Entre amor y odio. Europa y las emociones que necesita

AutorBirgit Aschmann
Páginas85-94

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La historia de la integración europea se ha narrado y escrito ya muchas veces. Por tanto, hoy me acercaré a esta historia a través de un enfoque especial: la historia de las emociones. Normalmente la historia de la integración europea se suele contar de una forma muy técnica, sin fijarse en las emociones. A mi entender, esto es un error, porque la perspectiva desde la historia de las emociones ayuda a entender por qué se han esforzado tantas personas tanto para convertir este proyecto en un éxito.

En la actualidad tenemos muchísimas muestras de que las emociones juegan un papel decisivo. Para empezar con las emociones positivas: en los últimos meses muchos pro-europeos han salido a las calles para mostrar su entusiasmo por y para Europa. La iniciativa “Pulse of Europe” se ha convertido en un movimiento conmovedor en muchas ciudades europeas, donde gente de toda clase y edad muestra su adhesión a Europa. Es una fiesta para Europa, y de vez en cuando casi una declaración de amor.

De hecho, esta manifestación de amor es una contra-manifestación. Contra la retórica del odio, usada por los que luchaban a favor del Brexit. Todas estas muestras son una respuesta a todo el odio con el que fue atacado el proyecto europeo en los meses anteriores. Representativo para esta actitud hostil fue la declaración de la ministra británica para Energía, Andrea Leadsom, de junio de 2016: “Mi familia ha vivido diez años en Portugal. Me gustan los alemanes, me encanta la comida sueca, hablo francés. Quiero Europa. Pero odio la Unión Europea y la forma cómo está destruyendo el continente”.1

¿La Unión Europea está destruyendo Europa? Suena absurdo. ¿Cómo ha sido posible el desarrollo de tal pensamiento y esta variedad de sentimientos, de amor a odio? Quizás esta incoherencia se puede entender solamente si uno mira hacia la historia de Europa.

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1. Hacia el infierno y de vuelta: la historia ante la integración europea

Desde hace dos meses esta historia de Europa tiene una propia casa: el 6 de mayo de 2017 fue –después de diez años de lucha y construcción– inaugurada la “Casa de la Historia Europea”, cerca de la sala de plenos del Parlamento Europeo en Bruselas. En el año 2007 fue el presidente de este parlamento, el alemán Hans-Gerd Pöttering, quien sugirió un museo que debería funcionar –como dijo Pöttering en el acto de inauguración– como fuente de un sentimiento de unidad, de cohesión solidaria.2Que justamente esto no es nada fácil, ya lo mostró la discordia durante el proceso de planificar y realizar el museo. Ya la cuestión, dónde y cuándo empezó la historia de Europa, no pudo ser resuelta pacíficamente. Finalmente los organizadores decidieron mostrar la historia sólo de los dos últimos siglos. La casa, así escribió un periódico alemán, quiere subrayar lo que a los europeos llena de orgullo y vergüenza.3Ambos sentimientos tienen que ver con los siglos XIX y XX.

Un museo de la historia europea no puede prescindir del siglo XIX. Es el siglo europeo por excelencia. En ningún otro siglo, los europeos han sido tan capaces de dominar todo el mundo como en esta época. La historia global de estos años es por eso sobre todo una historia europea. El siglo XX, mejor dicho: la segunda mitad del siglo XX, es el siglo de la integración europea. Jamás había habido un intento parecido de integrar las naciones europeas en la base de cooperación e igualdad de derechos. Sin embargo, en el medio de estas épocas destacables se encuentran los años ominosos y oscuros de Europa. El historiador británico, Ian Kershaw, ha escrito recientemente un libro fenomenal sobre la historia de Europa de 1914 a 1949 que tiene el título “to hell and back” –hacia el infierno y de vuelta. Cuenta como “Europa en la primera mitad del siglo cayó en un abismo de crueldad y caos, y como de pronto llegó a preparar la base para resurgir asombrosamente como una nueva Europa desde las cenizas de la antigua.”4Es importante: La nueva Europa se explica solamente con el trasfondo del fracaso total de una Europa antigua, separada en naciones que se odiaban mutuamente y que después de una escalada de odio terminaron en la destrucción radical del continente en las guerras mundiales. Es decir: destrucción y cooperación, odio y amor –o por lo menos solidaridad– estas emociones y prácticas están dialécticamente entrelazadas.

Ya poco después de la Primera Guerra Mundial se podía escuchar por vez primera la sugerencia de construir una Europa unida. Las advertencias del conde austriaco Richard Coudenhove-Kalergi, de unir Europa en una confederación de Estados (Staatenbund) parecen hoy en día como los malos presagios de Casandra. En su manifiesto de Europa

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de 1924 advirtió: “Las armas están forjadas diariamente en fábricas europeas, para matar a hombres europeos, en laboratorios europeos se están preparando venenos diariamente para aniquilar a mujeres e hijos europeos. Europa está jugando de forma irresponsable son su propio destino y no quiere entender lo que va a llegar. Sin ninguna resistencia se deja empujar hacia una catástrofe inimaginable. La única salvación posible sería “Paneuropa” -una unión de todos los países democráticos de Europa continental.”5Así fue: llegó la catástrofe con sus 55 millones de muertos, entre ellos 6 millones de judíos. Este pasado horroroso fue el fundamento de la historia de la integración europea. En la casa de la historia europea en Bruselas cuelgan algunos cintas metálicas del techo con palabras. Entre otras un dicho del filósofo español Santayana: Quien no conoce el pasado está condenado a repetirlo. El museo mismo respeta esta convicción y quiere recordar a los europeos su pasado oscuro, antes de presentar en su plenitud la historia de la integración europea. Es cierto: es importante, recordar este nexo, ya que la memoria de lo que puede causar el odio y por qué es importante trabajar para la paz está disminuyendo cada vez más en la historia de los casi 70 años de la integración europea.

2. La cronología de la integración europea

Al principio de la historia de esta integración se encuentra justamente un político británico. Cuando Winston Churchill viajó a Zúrich en el otoño de 1946, sorprendió a todos los jóvenes académicos que en aquel 19 de septiembre de 1946 habían acudido para escucharle. Aconsejó fundar los “Estados Unidos de Europa”.6Era tiempo, dijo, de desarrollar un patriotismo más amplio, mejor dicho “el sentimiento de una identidad estatal común.” Alentó a los europeos, que todavía vivían en medio de los escombros de la guerra con el grito: “Let Europe arise!” Quedaban todavía más perplejos, cuando Churchill siguió explicando que deberían ser Alemania y Francia juntos los que deberían empujar el proceso de unificación. “No habrá una resurrección de Europa sin una Francia...

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