulos, que podemos agrupar en cinco grandes apartados o secciones: A) en el capítulo primero se aborda el estudio de la población española del setecientos y de la composición estamental de la sociedad; B) en el segundo son analizados los diferentes sectores productivos de la economía (agricultura, ganadería, minería y metalurgia, artesanado y manufacturas,Page 577 comercio); C) dentro de otra sección quedarían comprendidos los capítulos tercero a octavo, centrados en el desarrollo de la política interior y exterior de los diferentes reinados que se fueron sucediendo a lo largo de la centuria (los de Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, estos dos últimos monarcas con dos capítulos cada uno); D) un cuarto apartado, comprensivo de los capítulos noveno y décimo, ceñido al esbozo de la organización administrativa (central, territorial y municipal) del reino; y E) una última sección destinada a valorar y subrayar el papel de las Indias en la monarquía hispana, de la América española en el siglo de la Ilustración.

    A lo largo del XVIII (1712-1717/1787-1797) España experimentó un aumento en su población de un 40 por 100, aproximadamente, con una tasa anual media de crecimiento de un 0,4 por 100 (pp. 11-12). A pesar de las diferencias regionales, que se explicitan (y que ya habían quedado detalladas, con mayor detenimiento, en El Antiguo Régimen: los Borbones, pp. 7-42, sobre todo en los casos de Cataluña, Valencia y Galicia, y también en el de Asturias2), el profesor Anes considera que la evolución fue análoga a la de los demás países del occidente europeo: el incremento fue menor que el experimentado en Inglaterra, País de Gales y Escandinavia, superior al que tuvo lugar en Francia y análogo al conocido para los reinos y territorios de la península italiana. La emigración (pp. 12-14) fue un factor demográfico de gran incidencia, en particular la que se dirigió a las Indias desde Galicia y la zona cantábrica, sin olvidar la que, estacionalmente, se encaminaba a ambas Castillas, Andalucía y Portugal. Los reinos de Valencia y Murcia recibieron, por el contrario, inmigrantes procedentes de Aragón y La Mancha, y el Principado de Cataluña del sur de Francia. La tasa de mortalidad, pese al aumento del número de habitantes, continuó siendo elevada, también a pesar de la mayor prevención en la difusión de las epidemias y a un cierto éxito, constatado, al tratar de evitar los contagios. La tasa de nupcialidad, igualmente semejante a la europea, estuvo acompañada de una tendencia al aumento de la media de edad en la que se contraía matrimonio (25 años para los varones, 22 para las mujeres), y la de natalidad se incrementó, al no haber modificaciones en las prácticas de control de los nacimientos, y mantenerse la mortalidad en sus cifras tradicionales. Con estas condiciones generales se comprende que la tasa neta de reproducción excediese en muy poco de la unidad: de cada cien mujeres casadas sobrevivían hasta la edad de contraer matrimonio poco más de cien hijos. De ahí que el aumento de la población se produjera con tanta lentitud en la España del setecientos.

    El análisis demográfico se conjuga con el estudio de los diferentes integrantes de la sociedad estamental de la época (pp. 14-41), en una visión, una vez más, complementaria con respecto a la que se proporciona (pp. 43-156) en El Antiguo Régimen: los Borbones (estamentos nobiliario, eclesiástico y estado llano, además de los grupos sociales minoritarios, no asimilados o marginados: judíos, agotes, vaqueiros de alzada, pasiegos, gitanos, vagos, extranjeros, esclavos, cautivos, etc.). Ajustándose a un propósito implícito, pero manifiesto, de eludir la reiteración de datos o planteamientosPage 578 ya proporcionados y seguidos en 1975, el profesor Anes clarifica cuál era la distribución territorial de la población hidalga en España (Galicia, Asturias, la Montaña, Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, Navarra, Castilla, La Mancha, Extremadura, Andalucía, Murcia, Aragón, Cataluña, Valencia, Baleares, Canarias), así como sus ocupaciones efectivas, precisando cuantitativamente las auténticas relaciones entre trabajo e hidalguía en aquella centuria, amén del proceso de incorporación de los nobles a la difusión de las luces que se produjo, en especial durante el reinado de Carlos III, junto a una crítica de la institución de los vínculos y mayorazgos. Idéntico procedimiento es el seguido con el estamento eclesiástico y con el estado general, con noticia de las medidas de reforma mediante las que se pretendió, con escaso éxito, mejorar la situación de los labradores, artesanos, braceros, jornaleros y pelentrines.

    Mención sobresaliente ha de concederse al epígrafe de los señoríos, con abundante información estadística, dado que el autor es un experto en la materia desde que en 1980 inició la investigación del régimen señorial asturiano en el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen, con un estudio individualizado de los cotos enclavados en sus diferentes concejos, expresando su extensión territorial, su vecindario, los derechos económicos y jurisdiccionales del señor, sus productos, sus rendimientos, y sus características peculiares3 A su juicio, parece una nota común a esta clase de gran dominio territorial la de que apenas quedaban vestigios de prestaciones personales, residuos de viejas prestaciones medievales, siendo los derechos exigidos por los señores por ejercer la jurisdicción, plena o limitada, meramente simbólicos. De ahí que los titulares pretendieran, y consiguiesen en casos todavía no bien determinados, aumentar dentro de sus señoríos la extensión de sus propiedades, de sus dominios territoriales, y obtener ingresos mayores, en metálico y en especie, de los arrendamientos. Cuando la demanda de tien-as se incrementó, y fue factible exigir rentas mayores, los señores tendieron a comportarse como cualquier otro propietario particular que quisiese maximizar el rendimiento obtenido por sus bienes. Los titulares de señoríos jurisdiccionales aspiraban a ser propietarios, y usaron de su potestad y de sus facultades para constituir y extender sus propiedades rurales.

    El contenido del capítulo segundo (pp. 43-123) está dedicado por entero a los distintos sectores productivos de la economía. Durante el siglo XVIII aumentó la extensión de tierra vinculada como consecuencia de la fundación de nuevos mayorazgos, y también la transmitida, por título oneroso o gratuito, a manos muertas eclesiásticas. La propiedad comunal, en cambio, tendió a disminuir a causa de apropiaciones, generalmente de los poderosos de cada lugar, primero...

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