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AutorMiguel Ángel Loriente Rojo
Páginas146-158
MIGUEL ÁNGEL LORIENTE ROJO
146
SALA DE ESPERA
«Todo acaba bien para todo el que sabe esperar»
(León Tolstói)
Como ya he venido comentando en el desarrollo de este
libro, hay oposiciones (Judicaturas, Notarías, Registros…)
que llevan aparejadas uno o varios exámenes orales. Practica-
do el sorteo (aquí no hay bolas calientes como en la Cham-
pions League), a cada opositor se le asignará un determinado
número. Y una vez iniciados los exámenes orales, el Tribunal
cada semana irá convocando a un número de ellos (pongamos
que cincuenta).
Una vez el opositor se haya desplazado al lugar del exa-
men (normalmente Madrid), tendrá que esperar en una salita
a que vengan los miembros del Tribunal, y una vez reunido
éste en su totalidad, ser llamado por el bedel de turno para
pasar a la acción.
Dicha sala de espera es muy folkórica. Se aglutina de per-
sonajes de todo tipo. Padres, parejas, amantes, mujeres deses-
peradas buscando un buen partido, preparadores, familiares
histriónicos que estresan más todavía, si cabe, al sufrido opo-
sitor… Sólo falta la tuna para animar un poco el ambiente de
funeral que se respira. Se parece mucho a las salas de espera
de los hospitales. Aquellas en que los familiares esperan an-
gustiados la salida del médico para que les traiga buenas no-
ticias del quirófano. O las del velatorio, en las que ya no cabe
esa esperanza de las buenas noticias. Según como salga el
opositor recién examinado de la sala de examen, se parecerá
la cosa al primer símil o al segundo.
Según las circunstancias, la situación puede ser más o me-
nos llevadera. Puedes estar convocado de tal manera que seas
el primero en entrar a examinarte, en cuyo caso el suplicio
para uno mismo y para los acompañantes es escaso. O que te
convoquen para un miércoles a las 9:30 horas y tengas diez

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